SU MAJESTAD, EL ENANO FASCISTA
Sobrevolando los más oscuros
intersticios del aparato psíquico de cualquier hijo de vecino, pueden intuirse
algunas voces corporizadas en un material extraño que no es materia, nunca
estudiada por los científicos ni descripta por ningún profeta en libro sagrado
alguno. Sin embargo, los más recónditos
e inverosímiles sitios lejanos que pueden verse en fotografías satelitales
provenientes de alguna galaxia distante a incontables años luz, carecen de la
complejidad estética que se alcanzan a ver en estas imágenes fantasmagóricas
pero terrenales, ubicadas en el corazón mismo de la topografía cerebral. Los surcos surcados por el viajero, las
cisuras profundas navegadas y los circuitos electrificados sorteados pintan un
enigmático paisaje que invita a la estupefacción.
Ese terreno para llegar al
aparato psíquico es físico y tangible. Es verdad: ya han buceado por allí
muchos aparatos de última generación, pero nunca nadie antes había llegado a
aquél lugar que no es un lugar, sino una instancia inmaterial, o mejor dicho,
un par de instancias inmateriales. Muchos me dirán que el viejo Sigmund ha
descripto con creces tales cuestiones y tengo que darles la razón. Pero el
vienés lo ha hecho recurriendo a la descripción abstracta, ningún sentido
humano ha podido, hasta hoy, penetrar en esos sitios inmateriales. El
psicoanálisis escucha la voz concreta de un sujeto y analiza sus palabras;
luego saca sus propias conclusiones a través de la abstracción. Nunca la
ciencia ha conseguido ver ni escuchar nada por allí. Los neurólogos y sus
ultratecnológicos aparatos han visto los surcos, han logrado percibir las
luminarias que se encienden en forma alternada, pero siempre encontraron una
barrera impasable de lo material a lo inmaterial. Todos sabemos que el aparato
psíquico está allí dentro, presente en algún ¿espacio?, como un vacío
microcósmico, y también aprendimos del viejo que en ese enigmático ente hay
férreas disputas de poder, sufrimiento, desasosiego, ocultamientos, represión y
lucha por la libertad.
¿Y qué hay allí dentro? Está
todo el Ser, todo lo que nuestro cuerpo desenfunda o esconde, todo lo que
nuestra lengua suelta o amarra, todo lo que nuestro animal feroz instintivo
reclama y no consigue cuando pierde la disputa con el animal social y racional
con el que convive en un tira y afloje, en una guerra sempiterna y
omnipresente. Están nuestras impostergables pretensiones, pero también están
nuestras necesarias represiones. Queremos todo, pero el todo no nos está
permitido.
El Superyó es una de las
instancias que componen el aparato psíquico del ser humano. El Superyó se forja
con el sepultamiento del Complejo de Edipo, cuando el niño comprende que no
puede ser el falo de la madre. Allí, el sujeto comprende que existe la ley, que
hay normas de convivencia que debe respetar, y deja, a regañadientes, su
narcisismo. Se da cuenta de que en el mundo existen otros sujetos, que no puede
reclamarle a los demás que cumplan con sus deseos. Entiende que los otros no
son sus súbditos, que existen reglas que regulan las relaciones sociales y que
debe respetar al otro. Sabe que debe reprimir muchos de sus impulsos.
Ahora bien, hay sujetos que no
logran la completud de su aparato psíquico o, si la logran, lo hacen de forma
incompleta, conflictiva. En el primero de los casos se genera una psicosis, en
el segundo, una neurosis.
Todos tenemos impulsos
provenientes de nuestro "Ello", que es otra de las instancias del
aparato psíquico, es