I
El joven Ernesto López
dirige el grupo más intrépido y decidido. Aprovecha que las vallas habían sido
derribadas por la multitud de la Plaza de Mayo para tomar por sorpresa el
sector que todavía dominan las fuerzas de seguridad. Con pasamontañas negros y
fusiles largos se enfrentan con los pocos uniformados que no huyen o se
entregan. Inmediatamente, los ciudadanos congregados, como una ola gigantesca,
ingresan al sitio antes vedado y festejan. En casi todas las provincias, las
comisarías y los edificios gubernamentales están en manos de los vecinos. Las
Fuerzas Armadas, divididas, en su mayoría no intervienen. Ernesto López es el
primero en entrar a la Rosada seguido por más de 30 hombres armados. El
edificio ya estaba vacío, debido a que funcionarios y empleados habían huido
ante lo que ya era inevitable.
El líder
revolucionario acaba de cumplir 28 años y es el único hijo de una de las
mujeres más combativas de Latinoamérica. Es abogado y su ídolo máximo es su
difunto padre a quien no conoció pues murió antes de que él naciera. Ernesto
siempre recuerda orgulloso lo que su madre le contó sobre él: que luchó hasta
la muerte por sus ideales y que fue asesinado por policías a los 23 años
mientras preparaba una huelga general.
Ernesto
López sale al balcón, se quita el pasamontañas y levanta los brazos. En una de
sus manos exhibe su fusil. El pueblo está feliz por el triunfo de la
Revolución. ¿Una película, un sueño, una premonición?
II
Mi analista
insiste en afirmar que yo encuentro en Adrián ciertos rasgos caracteriales que
me llaman la atención, que inspiran e incentivan mi espíritu investigativo, mi
vocación sociológica. Además, me dice que quererlo es una manera que tengo de
poder derramar mi espíritu solidario en un chico de clase baja porque soy una
mina sensible... Que encuentro en él lo que les falta a mis padres y
familiares, que es un sentimiento de piedad. También me dice que siento culpa y
quiero lavarla saliendo con él, porque es lógico que una trabajadora social se
involucre con toda su alma en su tarea y él es como el ícono de los pobres y
que para sentirme honesta con mis ideales me obligo a amarlo. Yo no creo que
sea así. Lo amo porque es un tipo de un corazón así de grande, porque es un
morocho hermoso y de una inteligencia superlativa. Me creo lo suficientemente
madura como para reconocer el amor.»
Luego de
estas reflexiones que Marisa efectuó para sus adentros mientras se miraba en el
espejo del techo, se levantó de la cama para observar mejor a su chico tendido
boca arriba y totalmente desnudo. Sus ojos verdes se llenaron de emoción.
En su mirada se mezclaba la ternura más pulcra con el libido más extremista.
Era una mirada angelical y diabólica a la vez. Allí pareció detenerse su
lenguaje interior, su diálogo consigo misma. La reflexión analítica de su
cerebro pareció desintegrarse entre las tinieblas de la pasión cuasidegenerada.
Sonrió casi con malicia, su gigantesca dentadura fue el centro del universo en
ese instante en el que pasó de la racionalidad al salvajismo en estado puro. Es
que así somos: animales pulsionales incapaces, por suerte, de reprimir algunas
de nuestras salvajes pretensiones. Aunque en muchas oportunidades ese
salvajismo, esa imposibilidad de autorrepresión racional nos envía al peor de
los infiernos, en muchas otras ocasiones nos transporta a los celestiales
placeres que le dan sentido a la existencia.
«Qué
magnífico espécimen de la humanidad, por Dios. ¿Cómo puedo ser agnóstica viendo
semejante creación? Qué rostro, qué piel, qué pelos, qué belleza, qué cosa tan
sabrosa, por favor. Esa geografía de su cuerpo que se hace sentir en cada roce,
esos músculos como montañas que golpean mi cuerpo son los ejecutores de un
concierto infinito de placer.», pensó la chica. Y de eso estamos hechos. El
impulso irracional más carnal que se entrecruza en nuestro interior con la
espiritualidad más elevada del amor dan como resultado nuestra específica e
irrepetible esencia.
-No
lo puedo ver así... -dijo para sí susurrando, y en un violento impulso se lanzó
sobre él. Creció y su dueño despertó. Otra vez...
Después,
una ducha y cada uno a su casa. Cinco minutos de descanso y un pucho. Algo para
tomar pero no quedó plata. Ya es día, ya fue la noche. Hoy es domingo, ella
almuerza en casa, viene su tía la que se la cree, y él en casa con asado si
está papá.
Bañate
vos primero, dale que es tarde y nos echan, que bueno, que vos, que yo, se
bañan juntos y lo hacen otra vez bajo la ducha. Qué lindo cuando llueve, qué
rico todo, el sabor de estar vivos.
Qué
bellos pechos mojados, qué piel blanca tan tersa. Qué pelos en el pecho,
qué brazos marcados. Se secan el uno al otro con una suavidad que espanta los
malos espíritus. Él y su slip rojo, ella y su tanga negra. Él y su jean gastado
que realza sus nalgas duras, sus muslos firmes; ella y su pollera hasta el piso
que a trasluz y con ingenio permite descubrir el paraíso. Él y su remera negra
como telón de un torso soberbio; ella y su blusa roja que ajusta dos médanos
explosivos de una playa creada para su Adán. Se cruzan los ojos y se detienen a
contemplarse. Él y sus ojos marrones, ella y sus ojos verdes. Él y su sonrisa
pícara, ella y sus dientes interminables. Vamos. Él toma su morral negro, ella
su colorinche. Último beso, nos vemos en la semana.
III
Cuando llegamos a
Miami nos estaban esperando en el aeropuerto Jaqueline y Axel. Fuimos a su
departamento: espectacular, genial, unas alfombras persas que para qué te
cuento. Enseguida destaparon champán francés, bebimos y después...
La
tía que se la cree. Mamá la observa con desconfianza y gesticula cada vez que
mira a papá, con una mezcla de odio y envidia.
-Las
playas de Cancún son mejores -interrumpió la madre de Marisa-. Estamos pensando
comprar una casa allí, ¿viste? Cuando Marisa se reciba vamos a regalarle un
viaje.
-A
propósito, ¿qué era lo que estudiabas, nena? Ya me lo dijiste alguna vez pero
no lo recuerdo -preguntó con malicia la tía Nelly dirigiendo su mirada a
Marisa.
La chica
se hizo la que no escuchó; fue su madre la que respondió:
-Trabajo
Social. Licenciada en Trabajo Social.
-Qué
lindo... ¿y para qué sirve? ¿No es más fácil hacer caridad, querida?
Algunos
tíos y primos estallaron en carcajadas y Marisa subió a su cuarto. No fue que
se sintiera dolida, ella estaba muy segura de lo que quería y veía a la mayoría
de sus familiares como un puñado de idiotas. Sólo se sentía cansada y no estaba
con ánimos para escuchar esos comentarios que consideraba llenos de frivolidad
e ignorancia. Estaba harta de las competencias familiares para ver quién adquiría
mayor estatus por la forma de gastar su dinero. Que los viajes, que el posgrado
del nene en Harvard, que el flamante consultorio, que tal o cual
restorán. Ella sólo quería descansar porque necesitaba leer y su estado
mental en ese momento era deplorable.
-No le
faltes el respeto a tu familia, nena. Los tíos recién llegan de un largo viaje
y tuvieron la deferencia de venir a vernos -recriminó con dulzura pero no sin
firmeza el padre de la chica después de entrar al cuarto-. Ya sé que te molesta
un poco que se manden la parte, pero son nuestra familia y no tienen maldad. A
veces el complejo de inferioridad los hace snob. Y vos sos muy comprensiva con
la gente, ¿no? ¿No es eso lo que estás estudiando? ¿O sólo sos comprensiva y
amable con esos vagos que frecuentás todos los días?
Marisa se
dio vuelta en la cama y con una mirada cual misil le dijo todo a su padre.
-Perdoná,
Mari... Perdoná -se excusó el hombre-. Soy una bestia.
Pasa que
a veces uno habla sin pensar lo suficiente lo que su boca suelta
desprejuiciadamente. Los labios del ser humano no fueron provistos de
autorregulación, son dos músculos que actúan como por instinto y se mueven al
son de las cuerdas vocales y de la lengua tampoco reflexivas. Estos órganos del
ser humano no difieren demasiado de los órganos de los otros animales que
pululan por la esfera terrestre, solo actúan por impulso, por el mandato
arbitrario de un cerebro que dos por tres se vuelve estúpido.
El doctor
Vázquez Arriaga, insultándose a si mismo en silencio, dio media vuelta, cerró
la puerta y se dirigió a las escaleras. Y Marisa se durmió y soñó con Adrián,
su pareja. Se vio desnuda frente a un río amándolo. Luego se vio corriéndolo
desesperadamente cuando él huía de su compañía y le gritaba a ella con odio: ¡Oligarca,
oligarca! ¡Andá a Miami con los gusanos! ¡Andá a Miami con los gusanos!
Después ella estaba arriba de un avión y lloraba desconsolada mientras su novio
corría al lado de la nave. Ella en el sueño no quería irse pero había algo que
la obligaba. Era algo que tenía que hacer. El avión levantó vuelo y Adrián,
usando sus manos como si fueran sopapas, se elevó pegado a la ventanilla. Luego
vio como su cuerpo se hacía añicos contra el piso.
Despertó
toda transpirada, taquicárdica, con la respiración entrecortada. Ya no pudo
dormir y prendió su equipo de audio. En la compactera había un disco de Silvio
Rodríguez, el cual empezó a sonar. El calor era mucho para esa altura del
año, el reloj marcaba las cuatro y cuarto. Se desnudó por completo, revolvió los
cajones de su cómoda y se puso una bikini roja. Se miró al espejo y allí
estaba. Ese espejo devolvía luz. Toda la luz. Pero no sólo por la hermosura de
su cuerpo. Había algo más, un plus no visible que parecía corporizarse en algo
que no se puede describir con palabras. Salió de su dormitorio, bajó las
escaleras y salió por la puerta de atrás, para dirigirse a la piscina. Aguas
claras, tibio relax. Qué belleza, qué concierto para los ojos y el alma. Allí,
ese ser admirable, arrogante, envidia para los ángeles. Danzas etéreas, animal
incomparablemente bello, inimitable, único en el universo. El viejo debate
intelectual entre platónicos y aristotélicos parecía inclinarse por los
segundos. Nominalismo sí, realismo no. No hay una misma esencia para todos los
seres humanos. La esencia de Marisa era esa tarde única, inconfundible,
inimitable e irreproducible.
El
trampolín bajo sus pies, ahora una vuelta en el aire, ahora las puntas de los
dedos de sus manos en perfecta armonía tomando contacto con el agua que la
esperaba ansiosa como una doncella en celo aguardando el momento más glorioso
de su existencia. Allí penetró todo su cuerpo y las aguas tuvieron un orgasmo
envidiable. El ruido del chapuzón fue un gemido de la naturaleza; las aguas
fueron el vaivén de una diosa enloquecida de pasión. Nadó hacia el otro extremo
de la pileta y emergió a la superficie con sus ojos abiertos; el agua acarició
su cuerpo desde la cabeza hasta los pies, recorriéndolo lentamente,
acariciándolo con suavidad e idolatría. Ahora una plancha: pies, senos y rostro
exhibidos a los cielos y el sol, los que miraban atónitos. Los rayos se
violentaron de excitación, estiraron sus brazos de fuego hasta tocarla.
Después de una media hora, los familiares salieron al hermoso y
gigantesco parque lleno de flores, plantas y juegos para niños. Y allí vieron a
Marisa tirada boca abajo tomando sol. Entre dos tíos se cruzaban miradas y
gestos, se mordían los labios, fruncían los ceños, movían las cabezas, casi les
caía baba. Una de sus esposas, una mujer que encandilaba por sus joyas,
descubrió a su marido y cuñado y los reprendió con una mirada. Los dos se
hicieron los desentendidos.
A Marisa
parecía no importarle la presencia de los mirones. En un momento se levantó,
caminó hacia una reposera debajo de un árbol, tomó un libro y comenzó a leer.
Era un volumen de economía política de gran tamaño, uno de los tomos de uno de
los grandes clásicos de la humanidad, de un autor que creó una corriente de
pensamiento combatida de diversas formas por sus enemigos políticos. Ella amaba
a ese pensador. Sus análisis sociológicos la embelesaban, pues decía muchas
cosas que ella ya tenía dentro de su cabeza pero que salían a la superficie de
su conciencia con la lectura.
Luego de
una hora de éxtasis intelectual y de que sus familiares se habían despedido, la
chica cerró el libro y, a modo de conclusión, dijo:
-La
historia no terminó.
Y se
dirigió hacia dentro de su cuarto, se puso uno de esos vestidos que se usan
arriba de la maya. Luego fue a la cocina y se preparó unos mates. Su padre
andaba cerca y se sentó a acompañarla. Él no era muy matero, pero sabía que
unirse a ese ritual popular que su hija practicaba con devoción cada día lo
podía acercar a ella. Este tipo de personas como el doctor no son practicantes
de estas costumbres culturales de estos pagos, prefieren el café. Son dos
adicciones muy distintas: el mate genera una especie de comunión, compartir el
mismo recipiente y la misma bombilla entre varias personas provoca lazos
amistosos. De mano en mano y de boca en boca, así va y viene, viene y va, entre
charlas casi siempre amenas. Es una especie de pipa de la paz, aceita las
buenas relaciones, es como que, mientras se toma mate, existiese un pacto
implícito de evitar las reyertas. El café, por el contrario, es una
práctica netamente individualista y tiene rasgos capitalistas. Los
cafédependientes se ven en las oficinas y los bancos, hombres sofocados por sus
corbatas y mujeres de trajecitos formales toman de su personal pocillo, no se
les cruza por la cabeza pasárselo a su vecino de escritorio para que le dé un
sorbo y se lo devuelva. El café los estimula y les provoca mayor concentración
y respuesta física para el rutinario desempeño de sus tareas. Al igual que el
mate, también oficia de lubricante, pero el café aceita los engranajes que son
los cerebros programados para mantener en funcionamiento una monstruosa máquina
demente, impiadosa e insaciable. El doctor Váquez Arriaga le pidió un mate a su
hija y lo tomó en su mano de esa forma, con esos gestos característicos de los
que no saben ni entienden de estas cosas, que sobreactúan el ritual y se ven
tontos y sin experiencia, pero que quieren mostrarse como si fueran asiduos
feligreses de este culto.
-¿Estaba
buena el agua, Mari?
-Una
joyita.
-¿Así que
rendiste bien esa materia que te tenía mal? -chupó de la bombilla hasta que el
clásico sonido anunció el final de su turno.
-Sí, me
la saqué de encima. Me queda solamente la que estoy cursando y un final que voy
a dar en diciembre... y me recibo.
-Ojalá,
así hacemos una fiesta.
-Me
aburren las fiestas, papi. Vos sabés.
-Bueno,
pero yo creí que...
-No
insistas. Lo del viaje tampoco, tengo mucho que hacer acá.
-Acá no,
en la villa -acusó el padre cambiando de tono.
-La villa
está acá nomás -dijo ella señalando hacia uno de los lados de la casa. Y viven
personas.
- Si,
pero...
-Me voy a
la pieza, tengo que estudiar.
-Después
los jóvenes se quejan de que no hay comunicación con los padres.
-Me voy
antes de que peleemos. Esta película ya la vi muchas veces. Nunca nos vamos a
poner de acuerdo.
Ella tomó
el termo y unos bizcochitos con una de sus manos, el mate y la yerba y el
azúcar con la otra. Y encaró para su pieza. Su padre se fue balbuceando algo
así como: «le lavaron la cabeza».
IV
El torso desnudo de
Adrián brillaba a los rayos de un sol que pegaba inclemente. El humo fluía del
piso por entre las costillas vacunas. Falda y chorizos. Líquidos rojos y
amarillos de mano en mano, de boca en boca. El muchacho aplacaba su sed
atrasada con una gaseosa burbujeante y transparente.
El
paisaje de todos los días se mostraba desprejuiciado en los alrededores. Los
chicos descalzos levantando polvareda; madres con bebés en brazos y escaleritas
de su descendencia. Calles deformes, cráteres lunares a cada paso; zanjas
hediondas, equilibristas y gimnastas. Telones de fondos soporíferos, sonidos
que se precian de divertidos pero que aburren por su reiteración y
monotematicidad. «Se te ve la tanga», «Vamo a tomá», «Vamo a choreá» y pará de
contar.
En casa
de Adrián los sonidos eran idénticos a los que se amontonaban en las calles.
Dos primos menores, unos adolescentes vestidos con ropas deportivas, coreaban
cada estrofa levantando las manos. Adrián, un poco molesto, se quejó:
-Loco,
¡qué mensaje de mierda!
-Eh,
guacho, sos un concheto... -contestó uno de ellos, un morocho delgado y
narigón, teñido de rubio platinado-. Esta es la música que habla de las cosas
que nos pasan a nosotros.
-Es
verdad, pero hay que tratar de salir de esa. Te dicen: drogate, salí a chorear.
No es así la mano. Es un mensaje que te entierra; a los de arriba les conviene,
son herramientas para mantenerse en el poder.
-¡Eh, guacho,
esta música es nuestra alegría, no seas careta!
Adrián
decidió no seguir con la charla, no estaba de ánimos como para entrar en un
debate. Había tenido una noche por demás activa con la chica que amaba. ¿Qué
estaría haciendo ella ahora? ¿Estaría pensando en él? Qué fantástico es el
cerebro humano. Fuimos provistos del privilegiado poder de atravesar en una
décima de segundo los espacios y los tiempos. Adrián viajó en ese instante de
su casa a la de su novia, del hoy hasta el ayer. Y estamos capacitados para
mucho más; podemos aparecernos como un espíritu trasuntador del universo en
cualquier coordenada, podemos dibujar un punto de unión entre la coordenada x y
la coordenada y con sólo traer un recuerdo al corazón de la mente. Un chasquido
de dedos y podemos estar presentes en el excelso momento de la creación; otro
chasquido y viajar hacia Europa del siglo XVIII y presenciar la Revolución
Francesa; otro chasquido y escuchar un debate en la polis griega de filósofos
del siglo V antes de Cristo; otro chasquido de dedos y captar el sublime
momento de la resurrección del Mesías cristiano; podemos ingresar sin barreras
a la mismísima mente de Marx, de Foucault o de quién más nos guste. Qué
increíble privilegio tenemos los seres humanos y qué poco lo
valoramos.
El
joven se sentó en un banquito medio destartalado, bebió de su vaso hasta el
final y se internó en las profundidades de su pensamiento. Por momentos
observaba a sus familiares y vecinos y se le mezclaban sentimientos de amor y
bronca, de admiración y lástima. «¿Por qué no luchan, no se juntan y capacitan
para salir de la mala? ¿Por qué tanta chatura? Aunque en verdad hay que tener
huevos para sobrevivir en esta mediocridad. Hay que ser valiente para enfrentar
y derrotar la tristeza con esas carcajadas. ¡Qué calidad para el asado! ¡Qué
exactitud matemática y precisión científica para mover el palito y reacomodar
las brasas!»
Los
sentimientos encontrados... Qué complejidad tan evidente en todos los bípedos
con capacidad de abstracción. El joven con esas ganas de susurrar los quiero y
de vociferar ¡despierten! Con esas ganas de usar sus manos con dulzura y
acariciar cada rostro o de sopapearlos para que se reanimen de su desmayo
permanente. Es que siempre tenemos esas batallas cerebrales, no sabemos qué es
lo mejor, si gritar o callarnos, si comprender o reprender. Es que uno nunca
puede ni debe reconocerse como el detentador de los saberes verdaderos, todo es
relativo. ¿Qué nos autoriza al consejo, a la volátil palabra, a la apropiación
arbitraria del sentido? Nuestra palabra se despoja de su pretendida condición
bíblica y se luciferiza. ¿Con qué autoridad nuestro infinito fluir de
frases danzarinas y multicolores en nuestro cerebro pretende alcanzar la
divinización y la irrefutabilidad? Por eso Adrián en esos momentos sabía que no
era nadie que tuviera la permisividad de los siglos y los planetas para
creérsela. Por eso luchaba contra las palabras que lo transformaban en un
científico adriancéntrico y positivista que observaba a su pieza en una mesa de
disección. Porque sus familiares y vecinos no son objetos inertes que se puedan
analizar con la vanidad de un físico. Pero, a su vez, se le presentaba el deseo
fervoroso de predicar sus verdades como un pastor en su atrio. Qué más da. Si
es algo que nos pasa a todos en cada momento que debemos decidir una palabra.
Un vaso
con vino blanco y gaseosa recibía la aceptación de tres convidados que lo
disfrutaban por partes iguales. El vaso transpiraba frescura, iba lleno y
volvía vacío sin que ninguno de los que de él bebía tuviera algo de qué
quejarse. Al contrario, cada sorbo era un momento sublime, el reparto era
equitativo en un contrato implícito que ninguno había firmado pero que todos
respetaban a rajatablas.
Adrián se
dirigió al baño y se paró en la puerta de la cocina a contemplar a su madre.
Estaba gorda, algo arrugada y su ropa vieja no la favorecía. Ya se asomaban las
primeras canas entre sus cabellos profundamente negros, a pesar de que recién
entraba en los cuarenta. Ella cortaba tomates con una habilidad envidiable,
movía una cuchilla con gran velocidad y destreza, como quien se siente
retrasada, como si la vida de los que la rodeaban dependiera de la ensalada que
estaba preparando. El muchacho entró al baño, orinó y salió. Tomó un vaso,
abrió la heladera, agarró la botella de gaseosa, llenó el vaso sin cerrar la
puerta, lo bebió de un trago; volvió a servirse, cerró la heladera y se fue al
fondo con los hombres. En el camino, sintió que su actitud fue, comparada con
la que vio de sus acompañantes, netamente individualista. Ellos compartían un
vaso sin egoísmo y en comunión, y él bebía solo del suyo. Sintió un poco de
repudio hacia sí mismo por haber visto a sus primos como ignorantes por lo de
la cumbia, siendo que ellos compartían en las cosas simples su identidad.
-Adrián
se está cepillando a la hija del doctor Vázquez Arriaga. Está rebuena la guacha
-espetó el padre orgulloso con un cigarrillo en la boca, agachado mientras daba
vueltas una tira de falda.
Todos
miraron sonrientes al muchacho, y una tía que traía fiambre cortadito en una
tabla, dijo:
-Con la
pinta que tiene le puede dar bola hasta la hija del Presidente.
-Yo
paso. No la toco ni con una caña de pescar -respondió Adrián.
-¿Tiene
teca la minita, che? -inquirió un primo más bien gordito, con barba candado y
de pelo castaño corto.
-Y, es la
hija del Presidente... Estos están forrados y nunca dejan de chorear -contestó
evasivamente.
-Tu
minita, gil.
-El viejo
puede ser, pero está todo mal con él. Siempre pelean.
-Hacé
buena letra así zafás -dijo un vecino cincuentón y sin dientes.
Adrián atinó a sonreír y a bajar la mirada. No quería decir que estaba
enamorado, que ella era muy buena, que tenía ideales y todas esas cosas que lo
tenían chiflado de amor. La conversación parecía dirigirse por otros carriles y
temía que se burlaran de él. En un instante pensó que se equivocó y que juzgó
mal a sus compañeros de asado, porque esta gente es muy sentimental.
Después
de un rato de hablar de bueyes perdidos, de fútbol y mujeres, algunos de los
comensales armaron una mesa con un tablón y caballetes, que colocaron al lado
de una que habían sacado del comedor. Las mujeres, con gran velocidad y
precisión, pusieron manteles, cubiertos, tablitas, platos y vasos; como así
también el pan, las ensaladas y las bebidas. El papá de Adrián, de cuarenta y
pico, de buen físico pero algo barrigón, acercó una bandeja negra y cuadrada a
la parrilla, tomó chorizos y los cortó con gran habilidad a cada uno en tres.
También cortó algo de carne.
-Primero
los chicos -mandó no sin autoridad.
-¡Chicos,
a comer! -gritó la patrona.
Un
batallón de más de veinte vástagos invadió las mesas colocadas estratégicamente
a la sombra. Y se lanzaron con violencia sobre su presa. Adrián, ahora prendido
a uno de los vasos con vino que circulaban (ya que no pudo evitar unirse al
ritual de los de su clase por una cuestión identitaria), observaba a los niños
arrasar con la comida. Se sintió reconfortado y alegre, tal vez algo motivado
por el vino, ya que unos pocos sorbos alcanzaban para marearlo, porque no
estaba acostumbrado a beber alcohol. Lo cierto es que sus ojos se llenaron de
brillo por aquella situación. Su padre lo convidó con un trozo de carne cortado
de la puntita de una tira. Lo saboreó de pie al lado de su padre y de la
parrilla.
-Es-pec-ta-cu-lar
-dijo con la boca llena y con gestos de haberse quemado. «Qué gratos momentos
te regala la vida en compañía de los tuyos», pensó. Claro, la conciencia de
clase que tantas veces se nos escapa entre los dedos porque muchas veces es
casi intangible. Cómo nos han engañado y cómo nos engañamos. Con la tonta idea
de querer ser mejores trasuntamos nuestros días transformados en personas
sin personalidad; queriéndonos apartar de la pobreza, la negamos y vivimos una
vida creyéndonos lo que realmente no somos. Y así se va, con las penas barridas
debajo de las alfombras y viviendo en un mundo de fantasías. Las prácticas y
los colores y los brillos de los de arriba nos encandilan de una manera tan
cegadora que somos como Simón Pedro negando a su hermano más preciado. El de al
lado se nos parece demasiado y eso nos causa repugnancia, por eso hacemos todo
lo posible para odiarlo, para alejarnos de sus tontas costumbres y miramos
hacia los podios socioeconómicos y decimos: yo soy como ese que tiene la
botella de champán y el trofeo en alto y no como el negro de acá a la
vuelta. Pero Adrián pensaba diferente. O mejor dicho, luchaba contra sus
contradicciones omnipresentes e intentaba maniatar y amordazar definitivamente
a aquel estúpido que dentro de él lo quería separar de sus hermanos del barrio
en que pasaba sus días y de todos los que ponían sus osamentas al servicio de
los explotadores. Es que reconocerse sometido es tarea ciclópea, hay que
derribar muchas barreras, y el muro más alto a destruir es el que vive dentro
de nuestra cabeza. Ser consciente de lo que se es, de lo que son nuestros
hermanos, esa es la consigna que levantaba Adrián. Y saber identificar a
nuestros enemigos, a los que nos quieren ver para siempre felices chupando como
perros de la calle los huesos que nos tiran.
Luego de
que los niños terminaron de almorzar, se aproximaron los grandes a la mesa y lo
devoraron todo.
Cuando
terminaron con el banquete, las mujeres limpiaron las mesas. Adrián quiso
ayudar pero fue reprendido, suavemente pero con firmeza, por su madre. «Qué
machistas que son», se dijo el muchacho. «A los platos lo lavan las mujeres, al
vino lo toman los hombres». Cuando hicieron un llamado a jugar al truco, el
joven no dudó y salió disparado a participar del juego.
Adrián
pensó: «El truco. Un juego que nos identifica. Qué póker, ni qué nada. El truco
es bien nuestro y necesita de rapidez mental, de valentía, de intuición casi
sobrenatural. Es igual que la vida del pobre: cuando repartieron las cartas y
no tenés nada, necesitás ser osado e inteligente para ganarle al que está
cargado. Si estás en bolas y arrugás, perdés; pero si tenés huevos e ingenio,
podés ganar. Igual que todos los que estamos acá. La repartija es desigual,
debemos ser valientes e ingeniosos para triunfar en la vida. Además, al igual
que al truco, debemos apoyarnos en nuestros compañeros, porque solos estamos
fritos.»
Los
¡Truco a esa porquería! ¡Falta envido! y otros gritos de guerra se sucedieron
hasta la caída del sol y un rato más. Muchos ya estaban ebrios y varias mujeres
se habían retirado a sus casas. A no ser porque Adrián adora jugar al truco y,
a pesar de sus sentimientos encontrados, le encanta estar en compañía de los de
su clase, él ya se habría ido a dormir hace rato. La mayoría de los hombres
tomó vino o cerveza, mientras que Adrián tomó mate acompañando a las mujeres.
Hubo un
par de trifulcas verbales de las que nunca faltan, echaron a uno que se había
puesto pendenciero, hasta que todo llegó a su fin. El padre de Adrián se fue a su
casa -ya que estaba separado de la madre de Adrián y vivía con otra- y el pibe
se acostó a las nueve. Estaba exhausto. Antes de dormir pensó en Marisa.
«Mañana la voy a buscar a la facu», se consoló. Y durmió plácidamente.
V
Los que portaban las
pancartas que rezaban «Comando Muerte a los Oscuritos» fueron persuadidos de
abandonar la marcha. Algunos dejaron sus estandartes en lugares estratégicos y
volvieron a la manifestación. El río humano era caudaloso e interminable. Las
mujeres paquetas llevaban velas blancas y brazaletes negros en símbolo de luto
por los civiles y policías muertos por la delincuencia. «Por el alambrado de
las villas», era una de las consignas estampadas en algunas banderas y
pancartas. «Por la vida de nuestros hijos, pena de muerte», era otra de las
preferidas.
Los
medios de comunicación alentaban a la gente a concurrir a las marchas «Por la
seguridad» convocada por el líder del «Movimiento por la Seguridad Nacional»,
el doctor Juan Alberto Struggersen, un acaudalado empresario que había perdido
a su familia en un violento tiroteo entre una banda de malvivientes y la
policía. Sólo dos personas estaban presos por aquellos hechos: un verdulero de
nacionalidad boliviano, a quien acusaban de haber hecho los disparos contra la
hija adolescente del empresario, y un líder del «Movimiento de Villeros por la
Liberación», quién estaba acusado de haber disparado con una recortada contra
la señora de Struggersen. Las pruebas dejaban mucho que desear, algunas
organizaciones de derechos humanos aseguraban que las pruebas habían sido
armadas y que los acusados eran inocentes.
Mucha
gente se hizo eco de los dramáticos pedidos de justicia de aquel hombre y
existían marchas en todo el país. Asimismo, algunos comandos parapoliciales
ingresaban a los barrios bajos y villas del Gran Buenos Aires a buscar
supuestos criminales. En esos días el Gobierno nacional, de orientación
socialdemócrata, había comenzado con una purga policial y se manifestó en
contra de las acciones clandestinas en los barrios pobres. Algunos de los que
habían ingresado a las villas mataron a un adolescente y existían dos versiones
de los hechos: La primera, la de la Policía, aseguraba que el joven fue
atrapado in fraganti mientras asaltaba un negocio y que ante la voz de alto respondió
con disparos. La otra versión aseveraba que el muchacho había sido asesinado a
sangre fría por los matones, y que el chico estaba desarmado. Quien disparó
contra el joven era un policía retirado y estaba preso. Partidario de la
primera versión, el empresario Struggersen había convocado a la marcha con la
consigna: «Libertad a los que luchan contra el delito».
En un
escenario plantado frente al Congreso, el líder del Movimiento por la Seguridad
Nacional fue el único orador:
-No es
posible que los hombres de bien estemos en manos de vagos y drogadictos que
siembran el terror en cada esquina, matando a nuestras mujeres y niños, robando
a los que con el sudor de sus frentes se ganan el pan como bien lo mandó Dios
Nuestro Señor -exclamó Struggersen a gran voz-. Y el Gobierno tiene el tupé de
encarcelar a los que trabajan por el bien común, arriesgando sus vidas para
librarnos de los malvivientes. Exigimos la libertad inmediata del ex oficial
Fernández y la implementación de un plan de acción que tenga como fin eliminar
a todos los delincuentes.»
La gente
aclamaba con vehemencia a su líder.
-¿Hasta
cuándo, señor Presidente, va a defender a esos vagos mantenidos y
malentretenidos que cortan las calles y no quieren trabajar sino molestar a la
gente de bien? ¿Hasta cuándo, señor gobernador, seguirá persiguiendo a los
policías que entregan sus vidas por nosotros? ¿Hasta cuándo, señor ministro de
Seguridad, seguirá implementando la mano blanda contra los asesinos y
violadores mientras que ellos implementan la mano dura y la pena de muerte
contra los hombres y mujeres de bien?
«Seguridad / Seguridad / Seguridad Nacional», vociferaba la multitud
enardecida.
Luego de
tomar un vaso con agua, el empresario, girando sobre sus pies y mirando al
edificio del Congreso y señalando con el índice acusador, exclamó a gran voz:
-¿Hasta
cuándo, señores legisladores, seguirán manteniendo estas leyes que les abren
las puertas a los asesinos, ladrones, violadores y guerrilleros, para que
salgan de las cárceles a seguir matando y alimentando la anarquía. ¿Son ustedes
anarquistas, señores legisladores? ¿Es usted anarquista señor Presidente?
Nosotros queremos vivir en paz y bajo el imperio de la ley, y si es necesaria
la pena de muerte para que reinen la ley y la paz, pues bien: ¡pena de muerte!
Todos,
desde los más chicos hasta los abuelos más ancianos concentrados en la plaza y
los alrededores corearon al unísono: Pena de muerte / pena de muerte.
Struggersen, alzando su mano para hacer callar a la multitud, continuó:
-Ahora
quiero hacer un llamado a las organizaciones de derechos humanos...
Una
silbatina ensordecedora llenó el éter del centro de la ciudad. También se oían
abucheos.
-Defendamos los derechos de los ciudadanos decentes, no los de los delincuentes.
(Ovación). Queremos una civilización civilizada, donde el que estudia, el que
trabaja, el que respeta las leyes pueda caminar por las calles sin que se las
corten, es un derecho constitucional; que los hombres de bien puedan ir a sus
trabajos sin que los roben o asesinen; que nuestras chicas puedan ir a sus
universidades sin que las violen.
Los
cánticos, los gritos ya eran ensordecedores. Por varios minutos el discurso se
detuvo porque la gente se manifestaba con cánticos. Cuando la multitud calló,
el orador se dispuso a concluir con su discurso. Su voz era fuerte pero
entrecortada, sus ojos y sus mejillas ya no podían disimular las lágrimas.
-Es claro
lo que exige el pueblo esta noche. Hay que dejar de lado las ideologías y
dictar la pena de muerte, el alambrado de las villas, despejar las calles de
vagos partidarios de la guerrilla y activar una política de prevención y actuar
en los lugares peligrosos, dándole libertad a las Fuerzas de Seguridad para
trabajar en esos lugares. Buenas noches, compatriotas; esta batalla contra la
delincuencia la vamos a ganar. ¡Vayan en paz! ¡No a la violencia! Este es el
pueblo que se manifiesta en paz. El que quiere paz y justicia. ¡Libertad
a los que luchan por la seguridad! ¡Libertad a los que luchan por la paz!
Y así se
dio por finalizado el multitudinario acto. Según los organizadores, hubo medio
millón de personas; según el Gobierno, no más de cien mil. Antes, durante y
después del acto, los medios de comunicación entrevistaron individualmente a muchos
manifestantes. Una anciana, muy bien vestida y con una incha de Struggersen,
ante la oportunidad de un micrófono, comenzó a vociferar frases como ésta:
-Yo creo
que habría que prohibir a las organizaciones de derechos humanos que siempre
sacan de las cárceles a los delincuentes. Claro, si ellos son delincuentes.
Todos los que están ahí, en los derechos humanos, son gente, digamos... que
estuvieron... en cosas raras.
Un hombre
de mediana edad, con ropa informal pero de primera marca, con una banderita
argentina en su mano derecha, ante la pregunta de un periodista radial sobre
las razones de su concurrencia, contestó emocionado:
-Estoy
acá por mis hijos. No puede ser que el país esté sitiado por delincuentes y
subversivos que quieren vivir de arriba, y matan y roban, y que los que
trabajamos y pagamos nuestros impuestos tengamos que vivir encerrados. Acá
debería gobernar un tipo como Struggersen, un tipo religioso, laburante,
patriota, culto y civilizado, con un pasado intachable. No como los que nos
gobiernan ahora, cuyo pasado es medio turbio, algunos inclusive estuvieron
presos. Yo jamás pisé una comisaría.
Una mujer
muy bonita, rubia y de ojos celestes, vecina de Barrio Norte, dijo con voz
contundente ante las cámaras de televisión:
-Basta ya,
estamos hartos de tanto robo. Nosotros no somos villeros que protestamos y que
este gobierno protege, somos toda gente buena, de trabajo. Ahora quieren
aborto... asesinos. Este gobierno escucha a esos y no a nosotros. Estamos
cansados.
El
periodista le preguntó:
-¿Qué
opina del Comando Muerte a los Oscuritos?
-Yo estoy
en contra de la violencia y el racismo. Pero a los que roban y matan, hay que
mat... meterlos presos de por vida y hacerlos trabajar. Ellos son los
violentos, no los que los combaten. ¿Cómo vas a combatir a los que roban y
matan sino con armas? Y ahora encima los meten presos, les atan las
manos. ¿Adónde quiere llegar este gobierno?
Un hombre
joven, petizo y pelado, de traje italiano, con aire pedagógico dijo:
-Acá hay
que hacer una limpieza profunda, tiene que haber un cambio estructural en el
país. Lo que tiene que primar es el orden. Y para que haya orden hay que
ponerse firmes. Tienen que sacar el ejército a la calle. No sé, una ley
marcial.
-¿A usted
lo robaron? -consultó el periodista, anotador en mano.
-A mí,
personalmente, no. Pero se ven muchos casos en televisión.
Una mujer
de mediana edad, vestida con ropas humildes y que decía venir del conurbano,
manifestó ante una pregunta de un periodista:
-Hay que parar
con esto. Las villas están llenas de chorros, tiene que entrar el ejército y
hacer limpieza. Struggersen es un amor, yo comparto todo lo que él dice, es un
hombre que sabe mucho, además le mataron a la familia, pobrecito. ¿Cómo no vas
a estar de acuerdo con alguien que sufre tanto? Los que lo critican es porque
son zurdos, esa gente rara... Eso de los zurdos me lo dijo mi hijo, que
es policía y sabe mucho.
VI
La Plaza de los
dos congresos esta vez lucía notoriamente diferente a la noche de la marcha de
Struggersen. Los concurrentes eran de todas las edades, pero la mayoría era
gente joven. Había mujeres con niños, personas de mediana edad, ancianos, pero
se destacaban los veinteañeros con ropas informales; predominaban el jean y las
mochilas; chicos con cabellos largos, chicas de barrio y universidades
públicas.
La
multitud era bulliciosa, los cánticos se sucedían unos tras otros, las banderas
no dejaban de flamear. Por Entre Ríos llegaban las columnas.
Una muy
organizada se escuchaba a lo lejos: los empleados estatales. Hombres de mediana
edad y jóvenes con sus instrumentos de percusión llamaban la atención de
muchos. La banda de músicos muy ensayada formaba una hilera horizontal con
redoblantes y bombos que ponía un marco festivo a la gigantesca marcha.
Detrás de ellos llegaba una columna reducida pero muy llamativa. Armaditos,
encuadrados por jóvenes con palos colocados horizontalmente sobre sus pechos y
con pañuelos rojinegros cubriendo los rostros daban la sensación de una
organización cuasimilitar. Serios, en silencio y con sus banderas, jóvenes de
barrios bajos eran mayoría en ese pintoresco e intimidante grupo.
Muchas
agrupaciones llegaban a la plaza, cada una con su característica
identificatoria. Los estudiantes de diversas corrientes con sus incansables
saltos y cánticos llegaron de distintos puntos del país. Partidos políticos,
movimientos de desocupados, organismos de derechos humanos, algunos
legisladores, trabajadores estatales, docentes, gremios, intelectuales,
artistas, entre otros sectores, participaban de la marcha por el
esclarecimiento de la muerte de un chico del Movimiento de Villeros por la
Liberación. El Congreso era el punto de reunión y de allí se marcharía hacia la
Plaza de Mayo.
Adrián y
Marisa habían debatido para definir en qué columna marcharían. Cada uno
defendía su posición: el joven quería marchar con los Villeros y Marisa con los
universitarios. Había ganado Adrián, porque ella trabajaba también en el
movimiento del cual su novio era militante y había llegado a la conclusión de
que debía ir con ellos porque el supuesto mártir era de esa agrupación.
Eran las
8 de la noche y comenzaron a marchar. La columna de los Villeros partió delante
de todos por Entre Ríos y, antes de doblar por Avenida de Mayo, se cruzó con
las Madres que estaban con sus pañuelos blancos en la cabeza, paradas, viendo
pasar y aplaudiendo a los manifestantes. Adrián reconoció a algunas de ellas y
se acercó a repartir besos y abrazos. Luego de ese momento emotivo, volvió
corriendo a donde estaba Marisa.
-Estas
viejas están un poco confundidas -criticó Marisa-. Apoyan al Presidente.
-No...
están con nosotros. Primero, la lucha. Lo que pasa es que el Presidente las
sedujo un poco con algunas cosas -retrucó Adrián-. Pero hoy están acá; hace 30
años que están acá.
Marisa no
dijo nada.
Siguieron
su marcha cantando consignas contra la Policía, contra Strugerssen, contra el
Gobierno. Era una manifestación mucho más bullanguera y pintoresca que la de
días atrás. Mucha juventud, mucha algarabía a pesar del motivo que los
convocaba.
Las voces
retumbaban en los edificios, algunos vecinos salían a los balcones a aplaudir,
a agitar las manos o a tirar papelitos. Algunos fuegos artificiales provocaban
divisiones, ya que muchos no estaban de acuerdo con el uso de pirotecnia.
Cuando la
gigantesca columna Villera pasaba por las esquinas donde estaban apostados los
policías, los improperios llenaban el éter. ¡Hijos de puta, hijos de puta!
¡Asesinos, asesinos!, cantaban levantando los brazos y apuntando sus miradas a
los uniformados que observaban impávidos y burlones. Lo mismo ocurría con otras
columnas. Era un espectáculo casi religioso, porque cada columna que pasaba
frente a los impertérritos policías ejecutaba el mismo ritual.
En un
momento, la columna se detuvo. Un grupo de no más de diez jóvenes encapuchados
lanzaban piedras con sus gomeras sobre los vidrios de un banco extranjero. Está
bien, está mal, son servicios, discutían los manifestantes.
Cada vez
que aparecía una cámara de televisión, los concurrentes a la protesta se
exaltaban aun más. Un grupo de estudiantes de una universidad pública del
interior del país, cuando se vieron enfocados, saltaban y cantaban todos
juntos, alegres de sentirse protagonistas: Y ya lo ve / y ya lo ve / es para
strugger que lo mira por tevé.
Los
Villeros fueron los primeros en llegar a la plaza que ya estaba colmada. Desde
el escenario un locutor vociferaba, exagerando a lo grande: -¡¡¡Un millón de
personas, compañeros, un millón de personas!!!
Luego de
que varios oradores habían emitido sus discursos, un líder del Movimiento de
Villeros por la Liberación cerró el acto:
-Hoy
estamos aquí para decir basta. No se puede asesinar al pueblo de la
manera en que lo están haciendo. Porque no es el único caso, compañeros.
Tenemos más de cien muertos en protestas sociales, tenemos desaparecidos en
democracia, más de doscientos presos políticos y más de tres mil procesados.
Hoy, para demostrarle al Gobierno que nos dice que somos grupos aislados de
ultra izquierda, el pueblo salió a la calle a acompañarnos. Gracias a todos los
sindicatos, a las Madres, a los Hijos, a los organismos de derechos humanos.
Gracias a los estudiantes secundarios y universitarios: ellos son nuestro
futuro y hoy están acá, luchando por un país con justicia y equidad.
Los
estudiantes estallaron en un griterío, a lo que siguió un aplauso cerrado de
toda la multitud. El orador continuó:
-Gracias a los docentes, siempre vilipendiados por estos gobiernos de turno que
no quieren educación para el pueblo. Nuestros maestros siempre están en lucha,
no sólo por los salarios y mayor presupuesto para mejorar la educación de
nuestros hijos, sino también por el cambio político-social definitivo, por un
país para todos y no para unos pocos chupasangres y explotadores que imponen
con violencia y regaderos de sangre su política de hambre y exclusión.
Universidad / de los trabajadores / y al que no le gusta / se jode / de jode,
cantaban primero los universitarios y se les unían inmediatamente los docentes.
¡Educación / Educación! gritaban otros.
Gracias
también a las agrupaciones de las Pyme. Hace años que están junto a nosotros,
porque este país no les da oportunidades para crecer. Gracias a los
profesionales y trabajadores de la salud. Con médicos y enfermeros como
ustedes, con todo este pueblo junto a ustedes, el país se va a curar
definitivamente, compañeros.
Otra vez los gritos y los aplausos. Un grupo de un partido de izquierda
exclamaba: paro paro paro / paro general. En un principio ellos eran los únicos
que gritaban esa consigna. Pero luego se les adherían algunos grupos cercanos.
-Nuestros
campesinos también están aquí -dijo el militante mientras señalaba hacia atrás
de unos edificios, ya que la cantidad de gente era tal que un porcentaje muy
chico de los manifestantes tuvo el privilegio de ingresar a la plaza.
-¡Nuestros pueblos originarios, hermanos! -exclamó a gran voz el militante
Villero-. Porque les robaron sus tierras y sus pertenencias, compañeros. Y ellos
merecen ser los dueños. ¡Porque ellos son los verdaderos dueños de este suelo,
compañeros! No esta manga de ladrones genocidas seguidores de las políticas de
los mal nacidos Sarmiento, Mitre y Roca! Porque esto no es civilización
compañeros. Matando a nuestros hermanos no se civiliza. No hay civilización con
chicos muertos de hambre, no existe civilización sin educación ni vivienda para
todos. Y nosotros somos los salvajes, dicen estos caraduras. Salvajes son los
que hundieron al país en esta maldita miseria.
El
orador hizo una pausa mientras los bombos sonaban. Y concluyó:
Es
nuestra responsabilidad como habitantes de esta bendita tierra, hermanos. Es
nuestra responsabilidad cambiar el rumbo de la historia poniéndole el pecho a
las balas, compañeros. Raulito era un chico grande...
El hombre
no pudo seguir con su discurso ahogado por el llanto. Un joven a su lado le
ofreció su hombro para que se desahogara.
-A
Struggersen quiero decirle...
Una
terrible silbatina y abucheos invadió la plaza. ¡Hijo de puta / hijo de puta!,
invadió la ciudad.
-Sí, a
ese hijo de puta que usa la muerte de su familia para justificar su odio racial
y político apoyando y financiando al «Comando Muerte a los Oscuritos». ¿Cómo es
posible que este Gobierno no haga nada contra esos neonazis que asesinan
inocentes? Es nuestra responsabilidad, compañeros, luchar por la vida de
nuestros hijos hasta la muerte. Porque la historia no terminó, compañeros.
Vamos a cambiar el rumbo de la historia. ¡Vamos a cambiar el rumbo de la
historia! Nada más, compañeros.
VII
En cuestiones humanas,
las verdades nunca son absolutas. Todo discurso emitido está atravesado por la
ideología, por interpretaciones del mundo, por pareceres. La objetividad no
existe. Hasta las ciencias duras son constructos, porque entran en juego las
visiones del científico. La teoría de la relatividad o el constructivismo lo
describen muy bien. No hay mirada inocente, siempre son visiones parciales, un
recorte subjetivo y arbitrario de la verdad objetiva -dijo Marisa ante la
mirada atenta de su padre.
-Un
pulmón es un pulmón y un cáncer es un cáncer -aseveró el médico con aire
pedagógico-. Negarse a la verdad de la ciencia es ser dogmático, no me vengas
con esas teorías románticas, o peor, posmodernas. Eso es poesía, palabrerío.
Eso es subjetividad extrema, es negación, es para locos.
-Qué es
la locura y qué la cordura. Para mí son locos irracionales los amigos tuyos.
Hitler era un tipo que apelaba a la irracionalidad, a los sentimientos más
bajos del ser humano. Igual que Strugerssen, tu guía. Y pretenden
transformar la irracionalidad en verdades eternas. Eso es el dogma fascista.
Decir que si no pensás como yo, es porque estás poseído por la ideología. ¿Y lo
de ustedes qué, no es ideología?
-No me
ofendas, cuidá tus palabras, yo no te agredo, ¿eh? ¿Qué me hablás de Hitler?
-se quejó levantando la voz el hombre.
-Bue...
-Lo
nuestro no es ideología, porque vemos la realidad tal cual es. Hay chorros, ¿no
es verdad? Hay violadores, ¿no es verdad? Hay vagos malvivientes que no quieren
laburar, ¿no es todo eso una realidad objetiva?
-Como es
una realidad objetiva que existe el cáncer, ¿no?
-Tú lo
has dicho -dijo el doctor citando a Jesucristo.
-Y para
vos, esos son un cáncer que hay que extirpar.
-Lógico,
mi hija. ¿O a vos te gusta vivir entre delincuentes?
-Los
delincuentes son los que privan a la población de educación y trabajo. Claro,
ya lo dijo Foucault: el poder construye verdades para mantenerse en el poder.
Pero esas verdades son construcciones, no verdades absolutas. Y utilizan una
serie de herramientas como la educación y los medios de comunicación, inclusive
a los padres para transmitir generación tras generación esas verdades que son
mentiras. Igual que tus amigos los curas. Poder, saber y verdad. El poder
hegemoniza los saberes, derrama sobre la sociedad sus visiones del mundo y hace
que se naturalicen como verdades. Y esos saberes y esas verdades, sostienen el
poder. Ellos dicen: yo mando, yo dicto los saberes, las leyes, las normas
porque sé. Y ustedes obedezcan. Porque es natural que así sea. ¿Leíste a
Foucault?
-Algo,
pero me pareció medio retorcido, poco práctico, no sirve para nada. Perdoname
si te gusta, pero esas reflexiones, que pueden tener gran aceptación en ciertos
círculos intelectuales, no te brindan herramientas para salir adelante. Además,
tengo entendido que ese Foucault solía drogarse y era homosexual. Yo no tengo
nada contra los homosexuales, cada uno... A lo que voy es que ese pensamiento
no sirve para capacitarte, para trabajar. Está bueno saber de esas cosas, toda
lectura es buena, pero no hay que quedarse ahí, hay que buscar conocimientos
que te sirvan para trabajar, que tiren para adelante, que le sirvan a la
sociedad. Quedarse en la crítica por criticar no me parece productivo para el
mundo. Hay que construir.
-Ese es el
típico discurso positivista. Todo está bien como está, crezcamos hacia
adelante, sigamos evolucionando. Pero, ¿hacia dónde vamos? Creo que hay que
torcer el rumbo de la historia.
-Marx
también era positivista -aseveró el papá.
-Falacia. Un
eufemismo muy garca de los funcionalistas. Marx quería construir un mundo más
justo. Sé que ahora está un poco demodé. El muro y su caída nos quiso persuadir
de que la historia terminó.
-No,
Mari, la historia no terminó. Hay mucho que mejorar en este mundo.
-Estoy segura de que con un pensamiento único el mundo se va a la mierda. Pero
no hay un pensamiento único como dijo Fukuyama. Todavía existimos los que
queremos cambiar la historia. A Gramsci, ¿lo tenés?
-Un
comunista italiano.
-Más que
eso, un gran pensador que estuvo preso por el fascismo de Mussolini. Cuando hay
un tipo que se atreve a enfrentar el pensamiento dominante, se lo mete en cana
y se lo tortura. Vigilar y castigar, 1984.
-Justamente, George Orwell escribió ese libro en contra del comunismo y su
autoritarismo. La barbarie estalinista. Igual que Rebelión en la granja -dijo
papá mostrando sus conocimientos-. No leí solamente libros de medicina, nena.
-Vigilar
y castigar es de Michel Foucault. Ese no lo leíste. Tampoco habrás leído a
Gramsci. Porque era comunista. Qué fácil se descalifica a un pensador, con
decirle comunista basta para quitarle toda credibilidad.
-No... no
lo leí, pero leí mucho. Yo también simpatizaba con el comunismo cuando era
pibe.
-Y se fue
todo a la mierda. Uno se sube al caballo por la izquierda y se baja por la
derecha.
-Dejate
de joder... Yo no soy de derecha. Soy pragmático, realista. Esto no es de
izquierda ni de derecha, es sentido común -manifestó el médico como queriendo
enseñarle a su hija.
Marisa
estalló en una carcajada.
-Feinmann, no José Pablo... El que quema los libros, no el que los escribe.
-¿Cómo?
-Sentido
común, otra vez Gramsci.
-Otra vez
el pensamiento perdedor. Sos joven y me hablás de cosas viejas.
-Los
pensamientos no pierden ni ganan, los pensamientos no mueren. A veces los más
poderosos ganan batallas porque tienen más armas pero no son dueños de la
verdad. Y el capitalismo es más viejo que los que vinieron a enfrentarlo.
Primero vino el capitalismo, después los que queremos derrotarlo.
Papá
sonrió con una mezcla de ternura y pena por su hija, y compartió:
-Atrasás,
mi vida. Pero vos no tenés la culpa. Tenías razón cuando hablabas en contra de
la educación, si es esto lo que te enseñan en la Universidad Pública. Yo te
ofrecí pagarte una buena educación en una universidad privada.
-La
educación no es un electrodoméstico que podés comprar en un shopping. Eso es
capitalismo, todo es un producto para vender en una góndola de supermercado. Y
ese pensamiento viejo que vos decís, no lo aprendí en la Universidad, yo soy
autodidacta. La Universidad Pública reproduce el pensamiento de los que mandan,
allí tratan de lavarte la cabeza, no estimulan el pensamiento crítico, pero de
todas formas es mejor que tus universidades privadas.
El doctor
movió su cabeza hacia los costados, sonrió como por instinto pero intentó
disimular la sonrisa. Él amaba a su hija y trataba de comprenderla, hacía un
gran esfuerzo intelectual para conseguirlo, pero tenía una visión del mundo muy
diferente.
-A ver a
ver, señorita. Cuénteme lo que sabe sobre Gramsci -inquirió el padre mientras
apoyaba los codos sobre la mesa y juntaba las manos frente a su boca con el tono
de un profesor que toma un examen.
-¿Me
estás cargando, viejo?
-La
verdad que no, es que quiero conocer un poco. Desasname. Me interesa saber.
La joven
comenzó a lanzar su conocimiento:
-Uno de
los conceptos principales que maneja el autor italiano es el de hegemonía. Se
entiende por hegemonía cuando los intereses de una clase social logran
transformarse en intereses de la mayoría de la sociedad. Y esto ocurre cuando
una manera del ver el mundo, mediante diversas herramientas, adquiere estatus
de sentido común. El poder apela a los intelectuales orgánicos para
transmitirle a la sociedad civil una serie de normas, reglas, costumbres que
pretenden ser inapelables. Por ejemplo, la democracia burguesa. No existe otro
sistema, dicen, que sea mejor. Es esto o el caos.
-¿Y
existe otro mejor? -interrumpió el padre.
-Yo creo
que sí.
-Es esto
o dictadura, no hay otra.
-Eso es
pensamiento hegemónico. Las clases dominantes, o clases fundamentales, como
decía Gramsci, nos lo hicieron creer. Pero esta democracia es una plutocracia,
es decir el dominio de una clase social; Aristóteles: el gobierno de los
más ricos. Y nos han convencido de que así está bien, mediante la educación,
los padres, los medios de comunicación, los intelectuales orgánicos. Además, el
poder es de los más fuertes y es la consecuencia de la guerra. El derecho es
fuerza. La burguesía, si miramos unos siglos hacia atrás, derrotó a la
monarquía mediante la guerra. Hoy parece reinar la paz, pero lo que hoy existe
es un conjunto de normas y leyes para «pacificar» el triunfo de unos sobre
otros. La burguesía obtuvo el poder por la guerra y ahora le dice al resto de
la sociedad: vivamos en paz. Pero esa clase social dicta las normas y reprime
con cárcel, balas y marginación a los que se oponen al derecho de mandato que
ellos obtuvieron en la guerra. Esto es una paz ficticia y pasajera.
El médico
interrumpió:
-Es que
las cosas están dadas así, hija. Tenemos que trabajar por mejorar las cosas
desde nuestra posición de intelectuales. Todos tenemos las mismas
oportunidades. Ya lo dijo Durkheim: educación, educación. Es una carrera en la
que todos partimos desde que disparan el tiro, si te quedás, sonás. Vos sos una
intelectual, de eso no me caben dudas. Aprovechá y dale para adelante, no
luches por los que no quieren esforzarse. ¿Te pensás que yo no veo el
sacrificio que hacés mientras otros chicos de tu edad están en la esquina o en
el boliche? Ellos después se hacen las víctimas. Tu abuelo era un laburante, yo
hice mucho esfuerzo para estudiar. ¿Te pensás que a mí, a los 18 ó 20 años, no
me gustaba la joda? Pero sabía que tenía que salir adelante, sacrifiqué mucho
de mi juventud. ¿Eso no merece premio?
Marisa
sonrió y dijo:
-¿Vos
creés en eso del funcionalismo de que todos tenemos las mismas oportunidades?
Andá a la villa. Los nenes que tienen sus padres desocupados, muchos enfermos
de alcoholismo o drogadependencia, que no pueden ir a la escuela porque tienen
que cartonear, ¿tienen las mismas posibilidades que los hijos de tus amigos?
-La culpa
es de los padres -dijo papá.
-No, es
culpa del sistema, es una cuestión estructural. No podemos mirar el mundo desde
nuestro ombligo, es todo mucho más complejo. No hay una buena educación, con
oportunidades para todos. Los chicos se aburren en la escuela, muchos van
porque les dan comida, cuando hay, cuando no se queda en el camino. Una buena
escuela estatal sería en donde todos pudieran ir y tuvieran la oportunidad de
encontrar su vocación allí. Escuelas con oportunidad para desarrollarse en las
artes, el deporte. Eso no existe en la Educación Pública. Mirá, yo creo que una
de las razones del vacío, de la infelicidad del ser humano es porque no puede
trabajar de lo que le gusta, de su verdadera vocación. Platón, que seguramente
te gusta, dijo que un Estado ideal sería una ciudad o país en donde cada
individuo tuviera un trabajo acorde a sus condiciones naturales y a su
capacitación. Y de eso te trata lo que te digo. Si hubiera una educación en la
cual los chicos pudieran encontrar sus dotes naturales y desarrollarlos, otro
sería el país y el mundo. Pero esto no pasa.
-En esto
tenés razón. No lo había pensado. Te felicito, siempre se aprende algo nuevo.
Eso de Platón no lo tenía.
-La
República, papi, me extraña.
Papá reconoció
su ignorancia con un gesto un tanto ambiguo. Con su cara y su encogimiento de
hombros dijo algo así como «No sé todo».
-Muy
buenas sus relaciones con otros autores. Eso le suma puntos. Sigamos con
Gramsci. -Otra vez en pose de profesor, pero con onda. Estaba interesado en el
conocimiento de su hija.
El doctor
Vázquez Arriaga era un hombre de 50 años, ojos verdes como los de Marisa «que
cambian con el tiempo», según su hija. Tez blanca, pelo castaño algo canoso y
un cuerpo muy bien conservado por sus actividades deportivas. Era una eminencia
como cardiólogo y docente universitario. Fue íntimo amigo del cardiólogo más
importante del país y trabajaba todavía en su fundación. En algunas
oportunidades había aparecido por televisión por haber estado al frente de
algunos transplantes de corazón. Tenía un gran prestigio no sólo entre sus
pares sino también en la sociedad. Era un hombre solidario, admirable.
-Quisiera saber un poco de su vida, de la de Gramsci, porque de la suya ya sé
bastante-. Y soltó una carcajada deliciosa.
-Antonio
Gramsci era italiano, fundador del Partido Comunista en su país. Estuvo preso
por el fascismo y sus famosos Cuadernos fueron escritos en cautiverio. A los
pocos días de haber sido liberado, murió. Algunos comunistas ortodoxos lo
consideran reformista. Hay una gran disputa entre los marxistas en este
sentido. Pero yo creo que de alguna manera todos los marxistas son reformistas.
-¿Son o
somos? -preguntó casi con malicia el doctor.
-Yo no
soy marxista. Yo tengo mi propia visión del mundo.
-Ah...
-No me
gastes papi.
-Perdón.
Seguí. Creí que eras marxista.
-¿Y si lo
soy? -casi se enojó la chica.
-Acá no
estamos evaluando su posición política, alumna, acá estamos evaluando su
conocimiento sobre el pensamiento gramsciano. Prosiga con su exposición.
-Me
voy a la pieza.
-No
te calentés, che. En serio me interesa, yo le quiero poner un poco de onda.
Perdoname, me encanta escucharte.
Ante
semejante demostración de amor, no tanto por las palabras, sino más bien por
los gestos, la mirada, su hija prosiguió:
-Quisiera
aclarar lo que dije con respecto a que todos los marxistas son revisionistas.
Muchos de los llamados ortodoxos se enojan, pero de una manera u otra, cuando
se refieren a Marx, hacen una lectura de Marx. El pensamiento puro de Marx es
el pensamiento marxiano. Todo lo que vino detrás es marxismo revisionista. Lo
que escribió Karl Marx, es su pensamiento puro, el pensamiento marxiano. Los
que hablan de Marx son los que tienen un pensamiento marxista, y de una u otra
manera lo reforman. Y con eso no quiero decir que esté mal. Marx hizo un
análisis de la sociedad capitalista de mediados del siglo XIX, y hoy el mundo
ha cambiado. Estamos en el siglo XXI. Hoy, por ejemplo, el poder de los medios
masivos de comunicación es descomunal, cosa que no existía en el siglo XIX. Y
los intelectuales de la escuela de Frankfurt, autodefinida como marxista,
analiza esa nueva sociedad. Y ya eso es revisionismo. El enemigo es el mismo,
pero las herramientas son otras, o mejor dicho, hay nuevas. Y analizaron a
Freud para encontrar las razones psicológicas de la supuesta complicidad del
pueblo oprimido con su opresión.
-Además,
cuando escribió Marx, todavía no había fracasado el comunismo -dijo papá (qué
tipo).
-Eso del fracaso... El capitalismo también fracasa, aunque sea el paradigma
dominante.
-¿Hegemonía?
-Me
retracto. Hoy por hoy está muy cuestionado por las grandes masas populares de
todo el mundo. Los resultados están a la vista: hambre, muerte, corrupción,
desigualdad, ricos cada vez más ricos y hambrientos cada vez más hambrientos.
-Yo creo
que estamos mejor -dijo el cardiólogo-. No existe la esclavitud, los
trabajadores tienen acceso a los últimos adelantos de la tecnología, tienen
autos, van de vacaciones, tienen... ¡celulares! -rió.
-Te
seguís burlando. -Parecía paranoica. Pero papá manejaba muy bien la ironía, y
eso le molestaba de sobremanera a la nena.
-¡Los
mismos espejitos de colores de siempre!- completó la joven.
El doctor
la miró de una manera que a Marisa le pareció burlona. Ella, sin decir nada, se
paró y se retiró.
-Sos
un... sos... -atinó a decir la chica mientras se iba, casi llorando.
VIII
Yo creo que el arte no
debe ser explícito, literal. Los artistas debemos apelar a las metáforas para
plasmar nuestras ideas -dijo no sin convicción el Pelado, un pibe de 25 años,
líder y cantante de una banda de rock del sur del conurbano.
-Algo así
dijo el Indio en la radio, pero no estoy del todo de acuerdo -aseveró Adrián
después de asesinar el mate de una chupada violenta-. El arte no se define por
su condición críptica, sino por su condición crítica. El arte es la
manifestación del espíritu, podés ser más explícito o menos explícito, lo que
importa es que lo que digas sea la manifestación de tus verdaderos sentires, de
tus vivencias, de tus reflexiones, de tus subjetividades que nunca son del todo
subjetivas.
-Bien,
bien, Fúser. Pero el arte debe proponer la creatividad de los receptores y
estimular los espíritus, desproponer la chatura, aniquilar la lectura única y
lineal. Sino, es ciencia: El cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de
los cuadrados de los catetos. Eso no es arte, es ciencia, es racionalismo
extremo, es basura.
-Claro que sí, la racionalidad de los llamados racionales de este mundo nos ha
llevado a donde estamos. Pero esa racionalidad es mala. No la Racionalidad con
mayúscula. Hay una racionalidad que es buena. También se puede hacer arte
racionalmente, con tu razón, con tu concepción del universo y siendo explícito.
Calentá la pava que el agua está fría.
El pelado
no natural sino afeitado se paró de inmediato como si el pedido del Fúser, como
él llamaba a su amigo Adrián, fuera una orden. El cariño y la admiración
recíproca eran evidentes en esa tarde. Las paredes pintadas sobre los
ladrillos, el piso de cemento, los techos de chapa, el agua para el mate sacada
de un fuentón eran el marco de la charla. Dos pibes un poco locos, un poco
delirantes, un poco soñadores, un poco resentidos.
-Yo no
creo en la racionalidad -dijo el Pelado-. Yo creo en la pasión, en el monólogo
interior, en la subjetividad, en lo psicológico, en la esencia misma del ser
humano.
-Pero la
psicología del ser individual está moldeada por el mundo social que lo rodea.
El ser social determina la conciencia individual. Somos seres sociales. Y te
guste o no, racionales. Pasión y razón, esa es nuestra esencia.
-Si. Pero
prefiero la pasión. La amistad es pasional, a mí me une con vos la pasión. Yo
te admiro porque sos un tipo apasionado. La pasión te mueve a ser lo que sos.
-La razón
también. Lo que hago lo pienso. Y además, así como creo que hay racionalismo
bueno y malo, creo que hay pasiones buenas y malas. No todo lo racional es malo
ni todo lo pasional bueno -manifestó Adrián ante la atenta mirada de su mejor
amigo-. Hitler era un apasionado, Gandhi era racional. En realidad somos un
poco de cada cosa, pero hay razonamientos que conducen al mal y otros al bien,
así como hay pasiones que llevan al bien y otras al mal. Además, lo que es
bueno para vos puede ser malo para mí. ¿Quién tiene la verdad sobre la
concepción del bien y del mal? Esas concepciones son psicológicas pero
principalmente sociológicas. La ética y la moral dependen de las coordenadas espacio-temporales.
Si vos hubieras nacido en un pueblo musulmán, seguramente tendrías una visión
del mundo diferente a la que tenés ahora. El ser social determina la conciencia
individual.
-Yo creo
que no del todo -dijo el Pelado moviendo las manos-. Sino todos pensaríamos más
o menos igual, y yo no pienso ni siento igual que Struggersen y vivo en
el mismo tiempo y espacio que él.
-Lo que
yo digo es que hay un pensamiento y un sentir más o menos hegemónico. Siempre
hay ideas contrarias, pero generalmente hegemoniza una visión. Además existen
ciertos límites para decir y hacer para todos. Estamos moldeados socialmente.
-Nadie
vive en mi pensamiento, yo trato de abstraerme y de ser un ser libre e
individual.
-La
verdadera libertad es la soledad -cantó Adrián.
Los
chicos sonrieron cómplices porque la frase del Indio cayó justa. Frase compleja
a pesar de su aparente simpleza. ¿Se puede ser libre estando solo? ¿No da
libertad el amor?
-Y es una
frase que corre para mi lado -continuó Adrián-. Creo que quiere decir que el
hombre inmerso en sociedad es un preso de los pensares socialmente
determinados. Solamente podemos ser verdaderamente libres si nuestros
pensamientos no son regulados; esto es, si estaríamos solos.
-Ahí
surge otra cuestión: ¿es el hombre naturalmente social? ¿Hay algo de su
naturaleza, de su esencia que lo obligue a convivir con otros sujetos para
sobrevivir? -planteó el Pelado.
-Que el
hombre vive en sociedad es un hecho de la realidad objetiva. Pero que sea
indispensable para su supervivencia es, por lo menos, cuestionable. Lo que pasa
es que se confunde lo natural con lo naturalizado. El ser humano naturaliza
constructos sociales. Pero no creo que la naturaleza del hombre sea social en
el sentido en que no puede sobrevivir estando solo. Si vos sos abandonado en
una selva cuando sos bebé seguramente morirás por falta de leche. Es una
dependencia natural hacia la madre o hacia la leche. Pero es lo único. Cuando
no dependés de eso, ya te podrías procurar el alimento, te resguardarías del
frío, aprenderías a defenderte de los peligros. Es muy probable que sobrevivas.
El medio ambiente condiciona tu manera de ser.
-Claro,
claro -dijo el músico-. Podrías sobrevivir. Eso que dijiste sobre el bebé y la
madre me parece clarificador con lo relacionado al tema de las adopciones
homosexuales.
-Nos fuimos al
carajo. Esto es la semiosis infinita de la que me habló Marisa -rió Adrián-.
¿Qué tiene que ver, che?
-¿Viste
que dicen que los gays no pueden adoptar chicos porque no es natural? Bueno, yo
escuché a un psicólogo, aunque no son santos de mi devoción, los psicólogos
digo. Este chabón dijo que la única dependencia natural que tiene un bebé de
una mujer es la leche del pecho, como también y tan bien lo dijiste vos. No es
natural que a un chico lo críe un hombre y una mujer. No es natural, se
acostumbra así, pero en otras sociedades los chicos se crían en grupo o de
maneras diferentes a las que los criamos acá.
-Hombre y
mujer como padres no es natural, está naturalizado. Es una construcción social
aceptada que logró estatus de natural. Pero no lo es. Dicen que lo mejor para
un niño es que lo críe un hombre y una mujer. ¿Quién lo dice? ¿Dónde está el
manual? Y si está, ¿quién lo escribió? Es una construcción social. ¿Es esta sociedad
construida con determinadas formas de intercambio, de reglas, de leyes, la
sociedad ideal? ¿Quién lo dice? Y que a un chico lo críe un hombre y una mujer
forman parte de ese conjunto de normas.
-Y así
muchas otras normas -asintió el pelado.
-¿Sabés
que Nietzsche dijo que la moral, las concepciones del bien y el mal fueron
creadas por algunas personas para su propio beneficio?
-Si, ese
tipo sí que era un reventado, estaba totalmente chiflado y escribió un montón
de cosas copadas.
-Y otras
no tanto -se quejó Adrián-. Era medio facho a veces. Le gustaba a Hitler.
-¿Y eso qué
tiene que ver?
-Decía
que el hombre tenía su destino, estaba en contra de los débiles, habló contra
el socialismo porque, decía, era igual al cristianismo porque defiende a los
pobres y débiles -explicó Adrián.
-No
sabía. Habría que leerlo bien, ¿dónde está eso?
-En El
anticristo.
-Qué lindo nombre -casi gritó el Pelado entre carcajadas mientras casi se
ahogaba con el mate-. Si lo tenés, prestámelo.
-Bueno,
pero como te digo, hay cosas buenas y cosas malas. Para mí, se entiende.
Yo no puedo ponerme en juez.
-¿En qué
estábamos? -preguntó el pelado mirando el techo como buscando allí la
respuesta.
-En...
en... Nietzsche...
-Va, qué
sé yo, dimos vueltas por varios lados, como siempre.
Segundos
de silencio, cruce de miradas, encogimientos de hombros, qué se yoes, muecas.
-Ah...
adopción de parejas homosexuales -recordó el Pelado.
-Claro,
eso era. ¿Vos estás a favor o en contra de que los homosexuales se casen?
-¿No
escuchaste lo que dije?
-...
El
Pelado, ante el silencio de Adrián, dijo:
-Mirá, la
simple pregunta está revestida de fascismo.
-Epa...
me dijiste fascista -se quejó Adrián.
-No lo
digo por vos, lo digo por los que lo preguntan en las encuestas o los que lo
plantean en la tele. Yo pregunto: ¿quién soy yo para aprobar o desaprobar lo
que hace otro tipo en su cama? El que quiera vivir con un tipo que lo haga, a
mí no me tienen que preguntar absolutamente nada, a nadie le tienen que
preguntar nada de eso. Es una decisión de cada uno que no le debe molestar a
nadie. El mate no da para más, ¿vamos a tomar una birra?
-No...,
ya me voy, voy a buscar a Marisa a la facu.
-Qué
minita que te conseguiste, guacho, es una diosa -dijo casi con envidia el
músico.
-¿Viste
qué copada?
-Sí,
tiene una cabeza...
-Sí. Ella
fue a una marcha por el orgullo gay. Se divirtió un montón, ama a los
homosexuales. Y se solidariza con su causa -dijo no sin orgullo Adrián.
-Estamos
atrasados acá, loco. ¿Qué les molesta? Una vez, hablando con un policía, un
amigo de mi hermano, él decía que querían echar de la Policía a ese vigilante
que canta porque es puto y desprestigia a la institución.
Dos
minutos duraron las carcajadas. Adrián balbuceó:
-Despres... desprestigia a la institu...
Los
jóvenes lloraban de la risa. Querían hablar pero no podían. Gesticulaban,
querían hilvanar una palabra, pero les resultaba imposible.
-Qué
bárbaro, che -dijo por fin Adrián-. Una institución tan pulcra, qué van a
decir...
-¡Maten
al puto, maten al puto! ¡Acá somos todos católicos! -pudo armar el Pelado.
Más
carcajadas.
-No
me caben dudas -contestó Adrián, mientras se limpiaba las lágrimas.
-Dijo
eso, loco. Dijo que en la Policía son católicos apostólicos romanos y esa
religión no permite la homosexualidad.
-¡A la
hoguera! ¡A la hoguera! -gritó Adrián.
-No hace
falta perder un segundo en comentar lo que dice ese energúmeno.
-No,
chabón, seguí que es lo más divertido que escuché en semanas -soltó Adrián con
otra carcajada.
-Una vez,
el hijo de este policía, comentó que su hermano más grande que estudia para
vigilante, le mandaba 220 con sus compañeros a un sapo.
Otra vez
la carcajada y las lágrimas incontrolables.
-¡Pará,
pará que me duele acá! -gritó desbocado Adrián tocándose el comienzo de las
carretillas detrás de sus orejas-. ¡No, no!
-¡Sapo
comunista, sapo comunista! -apenas pudo decir el Pelado, descostillado.
Adrián con las carcajadas se volcó hacia atrás y casi cae de su silla.
-Pará,
boludo, te vas a matar.
-¡Confesá, sorete, confesá! -gritó Adrián riendo y llorando.
-Qué hijo
de puta, qué hijo de puta -repetían los dos.
-El
Pelado, cebado, dispuesto a seguir con el descontrol, dijo:
-¿Qué
miedo tiene? ¿Que lo contagie el puto? Yo le dije: ¿Qué te molesta el tipo? Y
él me dijo: Yo voy a mear y se me acerca, y me mira. Yo le dije: si no te
gusta, decile y ya está. ¡Y más bien que no me va a gustar! ¡Más bien que
no me va a gustar! ¡Ah!, tiene miedo que le guste.
-No
estará seguro de su sexualidad. Los que desprecian a los gays con demasía es
porque son gays en potencia -dijo Adrián.
-No che,
no digas eso de mi amigo. El es católico apostólico romano. Los romanos eran
fiesteros.
-Todo bien con los gays. Está todo bien con los que lo reconocen y están
orgullosos -dijo Adrián con seriedad.
-Más
bien, loco, es una elección. Y con la gente común que es católica también está
todo bien.
-Pero
esos moralistas fundamentalistas... Son intolerantes, como tu amigo
Struggersen.
-Sí, yo
creo que hay que matar a todos los negros, los putos, los zurditos, que no
quiero mirarlo... -ironizó el pelado mientras miraba de reojo a su amigo.
-Qué tipo jodido; lo pior mirá, lo pior es que lleva mucha gente.
-Esos no
escuchan Radio Diez, escuchan Radio Veinte.
-Están
matando pibes, loco, en nombre del orden matan pibes. La mano se está poniendo
pesada. Yo no confío en el Gobierno ni en la Justicia. Estos la van de progres
y son unos hijos de puta. En el fondo apoyan al viejo.
-También
en la superficie. Es evidente que si por ellos fuera nos matarían a todos. Pero
saben que no pueden, están cagados -espetó el músico.
-Si,
porque la sociedad está dividida, hay presión de los organismos de derechos
humanos, no pueden usar los métodos de la dictadura, hay marchas en contra de
la mano dura. Estamos en una etapa como de transición, no hay un paradigma que
hegemonice entre los sujetos.
-Pero el mensaje de Struggersen es el de doña Rosa, el del tachero, el
carnicero, el de la televisión. Y eso es muy peligroso. Si la gente repite y
repite, ellos matan y matan.
-Por eso
hay que luchar desde nuestros espacios. Vos desde el arte, yo desde mi lucha
-dijo Adrián-. Y así, como en una guerra de trincheras, ir copando lugares,
ganando cabezas, enfrentando a esa cultura fascista con una contracultura
humana, solidaria, de la búsqueda de la equidad. Hay que embanderarse en algo.
-Yo no
estoy de acuerdo con los embanderamientos. La independencia de mi espíritu es
mi tesoro más preciado. Yo respeto lo que hacés, me parece copado, te apoyo a
full. Pero creo que desde la música hago mi laburo.
-Es
verdad, pero a veces me parece que es un poco autista lo tuyo. El arte te salva
a vos, ¿y los demás? -preguntó Adrián.
-Primero
hay que encontrarse a uno mismo y ser cristalino. La política te contamina,
porque terminás adhiriendo a un dogma, a un conjunto de visiones creadas por
alguien alguna vez, y terminás adaptando tus propias visiones a esas
preconcebidas.
-Si te
aislás, les dejás a los chorros de siempre el mango de la sartén. Es una
posición egoísta, te salvás vos mismo y dejás a los más necesitados a la
deriva. Esa es la parte mala que dejó el 20 de diciembre. Si bien parte de la
sociedad descubrió la necesidad de ser partícipe de los destinos del país y se
moviliza y organiza, otros, lamentablemente, se apartaron y odian todo lo que
sea política. Y eso es ser funcional al sistema, porque si te apartás, les
allanás el camino. Y eso pasa mucho, lo veo en la calle, en la tele. Cuando hay
una marcha dicen: déjense de joder; cuando hay un paro dicen: déjense de
molestar. Y eso le conviene al poder. Eso lo crea el poder; está en nosotros
tener una visión crítica y transmitirla -soltó Adrián.
-Claro,
pero vos dijiste que desde el arte también se puede cambiar la cabeza de la
gente. Yo, en mis letras, reflexiono sobre la condición humana, pero no es
absoluta y únicamente una reflexión psicológica. Trato de transmitírselo a la
gente para que la gente reflexione y cambie. Mis letras tienen alto contenido
social y crítico al sistema. Vos lo sabés, no me podés decir eso -recriminó el
Pelado.
Tenés
razón. Lo que pasa es que yo mismo me digo que nunca es suficiente lo que hago.
Por eso mis reproches. Siempre hay más que hacer. Más y mejor. A veces pienso
que tendríamos que salir a pelear. El Che dijo que el estadio más elevado del
ser humano es el de revolucionario.
-¿Y vos
no creés que nosotros no somos revolucionarios? -preguntó el poeta-. Tenemos
ideas revolucionarias.
-Pero con
las ideas no alcanzan, hay que actuar.
-Actuamos. Vos, cuando vas a las marchas, cuando vas al comedor, cuando hablás
en las reuniones estás actuando.
-Pero
nunca alcanza -dijo Adrián con algo de tristeza-. A las palabras se las termina
llevando el viento. Un verdadero revolucionario tiene que salir a pelear, como
el Che.
-¡¡¡Fúser!!! Hay condiciones que se tienen que dar para eso, vos lo sabés, vos
siempre lo decís. Primero, concientizar; después, con el apoyo de la gente,
pelear.
-A veces
me parece que no vamos a ningún lado. ¿Viste la cantidad de gente que lleva ese
hijo de puta? Y a nosotros nos putean.
-Son
batallas, son etapas históricas, no tenés que bajar la guardia -dijo el Pelado mirando
a los ojos a su amigo-. Esto es lo que tenemos ahora. Además, ustedes cada vez
son más. La gente está cambiando.
-Ya lo
sé, ya lo sé. Es que a veces me caliento y tengo ganas...
-A mí
también me pasa -interrumpió el músico-. Hay días en que quisiera agarrar un
fierro como dijo Ricardo Tapia, pero...
-La razón
triunfa sobre la pasión.
-Tal
cual. Ganaste.
-¿Por
qué?
-La
razón.
-¿Ves?
Sos más racional que yo. -sonrió Adrián.
-Pienso,
luego existo, Descartes...
-Es todo
muy complejo, qué sé yo. -se confundió Adrián-. Descartes fue un revolucionario
en su época, porque la Iglesia tenía hegemonía y el ser humano se alzó con su
razón. Pero esa razón... aquí nos llevó. Individualismo, capitalismo, ambición
desmedida, sálvese quién pueda. Nada de igualdad, libertad, fraternidad.
Me voy.
Los
jóvenes se pararon casi a la vez, se dieron un beso, el Pelado lo acompañó
hasta la parada del colectivo.
En el
camino Adrián le dijo:
-Hay
elecciones en la facu y Marisa me pidió que fuera a hacerle el aguante. Hoy
capaz que se arma.
-Y, ¿van
a ganar?
-Ni a
palos, roba el oficialismo. El centroizquierda tiene la manija hace varios años
y siempre ganan. Varias agrupaciones hicieron un frente opositor, esperamos...
esperan salir segundos. Hoy se decide. Es difícil alcanzar la primera minoría.
-¿Por qué
ganan siempre? -preguntó el Pelado.
-Se dan
varios factores. Hoy son todos progres. Además, ellos tienen el voto cautivo de
los ingresantes, porque tienen un buen aparato y para las elecciones hacen una
buena campaña, y a los ingresantes los chamuyan muy bien, amor y paz, somos
estudiantes como vos. También juegan sucio, días antes de las elecciones
aparecen agrupaciones fantasma que se presentan a los comicios. Ponen banderas
del Che Guevara o se dicen de izquierda. Así le quitan votos a la izquierda.
-Qué
hijos de puta.
-Reverendos hijos de puta.
Adrián
paró el colectivo y subió.
IX
La Facultad parecía
una cancha de fútbol. Bombos, banderas, cánticos hostiles de una agrupación a
otra. Los oficialistas ganaron con el 47 por ciento. Los estudiantes vencedores
cantaban su triunfo ante la bronca de los opositores. La alianza de izquierda a
la que pertenecía Marisa logró el 19 por ciento de los votos y entró en tercer
lugar.
En medio
del tumulto Adrián buscaba a su novia. Ella estaba exaltada gritando
improperios contra los vencedores.
-¡Hacé un
piquete la puta que te parió! / ¡Hacé un piquete la puta que te parió -gritaba
el grupo de Marisa.
-¡Ganá
elecciones, la puta que te parió! / ¡Ganá elecciones la puta que te parió!
-respondían los ganadores de la socialdemocracia.
Adrián se
acercó a su novia, la abrazó y la besó con pasión y se unió a los cánticos. Y
así estuvieron más de media hora, casi sin hablarse, a puro grito, con los
rostros enrojecidos y miradas de pocos amigos hacia el bando contrario.
-¡La
historia no terminó / vamos a hacer la revolución! -cantaba y saltaba abrazada
la pareja en medio de un grupo de unos cincuenta jóvenes y algunas banderas.
-Vamos a
tomar algo al buffet -le dijo Adrián a su novia cuando todo empezaba a
calmarse.
-Vamos
-aceptó la chica.
-La
conservadora juventud universitaria... -se quejó el joven mientras caminaban
por el pasillo.
-Era
sabido que ganaban.
-Flojo lo
de ustedes.
-También
era sabido, los putos de la Triunfaremos se cortaron solos, ahora apoyan al
Presidente -manifestó ella con cara de asco.
-Salieron
segundos.
-Sí,
soretes.
La pareja
ingresó a la cafetería, compraron dos gaseosas y se sentaron. Luego se miraron
a los ojos y se fundieron en un gran beso.
-Ya fue.
Otro año, la lucha continúa -dijo ella-. Hay mucho que remar acá.
-Y afuera
también. ¿Viste que mataron a un pibe del barrio? A Marito, creo que lo
conocés, el morochito que vendía facturas de la panadería.
-¿...?
-Marito,
el hijo del gordo que tiene el tatuaje de la espada y la serpiente.
-¿De tu
barrio? ¿Del MVL?
-Sí, es
un flaquito, pendejo, onda cumbia, gorrita; laburador como él solo. En la
bloquera era un animal como trabajaba. ¿Te acordás que te conté? -insistió
Adrián.
-¿El
padre estuvo preso y él andaba en la droga?
-Sí, la
puta madre. Hace como seis meses que entró en el Movimiento y andaba rebién, se
estaba recuperando, era un pibito con un corazón así de grande. No permitía que
nadie laburara más que él. En los talleres quería aprender, iba a empezar el
secundario. Estaba con unas pilas...
-¿Qué se
comenta?
-Y...
dicen que lo agarraron afanando un kiosco. Seguro que es todo verso. Marcelo,
el abogado, ya está investigando y vamos a ir a la Correvi. Tenía tres tiros en
el cuerpo y uno en la cabeza.
-Se están
zarpando -dijo Marisa lloriqueando-. Primero, nos rompieron el comedor;
después, nos tirotearon el frente de la biblioteca, ahora esto. Y el asesinato
de Raulito, por el que hicimos aquella marcha ¿Qué vamos a hacer, qué vamos a
hacer, Adri?
-Hay que
ir a la Justicia, hacer marchas, seguir con la lucha, ¿qué otra nos queda?
Marisa
prendió un cigarrillo, su novio la acarició con ternura y le secó las lágrimas
con los dedos. Se miraron seriamente por varios segundos sin decir palabras.
-Hijos de
puta, después nosotros somos los violentos. Esto es como la Triple A -dijo
ella.
Un joven
grandote, de ojos celestes que pasaba al lado de la mesa, al ver la cara de
Marisa, le dijo:
-Ya van a
ganar alguna vez, che, no lloren.
Era un
militante de la Socialdemocracia Universitaria. Adrián se puso de pie
como impulsado por un resorte y lo tomó del cuello.
-¿Vos
quién carajo sos, negro? -dijo el universitario-. Yo nunca te veo cursando.
Soltame.
-¿Querés
saber quién soy, puto? -gritó Adrián mientras todo el buffet observaba.
-Vos sos
de los cabeza de tacho de los Villeros por la Liberación, seguro, que vinieron
acá a hacer quilombo sin ser estudiantes.
Adrián lo
soltó y le dijo:
-Que yo
sepa la Universidad no es tuya, aunque creas que es así. La Universidad es del
pueblo, así que yo vengo cuando se me cante el culo. Y no me rompas las pelotas
porque te rompo esa cara de pelotudo que tenés.
Dos
muchachos se acercaron. Uno de ellos tomó del pelo y el otro del brazo a
Adrián. A los empujones lo intentaron sacar de la cafetería. Cayeron algunas
sillas. Marisa gritaba que lo dejaran. Luego se presentó un pibe de pelo largo
y barba de la agrupación de Marisa y gritó:
-Ale,
dejalo.
-Con vos
no es la cosa -contestó.
-Dejalo
-dijo el que había tenido el altercado con Adrián-. No hagamos quilombo.
El
muchacho del Centro de Estudiantes miró fijo a Adrián y le dijo:
-¿Quedaron calentitos? Chau, villa. Lenchu.
Al rato
el bar se llenó de militantes amigos de la pareja para interiorizarse de lo que
había pasado. Algunos querían ir a buscar a los socialdemócratas, pero
primó la cordura y decidieron dejar pasar el altercado.
X
Un grupo de diez
jóvenes intentó subir a un colectivo. Uno de los chicos llevaba un caño de
plástico que oficiaría de mástil de una bandera que otro llevaba sobre sus
hombros. El colectivero le dijo:
-Con eso
no, flaco.
-Dale,
loco, no pasa nada.
-Te dije
que no, macho.
-Dejalo,
esperamos otro -intervino Adrián desde el estribo.
El
colectivo partió y los jóvenes quedaron
abajo.
Qué
gorila, qué ortiva, no lo dejan, vamos a pata, esperemos otro, se hace tarde, a
qué hora tocan, a las 10.
Menos mal
que los bajó, estos son de los Villeros, son todos negros, no diga eso señora,
son todos chorros, luchan por un país mejor, están drogados, usted qué sabe.
-Linda
noche para tomarse una birra -tiró a la nada un morochito adolescente.
-Adrián,
que parecía el líder del grupo, solamente lo miró. Y con eso bastó para que el
chico desistiera de su idea.
Un pibe
le dijo en voz baja a otro:
-Está
prohibido el alcohol.
-Pero acá
no estamos...
-Decile a
Adrián.
-...
-hizo un gesto de desconsuelo.
¿Caminamos compañeros? A ver, ¿quien vota por caminar? Son como veinte cuadras.
Llegamos enseguida -dijo Adrián.
Hace
calor, esperemos otro, no nos van a llevar, se hace tarde, votemos.
Siete a
favor, dos en contra y una abstención. Vamos. Risas, chistes, miradas
desconfiadas a la Policía, cuánto falta, ya llegamos, viva La Primera Intifada.
Por fin
grupetes y parejas con caras de ir al recital. Algunos tomaban alcohol, otros
fumaban marihuana, otros las dos cosas. Pero el grupo comandado por Adrián se
mantenía al margen y caminaba hacia la puerta del local. Algunos se unían al
grito de «¡Intifada / Intifada!»
Marisa y
Adrián se sentían identificados con canciones de la agrupación de rock. Durante
el recital saltaban abrazados y cantaban a los gritos la mayoría de los temas.
Adrián se paseaba a veces en medio del pogo con una bandera del Che Guevara y
volvía rápidamente al lado de Marisa.
-Este
show está dedicado a Marito, el chico que mató la Policía por luchar por un
país más justo -dijo el cantante de «La Primera Intifada» por el micrófono-. Y
a todos los que son asesinados cobardemente en nuestras villas. Nosotros somos
la Revolución, únanse a la lucha para cambiar la historia. ¡¡¡Y ahora... vamos
con esa!!!: ¡¡¡«La historiaaaa nooo terminó»!!!
Los
primeros acordes de la canción impulsaron a Adrián y Marisa hacia adelante.
Levantaban los brazos frente al escenario, saltaban, gritaban desaforados el
estribillo:
¡¡¡Oh nooo!!!
¡¡¡La historia no terminó!!!
¡¡¡Oh nooo!!!
¡¡¡Vamo´ hacer la Revolución!!!
Cuando se
encontraron a la salida en la puerta, estaban todos transpirados y
desalineados. Exhaustos y sedientos buscaron un kiosco y compraron dos
gaseosas.
¿Por qué se llaman «La Primera Intifada»? -consultó despatarrado en el piso uno
de los amigos de Adrián. Este tomó la palabra y le explicó:
-Tiene que ver con la larga lucha que llevan los palestinos defendiendo su
territorio contra la invasión de Israel. La primera resistencia que el pueblo
hizo: la gente, incluidos mujeres y niños, pelearon con piedras y palos contra
el ejército israelí apoyado por Estados Unidos.
-Ah, mirá
vos.
-Che,
¿quién es ese ponja del que habla el tema «La historia no terminó»? Fukuyama, o
algo así. -le preguntó a Adrián una casi niña del grupo.
-Fukuyama
es un ponja que...
-No es
ponja, es yanqui -interrumpió Marisa.
-Creí que
era japonés.
-Creo que
es hijo de japonés, pero es norteamericano.
-Dale
vos...
-Si,
mirá, el tipo, Fukuyama, escribió un libro que habla del fin de las ideologías
y de la historia. Por eso el tema. Fukuyama dice que la historia terminó porque
el capitalismo triunfó y ya no habrá más cambios estructurales en el mundo. La
caída del muro de Berlín en 1989 significó la caída del comunismo soviético y
Fukuyama dice que con eso se acabaron las ideologías. Dice que todo el mundo es
y seguirá siendo capitalista y no existirá oposición política.
-Todo
verso -reflexionó la bonita preadolescente con un gesto que mostraba que había
entendido-. ¿Y nosotros? ¿Estamos pintados?
Marisa y
Adrián se miraron satisfechos. Ella se acercó a la chica y la abrazó.
-No Moni,
no estamos pintados. Nosotros somos la resistencia -dijo Marisa emocionada. Y
comenzó a cantar bajito el estribillo de la canción haciendo gestos para que la
acompañaran. Todos se unieron a cantar el tema completo.
XI
-No podemos quedarnos
de brazos cruzados, algo hay que hacer urgente. Yo estoy de acuerdo con lo que
planteó Alberto en la asamblea, tenemos que profundizar la lucha, llamar al
paro general con movilización. Al pibe lo picanearon. Y no es el primero. Los
fusilaron a Marito, no aparece Diego -le dijo Adrián a Marisa en la puerta del
aula.
-Ahí
viene. Este tipo es una masa. Es de los pocos rescatables.
-Sí, me
dijiste... Andá, suerte. Te amo.
-Yo
también, mi amor; vení a buscarme.
Se dieron
un beso interminable y Marisa ingresó al aula. Adrián caminó por los pasillos
de la facultad con su andar algo soberbio. Tal vez sea su porte lo que connota
altivez, pues posee una gran caja torácica; es alto y sus largos rulos llaman
la atención tanto de las chicas, que no pueden evitar dirigir sus miradas al
muchacho, como la de algunos varones. Adrián camina como quien saca pecho, el
que se destaca detrás de su remera ajustada que pone en primer plano la sigla
EZLN, con la lentitud y el tranco del que involuntariamente se hace notar. Su
mirada jamás se detiene en el suelo. Mira fijo hacia el frente, ora a la
derecha, ora a la izquierda. Sus ojos marrones destilan seguridad y cuando la
cruza con algún transeúnte que se fija en él, nunca recula, nunca se oculta,
siempre sale triunfante. Pasa frente al stand de la agrupación socialdemócrata:
allí están los muchachos que dirigen el Centro de Estudiantes. Algunos lo
reconocen y lo observan pasar; él los observa también mientras aquellos
cuchichean y sonríen burlonamente. Por un segundo, Adrián parece detenerse
mirando fijo a algunos de los chicos y chicas de la mesa oficialista, ellos
bajan la mirada, él sonríe, mueve su cabeza. «Soretitos», se dice. Y sigue
andando.
Ahora sí se detiene. Lo hace en la mesa de la Triunfaremos, en donde tiene
algunos conocidos. Reparte algunos besos y luego pregunta con ironía mientras
golpea suavemente con la palma de la mano una foto del Presidente pegada en la
pared:
-¿Y la
foto del Che que estaba pegada acá?
Nadie le
contesta, todos sonríen nerviosamente, como sintiéndose en falta.
-¿Cómo andás, Adri? -le consulta uno de los chicos, un rubiecito chiquito que
hasta hace poco usaba el pelo largo y barba pero que ahora luce mucho más
formal.
-Bien,
che, siempre en la lucha.
-Nosotros
siempre en la lucha -le contesta con complicidad el militante de la Triunfa.
-Lo que
no queda bien en claro es por lo que luchamos...
-Yo la
tengo clara: contra el imperialismo.
-¿Y tu
presi también? -no pudo evitar decir Adrián, ya que la agrupación Triunfaremos
ahora es oficialista en lo que respecta a la política nacional.
-Claro
que sí, hay que detener a la derecha y el Presidente lo está haciendo.
-Yo o el
caos, eso ya lo escuché.
-Hace lo
que puede, hay que apoyarlo, tenemos que pelear junto a él por nuestras
reivindicaciones. Sino vuelve la derecha.
-Así
frena a la verdadera izquierda, mejor dicho -retrucó Adrián.
-¿No
estás de acuerdo con un gobierno nacional y popular?
-¿Enserio
me lo decís, Alfredo? ¿De verdad pensás eso? ¿Dónde quedó tu visión crítica?
Este tipo nos está engatuzando, loco, lo hace para calmar a las fieras, él
tiene puesta la camiseta burguesa debajo de su imagen combativa.
-Hay que
ir despacio y nosotros le tenemos que hacer el aguante, sino se vienen con todo
de vuelta... otra embestida neoliberal -argumentó Alfredo como queriendo
mostrar seguridad en sus aseveraciones, pero su tono y sus gestos demostraban
lo contrario.
-Esto es una
especie de neokeynesianismo, él mismo lo di...
-Y bueno
-interrumpió el militante de la Triunfaremos-. Vamos por el camino. Primero,
derrotar el neoliberalismo atroz, después los cambios más profundos.
-Tu presi
habló de John Keynes.
-Bueno,
un Estado intervencionista, no dejar todo librado a la mano invisible del
mercado, enfrentar a los poderes económicos internacionales.
-Todo chamuyo,
si es el que más paga.
-Despacio, man,
sino se viene la derecha -insistió Alfredo.
-Yo diría,
insisto, sino se viene la izquierda. John Keynes, meter mano para regular y
evitar el avance del pueblo patriótico. Eso es lo que hizo Keynes, eso es lo
que hace tu presi. ¿Sabés lo que dijo Keynes?:
«La lucha de clases me
encontrará del lado de la burguesía».
El de la
Triunfa agachó la cabeza. Adrián, luego del silencio de su antiguo compañero de
marchas, se despidió con apuro. En su camino hacia la puerta pensaba: «¿Qué
pasará por la cabeza de estos pibes? ¿Estarán convencidos o las directivas
bajan del partido y ellos obedecen? Qué contradicción se les debe presentar,
ahora tienen que ir a las marchas oficialistas a apoyar a un tipo que viene de
lo peor de la política de la tranza, que es continuista pero que se disfraza de
progre. Bueno, que se jodan, al final de cuentas son unos vendidos.»
-Esperamos un ratito que lleguen todos y largamos -manifestó el docente en el
aula donde Marisa había entrado-. Pero podrían ir acomodando los bancos acá
adelante para el primer grupo que va a exponer. ¿Hay algún voluntario?
Marisa
cruzó miradas con su grupo y todos asintieron.
-Nosotros
-dijo Marisa.
-Siempre
hay valientes. Yo cuando estudiaba quería ser el primero. Pero no por una
cuestión de valentía, sino por una cuestión de cobardía. Pasaba primero para
sacarme rápido la presión. Y encima quedaba como valiente. ¿Están todos?
-Sí, nuestro grupo está completo.
-Bien,
bien. Podríamos empezar, ¿no? Los que faltan van a ir llegando. Son varios
grupos y no sé si va a alcanzar el tiempo. Respeten el tiempo. Media hora,
máximo 40 minutos cada grupo. Es una cuestión de respeto por los demás.
Los
chicos se sentaron. Eran cuatro. Dos chicos y dos chicas. Marisa tomó la
palabra.
-Nuestro
trabajo se basa en la dicotomía campo-ciudad en el pensamiento sarmientino. Es
importante ver cómo construye Sarmiento su discurso, el tipo de calificativos
que utiliza para los actores sociales del campo y los de la ciudad. Y vamos a
ir notando una oposición muy notable en la forma en que Sarmiento califica a la
gente de ciudad en comparación con la gente del campo.
Para este trabajo usamos material de cátedra y el libro «Facundo», que
Sarmiento escribió en honor, entre comillas, a Facundo Quiroga.
Bien, en
primera instancia yo desarrollaré el tema con una mirada político-sociológica;
mi amigo Maxi, aquí a mi derecha, como estudiante de letras le dará a su
análisis un tinte más literario. Mariel, por su parte, hilvanará su exposición
con una mirada más antropológica cultural. Y cerrará Walter con una visión
semiótica, como estudiante de comunicación. Al final realizaremos entre todos
las conclusiones y cómo repercute toda esta problemática hoy en día.
Marisa
miró al docente, realizó un paneo general del auditorio y se lanzó con su
exposición:
-Sarmiento muestra en Facundo de forma explícita su postura en favor del
iluminismo europeo mediante oposiciones. Para el autor, la guerra social no es
de clases ni de grupos sino de elementos campesinos contra los urbanos. No
explica qué es la civilización y qué es la barbarie, sólo asevera que la primera
reside en las ciudades y la segunda en las campañas, como se llamaba en el
siglo XIX al campo. En este sentido, el autor le imprime gran carga ideológica
a ambos campos semánticos, disculpen si me meto un poco en el terreno
semiológico, pero todos sabemos que las fronteras entre las ciencias sociales
son muy difusas.
Decía que
la ciudad tiene las características de las urbes europeas, más precisamente de
Francia e Inglaterra, mientras que en el campo reinan costumbres americanas,
españolas y africanas.
Al campo
lo describe como compuesto de bosques y llanuras inmensas, de horizontes
inciertos acechados por indios salvajes y gauchos malentretenidos que atacan y
roban las caravanas de carretas. La ciudad, por el contrario, es el depósito de
la cultura, sus habitantes son personas con elegancia en los modales, vestidos
europeos, vida civilizada. Allí residen las leyes, la organización municipal.
De todas formas, se queja de que la ciudad, en el momento en que escribió
Facundo, estaba siendo arrasada por el salvajismo de Rosas.
Sarmiento
muestra a su manera algunas características de tres personajes del campo: el
rastreador, al que califica de hombre grave y misterioso, es el encargado de
seguir las huellas de reos buscados por la Justicia. El baqueano es un gaucho
que conoce a palmos las llanuras los bosques y las montañas. Algunos trabajan
para el ejército. El tercero es el que describe con mayor saña: el gaucho malo.
Este personaje, según Sarmiento, odia a las poblaciones de blancos, es
pendenciero, borracho, malentretenido, ladrón de caballos. Es un ser divorciado
de la sociedad, perseguido por la ley.
La
visión de la campaña por parte de Sarmiento está marcada por la alteridad.
Desprecia las costumbres campesinas y admira las de las ciudades por ser
similares a las civilizaciones europeas. A pesar de venir del interior, el
autor reniega de sus orígenes, los detesta. Da la sensación de que Sarmiento
tuviera una visión similar a la de los viajeros europeos de la época de la
colonia, como si el análisis de este libro hubiera sido hecho por un europeo.
La
dualidad campo-ciudad está descrita en la escritura sarmientina de una forma
violenta y explícita. Su postura política en favor de la civilización de las
ciudades y en contra de la barbarie campesina es arrasadora y no escatima
términos altamente connotados para justificar su postura extremista.
Esta
mirada sarmientina del interior se ve reflejada en los últimos años de nuestra
historia: en los años del primer gobierno de Perón, muchos ciudadanos del
interior del país llegaron a la Capital en busca de trabajo. Los habitantes de
clase media y alta de la ciudad calificaron a esta corriente como «aluvión
zoológico», y a los venidos de las provincias como «cabecitas negras».
Este
rechazo a nuestras raíces y el desprecio por los pobres y morochos puede verse
claramente hoy: el rechazo de ciertos sectores a los movimientos
socio-políticos compuestos mayormente por gente de los barrios pobres del gran
Buenos Aires, muchos de ellos de tez morena y rasgos aindiados.
En este
sentido, quisiera tomarme la licencia de citar a Sigmund Freud, quien asevera
que los individuos persiguen el «ideal de la cultura». Hoy, en las
sociedades occidentales, este ser ideal es aquel hombre vestido de traje con
rasgos más bien anglosajones, triunfador en los negocios. Mientras que en el
extremo opuesto están los pobres de tez morena. Despreciar a los segundos e
imitar a los primeros es una manera de parecerse a lo que nos tenemos que
parecer y diferenciarnos de lo que no queremos ser. Hasta algunos sujetos
de niveles socioeconómicos bajos adscriben también a esta postura. Se
identifican con quienes están arriba en la escala social y desprecian a los de
su clase como forma de negación.
Estos
rasgos caracteriales de los sujetos de nuestro país son una clara herencia de
la ideología que tan bien pregona Sarmiento en su libro Facundo.
Sarmiento era un político que, si bien llegó del campo, renegaba de los
argentinos del interior. Su odio por todo lo que venía de las provincias fue
tal que llegó a decir que los gauchos eran «bípedos implumes», y su sangre no
debía ser escatimada. De hecho, fue el primer gran genocida. Cuando tuvo el
poder suficiente organizó campañas militares para asesinar a los pueblos
originarios y gauchos de manera, digamos, demencial.
Si
hacemos una comparación entre los desaparecidos durante la última dictadura
militar y los asesinados por la mano de Sarmiento, veremos que
cuantitativamente fueron muchos más los últimos. Es necesario hacer una revisión
histórica sobre la figura de Sarmiento, ya que en la escuela nos enseñan que
fue el padre de la educación y ocultan que fue un verdadero asesino de miles y
miles de argentinos que se oponían a su política y la de la elite porteña.
Sarmiento es un personaje siniestro de nuestra historia en su lucha contra lo
nacional. El quería aniquilar a los provincianos y poblar de europeos el país.
Recuerdo un discurso que leí de Mitre, un aliado de Sarmiento, en el cual el
general, frente a un auditorio de ingleses, dijo no considerarlos extranjeros.
De hecho su política económica se basaba en el ingreso de capitales británicos.
Y asesinó a todos los que se opusieran.
Chacho
Peñaloza, por ejemplo, era un caudillo que se oponía a la política
pro-británica y centralizada en Buenos Aires, porque, decía Peñaloza, eso
provocaba la miseria de las provincias. Cuando Mitre era gobernador, hizo
degollar a Peñaloza y expuso su cabeza ante la gente. A ese acto,
Sarmiento lo calificó de ejemplar para que la chusma tuviera terror de
enfrentar al gobierno. La chusma, así llamaba Sarmiento al pueblo.
El autor
del Martín Fierro, José Hernández, decía de los unitarios que eran asesinos.
Fue una lucha política. Desde esa época se empezó a perfilar el capitalismo
salvaje. Salvaje, ¿no?, justo. Calificar a la política sarmientina de la manera
en que él calificaba a sus opositores.
Para
terminar mi exposición, quisiera citar una frase de Álvaro Barros: «La
civilización por el exterminio, no es civilización sino barbarie».
Nada más,
ahora continúa aquí, mi compañero y amigo personal Maximiliano Ferreyra con su
análisis literario.
-Antes quisiera hacer algunas acotaciones con respecto a lo que dijiste, Marisa
-intervino el profesor-. Es importante notar la saña de Sarmiento contra el
gaucho y la gente del interior. Como bien dijiste, allí se empezó a perfilar la
política del liberalismo europeo aplicado en América. Es como que cambiamos de
dueño: de España a Gran Bretaña. Hoy estamos bajo la órbita norteamericana y de
Europa occidental. Es la mirada para afuera que conforma nuestra idiosincrasia.
Es como que existe una repulsión a lo que se parece a lo nativo y un culto a lo
extranjero. Y es lo que hoy parece prevalecer. Coincido con tu mirada crítica.
¿Cómo se explica que en la Argentina se ice la bandera a media asta por los
muertos en atentados en Europa y no se haga lo mismo por los muertos de hambre
todos los días acá o los muertos en Oriente Medio?
Luego
vinieron las exposiciones de los compañeros de grupo de Marisa, se realizaron
las conclusiones y el docente efectuó comentarios sobre el trabajo. Calificó de
«interesante, claro y sin eufemismos» al material compartido por el grupo.
-Esto es
lo que quiero, que se comprometan con los textos. A ustedes no les sirve preparar
un tema sin que les haga ruido. Tienen que tomar postura; yo puedo compartir o
no su visión, pero me gratifica de sobremanera cuando toman partido, porque eso
significa que les interesó el tema. Y, lo que es más importante, porque eso los
hace seres pensantes. Aquí hay algunos alumnos que me dijeron que no les gusta
que se hable tanto de política. ¿De qué quieren hablar? Esto es sociales,
muchachos. Todo tiene que ver con la política; sino, se equivocaron de carrera.
Marisa
levantó su mano derecha, pidiendo la palabra.
-Marisa -cedió el profesor.
-Es que
todo discurso es político. Todo lo que nosotros decimos, lo que todos dicen, es
ideológico.
-Sí, pero
están bajando línea constantemente -intervino enojada una mujer no muy joven,
docente ella.
-¿Y en la
escuela, ustedes no bajan línea? -también se enojó Maxi.
-Pará,
pará, dejá que se exprese -reprendió el profesor.
-Disculpe
profe, pero esta materia debería llamarse «Péguele a Sarmiento». Porque está
muy bien que cada uno tenga su punto de vista, está bien que se revise la
historia. Pero lo que no veo bien es que usted dirija ideológimamente los
contenidos de los trabajos de los alumnos. Porque usted, en las clases
anteriores, habló muy mal de Sarmiento, entonces, los alumnos hacen sus
trabajos en esa dirección. No nos otorga la libertad de sacar nuestras propias
conclusiones, nos direcciona.
-Todos
direccionan, mami -dijo Maxi-. Todos. En estos temas es imposible hablar
objetivamente.
-Yo, a mis alumnos del Polimodal, trato de brindarles información objetiva. Que
ellos saquen sus propias conclusiones.
-No, no es así -intervino otra vez Marisa-. Vos pretendés ser objetiva, pero no
lo sos. Lo que pasa es que creés que tu postura es objetiva. Pero no deja
de ser una visión parcializada de las cosas. La visión oficial de la historia
se quiere mostrar como objetiva, y vos creés que reproduciéndola estás siendo
objetiva.
Mientras
ocurría este debate, el profesor revolvía entre sus papeles buscando algo.
Cuando pudo intervenir, dijo mientras mostraba un planisferio:
-Decime,
Mabel. Este mapa del planeta, ¿es una reproducción objetiva de la Tierra?
-No
-contestó con seguridad-. La tierra no tiene esa forma, no es plana.
-Muy
bien, pero hay más.
-Claro,
lo que pa...
-Marisa,
dejala a ella. Perdoname Mabel, que te ponga en esta situa...
-No, no por favor. Es muy interesante.
La
docente, estudiante de Ciencias de la Educación, pensaba en silencio.
-Marisa
-dijo el profesor.
-Lo que
está arriba y lo que está abajo.
-Exacto
-manifestó el profesor- ¿Por qué el norte está arriba y el sur, perdido allá
abajo?
-Para mostrar la superioridad del norte sobre el sur -otra vez Marisa-. Es
ideológico.
-¿Estaría
mal el mapa visto de esta manera? -preguntó el docente presentando el mapa al
revés, con el sur arriba y el norte abajo.
-Y no...
-reconoció Mabel-. Es verdad, en el espacio no hay arriba ni abajo; además, la
tierra gira permanentemente. No lo había pensado.
-Lo que
pasa es que los sujetos sociales tenemos la tendencia a naturalizar ciertas
posturas. Más si está revestido con el halo de ciencia. Seguramente vos le
mostraste este mapa muchas veces a los chicos pensando que estaba bien así, que
Europa y Estados Unidos están arriba y nosotros abajo. Pero ni una cosa ni la
otra.
-Qué
grooosso -le dijo suavemente pero con voz ronca Maxi a Marisa al oído.
La chica
sonrió con complicidad y satisfacción. Mabel, por su parte, hizo gestos con su
rostro que mostraban aprobación.
Los otros
grupos expusieron sus trabajos. Cada uno lo hacía a su manera. Un grupo pasó
una grabación de sonido, otro hizo una obra de teatro. El tercer grupo, como
cierre de su trabajo, leyó un relato escrito por una de sus integrantes: una
mujer mayor muy parlanchina y desenvuelta. El relato estaba atribuido a una
persona perteneciente a un pueblo originario.
«Yo vivía
con mi familia en un bosque a orillas de un río. Por las mañanas desayunaba con
mi mujer e hijos y me dirigía a pescar o a cazar para traer alimentos. Volvía
con mi presa y la asábamos con gran alegría. Luego de comer dormíamos una larga
siesta bajo los tupidos árboles en verano y dentro de la choza cuando el frío
del invierno arreciaba. Al levantarnos nos bañábamos en el río y al caer la
noche nos juntábamos con nuestros vecinos a festejar la vida, a compartir
experiencias y a rendirle culto a los dioses.
«Pero un
día vinieron a devastar el bosque con máquinas malignas, pues un hombre de la
ciudad decía ser el dueño de esas tierras. Ahora trabajo 12 horas al día y con
lo que gano padecemos grande miseria y ya no podemos festejar la vida.
«Han pasado
varios años y se dice que el que se dice dueño de las tierras ahora vive en su
casa en un bosque a orillas de un río, suele cazar y pescar por diversión y por
las noches se junta con sus amigos a festejar la vida.»
La
obra de teatro del último grupo fue el cierre de la materia. Los alumnos y el
profesor se dirigieron al auditorio de la facultad y allí el grupo hizo una
representación de la corrupción política de la oligarquía de principios del
siglo XX en la Argentina. Y al final repartieron empanadas y vino entre los
alumnos.
XII
Marisa servía el
humeante guiso que sacaba de una gran olla. Cada comensal esperaba ansioso su
turno y las risitas agudas y pícaras llenaban el ambiente de pisos de tierra y
techos de chapas. Los chicos eran más de 30 y venían de las cercanías del
comedor que se hallaba en el mismo terreno que un pequeño local que oficiaba de
biblioteca. Tardaron más de dos años en levantar el galponcito donde ahora
comían los vástagos del barrio. Fue muy difícil conseguir las chapas a bajo
precio y más difícil todavía juntar el dinero. Se fue juntando cada mes con un
aporte voluntario de quienes cobraban el subsidio para desocupados y por ayuda
de algunos que conseguían changas o tenían trabajo. Las paredes fueron
creciendo al ritmo de los niños. Muchos meses, un par de años se tardó en
llegar hasta una altura como para poner las chapas. Adrián fue el arquitecto,
oficial albañil y peón de la construcción, aunque también cabe destacar que fue
ayudado por otros militantes Villeros. Por eso, ese comedor era tan
importante para Marisa y Adrián. Era como su hogar. Y se habían conocido justo
cuando él había empezado a hacer los cimientos. Ella había ido a la villa a
hacer un trabajo práctico para la facultad y allí se encontraron. Él cavaba los
pozos para los cimientos en cueros y su torso transpirado y moreno la había
cautivado. La primera atracción fue física. Pero luego de varios encuentros
ella quedó cautivada por la personalidad y capacidad oratoria del muchacho. A
él lo enamoró, además de su belleza, su inteligencia y solidaridad.
Luego de que los chicos almorzaran y se retiraran, empezaron a llegar los
grandes a una asamblea. Todos las semanas se juntaban en el local del
Movimiento de Villeros por la Liberación del barrio San Carlos los vecinos
militantes a debatir sobre diversas cuestiones. La política era un tema
inesquivable. Y más ahora, que estaban ocurriendo hechos de violencia contra integrantes
de la organización social.
En un
momento de la reunión, Adrián tomó la palabra:
-Yo creo,
compañeros, que debemos contraatacar. La derecha se está zarpando mal. Ayer
apareció Diego en un descampado con un tiro en la cabeza, todo golpeado. Fue
otro claro mensaje. Es tiempo de tomar decisiones fuertes, compañeros: o nos
vamos a casa con la cola entre las piernas o profundizamos y nos comprometemos
con todo con la lucha.
Es el
tercer mártir de este movimiento. Los otros dos murieron en supuestos
enfrentamientos que todos sabemos que no fueron tales. Que fue todo armado, que
los hicieron pasar por delincuentes. Yo no creo que esto sea por azar. Es un
mensaje para nosotros. Sino, ¿cómo se explica que hayan entrado acá a romper
todo o los balazos en las paredes de la biblioteca? La cosa es contra nosotros.
Ellos se encubren en la lucha contra la delincuencia pero aprovechan para
atacar a los que se les oponen políticamente. Este gobierno fluctúa, no se
decide a nada, creo que está del lado de ellos. Tenemos que ser fuertes,
compañeros.
Adrián hizo una pausa y continuó:
-Como
ustedes ya saben, en muchos barrios se está hablando de un paro general con
movilización. Nos estamos poniendo de acuerdo con gremios y otras
organizaciones. Si se hace, tenemos que ir preparados porque si sale bien, no
sabemos cómo van a reaccionar. Puede pasar cualquier cosa. Los que estamos acá
es porque estamos de acuerdo con el paro y movilización nacional porque ya se
votó en asamblea. La dirección del movimiento ya tiene algunas pautas de
organización y nos pidieron que hagamos propuestas para elevar en una asamblea
general que todavía no tiene fecha pero será en un par de semanas. Nosotros
tenemos mucho apoyo y ellos también, hay dos fuerzas polarizadas. Ellos son
inescrupulosos, tienen las armas, pero nosotros tenemos la voluntad y las
convicciones. Además, en la cancha se ven los pingos. Nosotros somos muchos más
militantes, ellos tienen el apoyo de un gran sector de la sociedad que es
fluctuante. En eso tenemos ventaja.
Luego vinieron las exposiciones de algunos militantes y se dio por finalizada
la reunión. Quedó en claro que la mayoría quería ir al paro y estaba dispuesta
a todo. Después de que los vecinos se despidieron, Marisa y Adrián, junto a un
par de mujeres, limpiaron el comedor. Las vecinas también se retiraron y la
pareja quedó sola. Estaban sentados uno frente al otro, cansados.
-Va a ser
bravo, Adri. Es una situación prerrevolucionaria.
-Así es.
Los acontecimientos pueden precipitarse. Tenemos que ser cautos pero
decididos. Debemos barajar varias posibilidades y estar preparados para
cualquiera de ellas.
-Tenemos
poco más de dos meses para planificar. Otra vez diciembre, espero que esta vez
todo termine bien -comentó ella con convicción.
-Depende
de muchas variables. No sabemos hasta a donde se puede llegar.
-Soñar no
cuesta nada. La utopía no es un imposible, eso es lo que nos quisieron hacer
creer desde el poder. La utopía es la convicción de que puede hacerse realidad
lo que los poderosos dicen que es imposible -se despachó Marisa.
-Qué buena frase, mi amor -sonrió él con orgullo-. Por eso te amo tanto.
-Está
buena, ¿no? Si me pedís que la repita no me sale igual.
-Con más
razón, la improvisaste. Te salió de adentro. Sos tan inteligente, por eso te
amo tanto.
Marisa
miró a su alrededor y dijo: -Por eso... ¿nada más? Me hacés sentir fea...
-Si sabés
que sos hermosa, eso salta a la vista. Estás tan sexy hoy...
-¿Te gusta como me queda esta blusa?
-Me
recalienta.
Ella se
levantó de su silla, se acercó a su chico y se sentó en sus piernas.
-¿Te
acordás cuando nos conocimos acá? Nos encerrábamos en la biblioteca...
Se
besaron apasionadamente. El se paró con ella en sus brazos y se dirigieron a la
biblioteca a recordar viejos tiempos.
XIII
En una nochecita
fresca y lluviosa de octubre Adrián salía del local del Movimiento Villero de
San Carlos. Había estado leyendo toda la tarde y se proponía volver a su casa.
Después de cerrar el portoncito de alambre, vio un auto estacionado en la calle
con tres tipos con caras de pocos amigos. Los matones bajaron. Entre dos lo
tomaron de su larga cabellera y le hicieron una toma para inmovilizarlo. El
tercero le dio un violento puñetazo en el estómago y le dijo:
-Dejate
de joder, negro. Te vamos a reventar.
El
joven luchó y pudo zafarse.
-¿Ustedes
y cuántos más? -dijo mientras se ponía en guardia.
-No te
hagás el valiente, nene -advirtió uno.
-Está
buena tu amiga la zurdita. Me gustaría probarla un poquito -amenazó otro.
-Déjense
de joder con la huelga. Acordate de los otros dos. Pensá un poquito, negro.
Pensá -concluyó el primero tocando con el índice su sien.
Subieron al auto y se fueron a gran velocidad por la calle de tierra. Doblaron en
la avenida y desaparecieron ante la inmovilidad del Adrián. En el movimiento ya
no había nadie. Caminó unos metros e ingresó en una casa cercana. Golpeó la
puerta, lo atendió una mujer mayor, su compañero no estaba. Decidió entonces
buscar un teléfono público para comentarle lo sucedido a su novia.
-Marisa,
necesito verte urgente -dijo con voz nerviosa.
-¿Qué
pasa? -preguntó ella al descubrir el tono exaltado de su novio.
-Tengo
que verte ya, no te lo puedo comentar por teléfono, además no tengo monedas. Es
urgente.
-Bien,
nos vemos en la plaza de la estación en media hora. Adelantame algo.
-Me
amenazaron.
-¿Quiénes?
-Unos
policías de civil.
-¿Cómo
fue? ¿Dónde? ¿Qué te dijeron?
-A la
salida del local. Tres tipos bajaron de un auto y me dijeron que me dejara de
joder con la huelga, que me acordara de los otros dos.
-Hijos de
puta. Bueno, ya salgo para allá. Te amo.
-Te amo,
nos vemos.
La
estación estaba a 25 cuadras. Adrián decidió caminar para ir pensando en el trayecto
sobre lo ocurrido.
A medida
que se iba acercando al centro de la localidad sureña el paisaje iba cambiando
lentamente. Las casas eran cada vez más grandes y bonitas, las miradas que
cruzaba eran cada vez menos amistosas.
«Es una
lucha de clases. Marx tiene razón.» Pensó. «Estos piensan que los voy a
afanar.» Mientras reflexionaba esto, una mujer mayor se cruzó de vereda al
verlo acercarse. Porque todo en una sociedad es un signo. Adrián, sólo con su
andar, significa. Y qué hablar de su aspecto. Barbas y cabellos largos y
negros, tez morena, vaquero y remera negras. Todo eso es un índice de que
pertenece a una clase social determinada, que porta una ideología. Y, en una
sociedad tan polarizada, es un enemigo de los que caminan por la otra vereda.
«A veces
me dicen que no debo odiar. Y una parte de mí me trata de convencer de lo
mismo. No puedo evitar tener odio de clase», se dijo. «Pero estos de clase
media deberían caminar por nuestra misma vereda. De hecho hay sectores de clase
media que nos apoyan. Es el sector más pensante y politizado. Los que nos odian
lo hacen por ignorancia o comodidad, o por negación. No quieren identificarse
con nosotros porque eso los haría un poco como nosotros y ellos no quieren
parecérsenos. Quieren parecerse a los de arriba, por eso se identifican con sus
discursos. Además, los medios son muy poderosos y crean cultura. Y en la tele
siempre nos muestran como delincuentes. Cuando un automovilista atropelló y
mató a un manifestante en un corte de ruta, los medios decían: accidente, no
tuvo intención, ellos se lo buscan, qué hacen ahí, uno menos. Es muy compleja
la lucha, ellos tienen muchas herramientas.»
La
llovizna había mojado mucho a Adrián y le provocó ganas de orinar. Ya estaba en
la zona céntrica y no había descampados donde hacer. Se apuró para llegar
a la estación del ferrocarril y dirigirse al baño. Estaba cerrado. Blasfemó,
pateó la puerta y caminó ya desesperado en busca de un bar. Mientras lo hacía,
pensaba si pedir permiso o entrar sin decir nada, y si tenía la suerte de
descubrir el baño, ingresar en él sin mirar a nadie. Recordó que el lugar con
baño público más cercano era una pizzería en la calle principal. Trataba de
buscar en su memoria una señal que le recordara dónde estaba el baño. A pocos pasos
de la puerta, aún no había conseguido hacerse una imagen en su mente de la
localización del baño. La urgencia no le permitió detenerse ni un instante para
dedicarle unos segundos más a su proceso de abstracción. «Yo entro, si veo el
baño, me mando; sino, trato de buscarlo un instante. De última, pido permiso.»
Ingresó a
la pizzería, no vio el baño, caminó lentamente, se detuvo disimulando y
buscándolo, más no pudo ver ninguna puerta que dijera baño o tuviera el
dibujito de un hombre.
-Buenas
noches, ¿el baño? -le dijo a un mozo que estaba parado en el mostrador.
-Está
clausurado.
-Ah...
bueno, disculpame.
Cuando se
disponía a retirarse, vio debajo de una escalera salir a un hombre. Estiró el
cuello y vio la puerta del baño. El mozo se dio cuenta de que Adrián descubrió
su mentira. Este lo miró con cara de «me mentiste» y el mozo sonrió
burlonamente. Adrián, sin dudar encaró para el baño mientras el mozo le decía:
-¡Flaco,
flaco!
El
muchacho entró, orinó con placer, se lavó las manos y salió.
-Te dije
que no -manifestó el mozo apoyado por las miradas hostiles de sus compañeros
hacia el intruso.
-Vos no
dijiste que no. Dijiste que estaba clausurado. Ya fue, loco. Chau.
Y salió
del local con su cometido cumplido. Sabía que su empresa no iba a ser fácil,
pero logró su urgentísimo propósito. La plaza estaba a media cuadra y allí se
dirigió para encontrarse con su novia. Pero como llovía, debería buscarla en un
lugar cubierto. Mientras recorría con la mirada la plaza y sus alrededores,
Marisa lo abrazó por sorpresa de atrás. Estaba hermosa con sus cabellos
castaños claro empapados, con el agua de lluvia invadiendo su blanco rostro e
inundando sus ojos verdes cual lago paradisíaco. Él se dio vuelta y la besó con
ternura. Luego acarició su rostro y con sus dedos tocó sus gruesos
labios.
-Qué
dulce que sos -dijo ella con emoción.
-Vos
también sos re tierna, mi amor.
-No, yo
no digo dulzura por tu forma de ser. Digo que tus besos tienen sabor dulce.
Sacame la lengua.
Él sacó
su larga lengua y ella la tomó de un bocado. La succionó emitiendo los sonidos
de quién degusta algo sabroso.
-Vamos a
tomar algo -invitó ella después de soltar a su presa. Y caminaron hacia la
principal. Marisa hizo un gesto de querer entrar a la pizzería donde su novio
había ido a orinar, pero él dijo:
-No,
vamos a la otra cuadra.
En el
camino rieron a carcajadas después de que él comentara lo acontecido en la
pizzería. Parecía que se habían olvidado de la gravedad de los hechos que los
había convocado al encuentro. Llegaron a un barcito de medio pelo, entraron y
se sentaron pegaditos a la vidriera. En ese momento un violento chaparrón se
lanzó sobre la ciudad. Los truenos fueron el telón del fondo de la seriedad con
la que se habría de desarrollar la conversación.
-¿Seguro
que eran policías? -inquirió la chica.
-Casi. No
los reconocí, pero sino...
-No
importa, lo importante es lo que están haciendo.
-Sí. Una
cosa es sospechar lo de los chicos. Esto ratifica nuestra teoría -dijo él.
-Eso se
caía de maduro.
-Sí, pero hasta
que no lo ves, hasta que no lo vivís... Ellos lo terminaron de confirmar.
Dijeron que me acuerde de lo que les pasó a los otros chicos. Como que se
hicieron cargo.
-¿Te
pegaron?
-No
-mintió Adrián.
Ella lo
conocía lo suficiente como para darse cuenta.
-Te
pegaron.
-Sí, una
piña en la panza. No fue nada -se sinceró a medias tocándose el vientre.
-Contame
todo -sacó un cigarrillo, lo prendió con una larga pitada.
-Yo salía
del local de los Villeros, ya no había nadie. Vi a los tipos en un auto
estacionado a la vereda de enfrente. Eran tres y bajaron. Me agarraron y me
pegaron una trompada en el estómago. Me dijeron que me dejara de joder, que me
van a reventar, que no me olvide de los otros, que me deje de joder con la
huelga. Me decían negro de acá, negro de allá: por eso digo que deben ser
vigilantes.
Adrián le
ocultó lo que dijeron sobre ella.
-¿Qué
vamos a hacer? -preguntó Marisa.
-Andar
con cuidado. Pero tenemos que seguir.
-¿Estás
seguro?
-Claro,
yo no le tengo miedo a esos soretes.
-Se está
poniendo muy pesado. Si vos no tenés miedo, démosle para adelante.
El mozo
les trajo las dos gaseosas que habían pedido, las bebieron con urgencia.
Mientras miraba la lluvia caer, Adrián vio a los tipos que lo habían amenazado
sentados en el mismo auto frente al barcito. Uno de ellos le hacía gestos
obscenos y le señalaba a su chica que en ese momento estaba ocupada en su
bebida. El joven quedó paralizado; dudó de mostrarle lo que descubrió a su
novia. Pero ella se dio cuenta sola. Cuando la chica miró hacia el auto, los
hombres dejaron de mirar hacia el bar y se fueron.
-¿Qué
pasa? -dijo ella mirando a su novio que estaba pálido-. ¿Eran ellos?
-...
-Contestame Adri, ¿eran esos los tipos que te pegaron?
-Adrián
quedó mudo porque los gestos que los patoteros le habían hecho eran claros:
amenazaban con violar a su novia.
-Adrián...
-Sí, mi,
mi amor, eran ellos -tartamudeó el joven.
-Estás
temblando, vida. Te siguieron. Mirá, yo creo que tenemos que ser más prudentes.
No dejar la lucha, pero hacerlo con más carpa. Tengo terror de que te pase
algo.
-No
podemos aflojar.
Hubo un
silencio de varios segundos. La mirada inquisidora de Marisa recorría cada
sector del rostro de su compañero. Él bajó la mirada.
-¿Te
dijeron algo sobre tu familia? ¿Amenazaron a tu familia? No me mientas, Adrián.
No me mientas -levantó la voz la chica, casi retándolo.
-No, me
amenazaron a mí solo -dijo sin convicción.
-Te dijeron
algo sobre mí.
-Te dije
que me amenazaron solamente a mí, no pienses boludeces.
Otro
largo silencio. Ella no estaba convencida. Sospechaba que había algo más. Pero
dejó de atosigar a su novio.
-Está
bien, pero debés cuidarte.
-Un
revolucionario no debe aflojar ante la primera amenaza. Acordate del Che.
-Tenemos que comunicárselo al movimiento -dijo Marisa como dando una orden.
-Sí, en
eso tenés razón, le puede pasar a otros.
-Y poner
a consideración de ellos qué es lo que tenemos que hacer. Acordate de que somos
un movimiento, vos no estás solo, sos miembro de una comunidad y todo debe
decidirse en asamblea.
-Bien,
bien -se entregó Adrián. Ya estaba dudando qué hacer. El hecho de ver de
nuevo a esos tipos lo había aterrorizado. No por él, sino por miedo a que le
hicieran algo a la persona que más amaba en el mundo.
La pareja
estuvo un rato más en el bar, hablaron de la huelga general que planeaban,
intercambiaron visiones sobre la manera de planificarla y se fueron. Él la acompañó
a tomar el colectivo. Cuándo éste se aproximaba, ella le dijo:
-Esta
semana planteamos tu situación en la asamblea. Vamos a debatir qué pasos
seguiremos.
-Sí, mi
amor. Está bien.
Se dieron
un beso y ella subió al colectivo que la llevaría a su casa en el barrio
residencial más paquete del distrito. Adrián caminó unos metros hacia la parada
de su colectivo. Éste justo venía, por lo que debió acelerar su paso.
Al entrar
a su casa saludó a su familia y dijo que no quería comer. Se dirigió con
rapidez a su cuarto, se quitó la ropa mojada y las zapatillas embarradas.
Apagó la luz. Las chapas de cinc eran los instrumentos que ejecutaban las gotas
de lluvia.
La casa
del muchacho era una de las tantas que se ven en esos barrios. Paredes de material,
algunas rebocadas, otras no. Alamabrado viejo al frente de un amplio terreno,
puertas de chapa, algunas descoloridas por la falta de mantenimiento. De todas
formas era un hogar medianamente bueno, pues Adrián era muy voluntarioso y
había sido provisto por la naturaleza de una gran habilidad manual. Él mantenía
la casa lo mejor que podía junto a su hermano un año mayor que él. Tenía seis
hermanos, de los cuales cinco eran menores. Dos nenas y tres varones. Su
hermanita más chica tenía sólo 4 años y era su preferida. Siempre que podía le
levaba golosinas y muy de vez en cuando algún juguete. Cuando esto ocurría, la
niña se le colgaba del cuello y le llenaba el rostro de besos.
No podría
decirse que Adrián era desocupado en el sentido que no trabajaba. Si bien en su
23 años sólo trabajó efectivo durante tres meses en una empresa de correos,
siempre encontraba alguna changa con la cual engrosar un poco los flacos
ingresos familiares. Su padre, separado de la familia, pasaba religiosamente
una mensualidad y su madre cobraba un subsidio del Estado. Pero la suma de
ambos ingresos no alcanzaba a cubrir la canasta básica.
Adrián
había dejado los estudios en tercer año de secundaria, pues a su madre se le
hacía cuesta arriba mantener la casa, por lo que el muchacho debió salir a
trabajar. Fue peón de albañil de su padre hasta que se agarró a trompadas con
él al descubrirle una infidelidad. Fue cartero y lo echaron por reclamar lo que
le correspondía. Vendió en los trenes, casa por casa, juntó cartones, lo
jodieron cuando se asoció con un kiosquero, fue ayudante de un pocero que lo
explotaba, volvió con su padre que le daba trabajo muy salteado. Hoy estaba
embarcado en un proyecto barrial que le dejaba algunos pocos pesos. Pero
tenía toda su cabeza puesta en su trabajo sociopolítico. Y la cosa se estaba
poniendo pesada.
-¿Qué voy
a hacer? -dijo en voz baja. Estuvo más de una hora mirando el techo y
escuchando el concierto de la naturaleza.
Pensó y
pensó. Estaba aturdido y temeroso. Pero el miedo se transformaba por
momentos en valentía y pensaba en armar un grupo comando para buscar a esos
tipos. Las amenazas hacia él lo tenían sin cuidado, lo que lo aterrorizaba era
que la patota cumpliera con su promesa de atacar a Marisa.
De a
ratos se calmaba, hasta que tomó una decisión:
«Me voy a
trabajar a otro barrio, ¡claro!... Si no me ven más por San Carlos capaz que
piensan que arrugué. Vamos con Marisa. Me puedo ir a ver... a Sarmiento. Está
bastante lejos pero tengo un bondi que me lleva directo... ¡Claro! Inclusive es
otro partido. Ahí no me conocen. Voy con perfil bajo y listo.»
XIV
"Los Villeros por
la Liberación por dentro. Quiénes son. Qué traman. ¿Es verdad que con el paro
general planean generar el caos para apropiarse del poder? ¿Es verdad que se
sostienen con secuestros y tráfico de drogas? En instantes, por canal 9:
Quiénes son y qué traman los Villeros.»
El doctor
Vázquez Arriaga miró a Marisa y le dijo:
-Se
comentan muchas cosas de ese movimiento. Ya te dije varias veces que no me gusta
que vayas ahí.
-Sabés
como es canal 9 papi.
-No es
sólo canal 9. Hay informes de otros medios. Hasta los medios de izquierda...
-¿Qué
medios de izquierda? Los llamados medios de izquierda son oficialistas y
también atacan al movimiento y responden al establishment. No les gusta que los
Villeros reciban cada vez más apoyo porque luchan por un país más justo y
quieren quitarles ciertos beneficios a las multinacionales y los multimedios.
Los medios grandes son todos instrumentos del poder.
-No
me hables como si no estuvieras metida en todo eso, Mari. Yo sé muy bien que el
pibe con el que andás es un cabecilla y te metió en esto. Nunca me gustó ese
pibe; y ahora que sé muy bien en lo que anda, menos que menos.
-No tenés
ni idea papi. No me hables de este tema si no sabés nada.
-¿Que no
sé nada? Sé mucho más de lo que creés. Sé que hay guerrilleros, que trafican
drogas, que secuestran, que están con las FARC.
Marisa
sonrió con una mezcla de preocupación y burla:
-¿De
veras creés eso, papi? Yo te hacía más inteligente.
-Yo sé
muchas cosas que tal vez tu amiguito te oculta, Mari. Él te tiene engañada, te
va a meter en un problema grave. Tengo mucho miedo por vos, mi amor, vos sos lo
que más quiero en la vida.
-Estoy lo
bastante grandecita como para tomar mis propias decisiones y discernir lo que
me conviene.
-Pero
estás enamorada. Cuando uno se enamora hace cosas tontas, a todos nos pasa. Uno
vive en las nubes y no se da cuenta de lo que pasa alrededor.
«El
Movimiento de Villeros por la Liberación está dirigido por antiguos
guerrilleros latinoamericanos. Tienen contactos con la Fuerzas Armadas
Revolucionarias Colombianas (FARC) y están preparando un paro general con
movilización para generar un clima de violencia y dar un golpe de estado»,
escupía el 29 pulgadas mientras mostraba imágenes de hombres encapuchados con
armas largas y sonaba una música tenebrosa. «Además trafican drogas y
secuestran empresarios para solventar el movimiento. Ya existen numerosos
enfrentamientos en los barrios bajos cuando la Policía, por órdenes judiciales,
intenta allanar los aguantaderos en donde se encontraron numerosas armas de
guerra y grandes cantidades de drogas.»
La madre
de Marisa comenzó a llorar desesperadamente:
-¿Cómo
pudiste meterte en eso, Marisa? Nosotros te dimos todo y vos nos respondés así?
-La
tienen engañada, Ana. Ese tipo, Adrián, la metió engañada con el versito de
Marx, de la igualdad, de los chicos con hambre.
«José
Alberto González, cabo primero, asesinado en la villa durante un allanamiento.
Sargento Juan Giménez, fusilado por intentar revisar a un integrante del
Movimiento de Villeros por la Liberación. Sargento Mario Suárez, acribillado
el...»
-Mentiras, todas mentiras. Ellos entran a las villas y matan inocentes.
-¿Qué vas
a hacer a la villa nena? -dijo lloriqueando mamá-. Vos tenés tu casa,
tenés la Universidad, nos tenés a nosotros, tenés un futuro. ¡No vayas más
Marisa, por favor te lo pido! -Y se lanzó a llorar desconsoladamente.
Marisa
dudó por unos instantes. Se conmovió con las lágrimas de su madre. La chica se
paró y se acercó a ella.
Mientras
la abrazaba, le decía:
-Quedate
tranquila, vieja, yo sé cuidarme. No pasa nada de eso que dice la tele. Los
Villeros trabajan duro, hacen bibliotecas, le dan de comer a los chicos pobres,
hacen marchas para reclamar justicia, nada más.
-No te
creo, no te creo nada. Te prohíbo que vuelvas a la villa... te lo prohibo. Te
van a matar hija, te van a matar y yo me muero. Decile Jorge, decile que no
puede ir más.
La mujer
temblaba mientras lloraba. Marisa se dirigió a una alacena y sacó una caja de
medicamentos.
-Tomate
una mami.
-No vayas
más, no vayas más, no vayas más. Por favor, por favor, por favor.
El doctor
le hizo gestos a su hija indicándole que le dijera algo a su madre. Ella movía
su cabeza negándose.
-Ella no
va a ir más a la villa, Ana. ¿No es cierto Mari?
-Es
verdad, no voy a ir más, mamita, quedate tranquila.
-Prométemelo.
-...
-Prometéselo.
-No voy
más.
La mujer
quedó balbuceando: -la van a matar, la van a matar, la van a matar.
-Vamos a
dormir, mi amor -dijo papá a mamá mientras la levantaba de su silla.
Los
padres ingresaron al dormitorio mientras Marisa ejecutaba un fuck you a la
pantalla. Luego tomó su cabeza con sus manos con los codos apoyados en la mesa.
Así quedó por varios segundos, preocupada.
-Espero
que cumplas con tu promesa, nena -advirtió el doctor mientras volvía a su
silla.
-Sabés
que no puedo.
-¿Qué es,
una secta, la puta madre? ¿No ves como sufre tu madre? Sabés que tiene que
estar tranquila.
Ya sé...
-¡Lo
sabés! ¡Decís que lo sabés! No se nota. Está enferma, Mari. No le causes más
disgustos. Con qué necesidad, la puta madre.
-Con la
necesidad de... Al carajo. Es al pedo hablar con vos, eminencia. Doctor Jorge
Vázquez Arriaga.
-No me
hables así, mocosa de porquería. Tenés absolutamente prohibido ir a la villa y
ver al zarrapastroso ese. ¿Entendido?
-Sí mi
general -contestó poniéndose firme y haciendo la venia-. ¿Me puedo
retirar a mi dormitorio?
-Si
fueras varón te cagaría tanto a trompadas...
-¡Doctor!, se burló Marisa.
La nena
dio media vuelta y subió a su cuarto. Papá quedó refunfuñando en el comedor.
Marisa no
podía dormir. Sus pensamientos la atormentaban uno tras otro, como demonios
invisibles que invadían sus reflexiones y castigaban sus neuronas. Ni por un
instante dudó de seguir con su chico y con su lucha. Ellos eran su vida. Estaba
preocupada por su madre y porque predecía un futuro complicado para el país.
Pero ella quería ser partícipe de la historia, detestaba mirar pasar el mundo
desde afuera.
La mente
de Marisa por fin ingresó en el estado de transición entre la vigilia y el
sueño. Voces e imágenes tenues se presentaban en su cabeza presagiando el
inevitable traspaso hacia el descanso. Cuando ingresó a las profundidades del
inconsciente, tuvo una pesadilla: otra vez dejando a su chico. Otra vez ella
arriba de un avión y él en tierra despidiéndose. Despertó. «Otra vez ese sueño.
Mañana se lo comento a la licenciada.»
XV
Adrián la estaba
esperando afuera del consultorio: vamos no vengo más, por qué, porque es una
estúpida, qué pasó, nada, dale contame, siempre lo mismo nos quieren separar,
qué le importa a ella, papá le paga, ah tu viejo no me banca, qué tipo cabezón,
pero te quiere, qué me va a querer, tiene miedo, qué sabe, todo el mundo habla
está todo podrido, tenés razón pero yo sigo, yo también.
Pensé que
lo mejor sería que militemos en otro barrio, buena idea donde, en Sarmiento, un
poco lejos, está cerca, bueno, vamos mañana, lo pensaste bien, sí, lo tenemos
que hablar en asamblea, lo hablamos, sí pero antes de ir, no va a haber
problemas, por respeto, está bien, te amo mucho, yo también.
Después
de la asamblea: viste que no iba a haber problemas, es lo mejor, estuvieron
todos de acuerdo, mañana vam..., mañana voy a la facu, vamos pasado, está bien,
conocés a alguien, sí a Maxi compañero de Letras, ah sí es re piola, copado,
avisale, está bien, te amo mucho, yo también.
Marisa
con Maxi después de contarle todo: vengansé los esperamos con los brazos
abiertos, gracias, hay que seguir, ni hablar, no tengan miedo, vamos a la
huelga, hasta la victoria siempre.
Marisa y
Adrián por la tarde en un hotel tirados en la cama, ella fumando: terminó el
turno..., vamos que tenemos media hora de viaje, nos esperan, contaremos todo.
En el
local de Sarmiento luego de la reunión: nos vemos, qué buena gente, tienen
mucha polenta y doctrina, sí sí, volvemos la próxima.
Fueron
varias veces a Sarmiento. Terminaba noviembre y ya había fecha para el paro y
movilización: 19 de diciembre.
XVI
Marisa dijo el que
sigue, se acercó una mujer muy humilde con su niña tomada de la mano.
¿Pediatría?, preguntó Marisa. Sí, para la nena, contestó la joven madre ¿Qué le
está pasando? La mujer, en voz baja, dijo que su chiquita tenía fiebre y que
estaba dolorida. La empleada sonrió con dulzura y dijo, lapicera en mano:
Nombre y edad. Mariela Fernández, 8 años, contestó. Bien, esperá que te llamamos
por el nombre.
Detrás de Marisa estaban los consultorios de la guardia. Ella trabajaba en el
hospital donde su padre atendía dos veces por semana. Ese día a su padre le
tocaba guardia. Él se acercó por detrás y le susurró con ternura a su hija: hacé
pasar a uno para mí. Bien, a ver. Pereyra Marcelino, para el cardiólogo, dijo
elevando la voz. El hombre de más de cincuenta entró y el doctor Vázquez
Arriaga le hizo una seña para que se le acercara.
Es
muy amable esa chica que atiende la ventanilla, dijo el paciente, yo la
conozco. ¿Ah sí, de dónde?, inquirió el cardiólogo. Del comedor donde llevo a
mi nietito; ella trabaja allí, es divina, contestó el enfermo. Es mi hija, dijo
el médico. ¿No me diga? Está siempre con un muchacho morochito de pelo largo,
dijo. ¿Dónde queda ese comedor? En el barrio Sarmiento, a una cuadra de la
escuela primaria. El papá de Marisa no dijo más nada. Pero la información que
le brindó aquel hombre le resultó
interesante.
XVII
Adrián era un líder
natural. Donde iba era imposible que pasara desapercibido, ya que su
verborragia se asemejaba a un caudaloso río incontrolable. Resultó vano que
intentara sostener su idea iniciática de mantener el perfil bajo luego de las
amenazas. Además, por esos días y debido a los acontecimientos que venían
sucediendo, se había convencido aun más de sus ideales revolucionarios y los
transmitió a su nueva gente sin eufemismos. Había jóvenes que lo veían como un
especie de guía ideológico, estaban embelesados con la claridad y contundencia
de sus discursos y debates, además de admirarlo por su dedicación en los
trabajos físicos y por la belleza e inteligencia de la chica que lo acompañaba.
Pero Adrián tenía la extraña capacidad involuntaria de no provocar envidia
entre sus compañeros, porque la humildad con la que se expresaba y desenvolvía
no podía generar otra cosa que cariño. En un mundo donde muchas veces la
naturaleza parece injusta en su distribución de virtudes y defectos, el caso de
Adrián provocaba un sentimiento de justicia, porque a pesar de parecer que Dios
había sido excesivamente bondadoso con él en detrimento de otros seres humanos,
ese virtuosismo no generaba el clásico pensamiento reclamador de equidad que
reza ¿por qué tanto para uno y tan poco para otros? Así se lo veía, con ese
andar seguro, con su cuerpo inspirando respeto, pero a su vez despidiendo una
luz invisible de ternura que no dejaba espacio para odiarlo, por lo menos entre
los que lo rodeaban, ya que mucha gente que no lo conocía bien o que es de
corazón duro y fascista seguramente lo detestaba.
Cuando
hablaba, el muchacho lo hacía con un tono que representaba un mixtura
entre la rudeza y la suavidad. Por momentos prevalecía la primera, en otros la
segunda, pero la mayor parte del tiempo se mezclaban extrañamente las dos
formas.
En el
local del MVL de Sarmiento no había biblioteca como en San Carlos, por lo que
Adrián extrañaba las horas de lectura en soledad. Por esta razón, decidió
pedirle permiso a Maxi para quedarse en un cuartito que había en el fondo del
terreno para poder leer. Primero llevó uno de sus pocos libros, el que terminó
en un día: La metamorfosis de Kafka. Una mañana se apareció con una
decena de libros de su novia, entre los que se hallaban algunos de política, economía,
historia y una que otra novela. Maxi, como amante de las letras, le dejó
algunos volúmenes de literatura antigua y medieval. Muchas noches el joven se
quedaba en el local y satisfacía su imperiosa necesidad de leer y pensar. Leía
los ensayos para aprender y las ficciones como recreo.
Por esos
días había decidido releer La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, porque
sentía ganas de torturar su mente con el odio que le provocaba ese libro. Así
somos a veces, un poco torturadores con nosotros mismos, autoflagelantes por
decisión personal. Además, conocer más y alimentar el odio a nuestros enemigos
fortalecen nuestras convicciones y nos incentivan a actuar. Pero esas noches
descubrió algunas cosas que su bronca en la primera lectura de hacía un par de
años no le había permitido descifrar. Cuando tenía 18 años había leído este
clásico del autor español, y había llegado a la inapelable conclusión de que
Ortega merecía la horca. Le había parecido un aristócrata fascista que renegaba
de las clases populares. En esta segunda lectura sintió cierta complicidad con
algunos de los análisis del autor. El hombre-masa no pertenece a ninguna clase
social en especial, el hombre masa es aquél que no tiene visión crítica de la
realidad, quien repite el discurso hegemónico. Antes, Adrián se sentía parte de
la masa que según el español se revelaba, pero esta vez se sentía parte de las
minorías que Ortega defendía. Para ser parte de una minoría, dice La rebelión
de las masas, hay que ser «no conformista», ser parte de un grupo «de los que
concuerdan sólo en su disconformidad respecto a la muchedumbre ilimitada». Y
allí se veía Adrián, como parte de una minoría, pero no minoría en tanto elite
privilegiada que él despreciaba e identificaba como su enemigo, sino como parte
de los que se apartan del pensamiento de la muchedumbre, de esa muchedumbre
acrítica, del hombre-masa, del hombre-rebaño.
Luego de
esta segunda lectura, lejos quedó Adrián de amar a Ortega, pero se identificó
con algunas de sus premisas. Se acordó de lo que le había dicho su novia sobre
un profesor de la facultad. Este docente decía que la primera vez que leyó este
libro le pareció repugnante; la segunda vez halló algunas cosas que le gustaron
y la tercera le pareció brillante. Pero Adrián, antes de su segunda lectura,
creía que las diferencias de interpretación que el profe había experimentado,
tenían que ver con su cambio ideológico. Pensaba que el docente se había ido
aburguesando, derechizando con el correr de los años. Porque cuando este docente
era joven, formaba parte de la JP, simpatizaba con los montoneros y luchó
contra la dictadura. Ahora era progre, brugués y Marisa lo consideraba
reaccionario. Por eso Adrián se sentía un poco mal por haber hallado en
La rebelión de las masas algunas cosas buenas en su segunda lectura al igual
que aquel revolucionario devenido en burgués reformista. Se veía apartándose de
su clase social, de sus hermanos poco «cualificados», término usado por Ortega.
«Es que tal vez sea un poco así la cosa», pensó Adrián. «Muchos no se salen del
hombre medio que no se esfuerza por pensar diferente a lo que le imponen. Pero
no es culpa de ellos, son víctimas de un tenebroso y sistemático plan de lavado
de cerebro armado por las clases dominantes.»
Adrián
leyó en voz alta: «Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo -en bien o
mal- por razones especiales, sino que se siente `como todo el mundo´y, sin
embargo, no se angustia, se siente al sabor a sentirse idéntico a los
demás». Se apoyó el libro sobre su pecho, miró el techo y se dijo: «tiene
razón». Luego pensó: «la onda es traer a esa masa para nuestro equipo, que
dejen de ser masa y sean cualificados y capaces. Y así, triunfaremos.»
Después de unos segundos, pensó: «La verdad es que cada vez somos más los que
pensamos diferente, los que huimos del rebaño. Ya es el momento.»
Todo es
más complejo todavía, la complejidad es una virtud; la simpleza un defecto. Tal
vez sea exactamente al revés. O no. Si ser simple es esquivar la complejidad de
la realidad y entregarse al statu quo, ser simple es negativo. Si ser complejo
es una barrera para solucionar los problemas, entonces lo negativo es la
complejidad. «Es que todo es complejo y simple a la vez -pensó Adrián- La
realidad es mucho más compleja de lo que nos muestra la televisión, pero la
solución de esa complejidad es simple. Tenemos que tomar el poder. Así de
simple. Y de complejo.»
Algunas noches su novia lo acompañaba, pues en el precario cuartito había una
cama destartalada. La pareja aprovechaba para tener intimidad allí, mostrando
su falta de respeto por cualquier lugar. Ellos hacían el amor en cualquier
lado, inclusive en un par de oportunidades habían sido vistos en pleno acto.
Eran más que desprejuiciados en este aspecto.
-A veces
uno planifica las cosas a largo o mediano plazo y los acontecimientos se
precipitan. Las condiciones objetivas parecen dadas -le dijo Adrián a su novia
en una de esas noches.
-Creo que
sí, habrá que ver -contestó Marisa. La pareja estaba tirada en la cama de una
plaza, de esas que parecen muy pequeñas para dos personas pues fueron diseñadas
para una sola, pero que resultan mejores que las matrimoniales cuando sus
usuarios adoran tener sus cuerpos pegados.
-¿Te vas
quedar, mi vida? -preguntó el varón.
-No sé.
-Dale,
quedate.
-Bueno,
ya que insiste -contestó ella soltando una carcajada-. Con vos tengo el sí
fácil.
Se
besaron con violencia y, como ya estaban desnudos, el camino hacia el placer
estaba allanado.
Luego de
una hora de jugosos juegos nocturnos, los chicos se internaron en un merecido
descanso. Este fue interrumpido violentamente por unos golpes en la puerta a
las 2 de la madrugada.
-Abran,
tenemos orden de allanamiento -fue el primer signo lingüístico que se pudo
decodificar luego de los otros ejecutados por los nudillos del mismo emisor. La
pareja se sobresaltó de sobremanera, no era para menos, esos golpes y esos
gritos no dejaban lugar a las interpretaciones erróneas. Una parálisis
transitoria poseyó los cuerpos del Adán y la Eva. La paz se desintegró en un
instante por aquella explosión en sus cerebros.
-Abran,
les digo que abran -insistió aquella belicosa voz de hombre. Allí reaccionaron.
Se miraron estupefactos y Adrián, mientras se levantaba, gritó con voz potente,
como no queriendo ser menos violento que los que estaban afuera:
-No vamos
a abrir, tomenselás.
-Abran o
tiramos la puerta abajo -lanzó otra voz.
-Son
varios, Adri, qué vamos a hacer -susurró Marisa, invadida por el pánico. Adrián
le hizo un gesto poniendo su dedo índice sobre los labios de él para que ella
callara.
-¿Qué
buscan? Acá no hay nada para afanar.
-Somos de
la Policía, el juez nos mandó a allanar el local por denuncias de vecinos de
que acá tienen a un tipo secuestrado.
Parecía
el fin. Adrián le hizo señas a su novia de que se escondiera debajo de la cama
mientras buscaba desesperadamente su ropa. El chico pensaba que todo era una
farsa, que los buscaban a ellos. Entonces, decidió tratar de convencerlos de
que estaba solo, para que no le hicieran nada a Marisa. Ella recogió sus
prendas y desnuda se escondió debajo de la cama.
-Voy a
abrir, acá no hay nadie. Yo soy el casero.
Abrió y
los matones entraron con violencia.
-¿Y la
minita?
-¿Qué
minita? Ustedes dijeron que buscaban a un tipo secuestrado.
-Tu
minita, negro, tu minita. ¿Qué te dijeron en San Carlos? Sos frágil de memoria,
negro.
-Ella no
está; acá me tienen, la cosa en conmigo.
-¿Sabés
que no te creo nada, Tarzán? -le dijo uno de los matones, un hombre corpulento
de unos 40 años. Adrián estaba parado en slip, con pose firme y mirada
desafiante. El otro hombre, unos años más joven que su compañero pero más
gordo, con un arma 9mm en su mano derecha, se le acercó a Adrián y le aproximó
su rostro, quedaron nariz con nariz.
-Te creés
muy pillo, pendejo, acá se siente olorcito...
Hizo un
gesto como quien olfatea y recorrió con su mirada la habitación. Luego volvió a
enfrentar su cara con la de Adrían y le propinó un cabezazo en la nariz. El
joven retrocedió un paso y su nariz despidió un chorro de sangre. Tomándose el
rostro se tambaleó hacia adelante como si estuviera grogui, pero sacó un
uno-dos perfecto sobre vientre y el rostro del gordo. De inmediato, el otro
matón se abalanzó sobre Adrián y dio un culatazo en la nuca. Este cayó
sentado en el piso y entre los dos lo patearon hasta que el chico quedó
retorciéndose de dolor en el piso.
-¿Sos
guapo, negro? ¿Ves lo que les pasa a los guapos como vos?
El
muchacho se paró como pudo. Con una de sus manos se tomaba el vientre y con la
otra ejecutaba el conocido gesto que pide que se detengan.
-Sos muy
desobediente, negro, ¿no te enseñaron tus padres a ser obediente? -dijo el
cuarentón.
Adrián,
derramando sangre por la nariz y la nuca, flameando de aquí para allá, pudo armar
un:
-Paren un
poquito, loco, están equivocados.
-Ningún
equivocado, papi, vos sabés, no te hagas el boludo.
El joven
parecía a punto de desvanecerse y los patoteros se miraban y sonreían. El
empapado joven aprovechó el descuido y se lanzó sobre ellos. Con increíble
velocidad tomó al más delgado de la cabeza y la golpeó contra la pared. Adrián
era fuerte, pero esa noche parecía poseer una fuerza sobrenatural. Era un
Aleph, pero un Aleph donde confluía el poder del amor de todos los revolucionarios
de todos los tiempos y los espacios. Entre los dos gigantescos matones armados
no podían dominar a la desbocada bestia herida que se resistía a ser
sacrificada a los dioses racionales del capitalismo salvaje. La historia muchas
veces se repite, pero nunca termina. La lucha desigual de los grandes
mercenarios contra un jovenzuelo de corazón caliente y sediento de justicia lo
confirman. Cuando el matón caía sentado luego de que Adrían había golpeado su
cabeza contra la pared, el otro le dio un nuevo culatazo al muchacho de atrás.
Éste volvió a caer, esta vez parecía no haber retorno.
Marisa vio el
charco de sangre derramada en el piso y se puso a
llorar.
-Ajá. Ahí
estás, bebé -dijo uno de los tipos con una sonrisa burlona y los ojos brillosos.
La sacaron de los pelos de abajo de la cama y la colocaron en un rincón de la
pieza. Ella estaba totalmente despojada de ropas y el más joven comenzó a
manosearla. Su novio pareció resucitar y arremetió como un toro herido en la
arena hacia el hombre. Éste cayó al piso y Adrián, empapado en sangre,
tambaleante y con la visión en tinieblas, se puso delante de Marisa.
-Correte,
negro -mandó uno de los patoteros. Adrián no se movió.
-Te dije
que te corras, pedazo de boludo.
Allí lo
apuntó con el arma. Adrián otra vez se lanzó contra él. Otra vez lucharon, pero
el hombre esta vez disparó y el muchacho cayó herido en el vientre.
-Qué
hiciste, boludo, había que asustarlo -lo retó el compañero-. Bueno, no se
pierde nada.
-Si se
ponía pesado el asunto, tenía autorización de matarlo al zurdo este.
-Esta
bien, vámonos.
-Sí,
rajemos.
-Rajemos,
rajemos -le gritó uno al que estaba esperando en el coche. Arrancaron y se
perdieron en la oscura noche.
-¡¡¡Ayúdenme por favor!!! -gritaba desesperada Marisa mientras su chico
agonizaba en sus brazos y su suave piel se teñía de rojo.
-Tengo
algo que decirte, mi vida -dijo como pudo la chica entre sollozos mientras
besaba mil veces las mejillas de su novio-. Hoy te lo iba a contar mi amor. Estoy
embarazada.
-Tendré
un heredero. Si es varón, ponele Ernesto -manifestó el joven mientras respiraba
con gran dificultad y el líquido que presagiaba lo inevitable ya inundaba toda
la pieza.
-Te lo
prometo, mi vida: Ernesto López.
Cuando
llegaron algunos vecinos, Adrián ejecutó el último de sus alientos. Pero
su hijo heredaría su espíritu y completaría la obra que él había
comenzado.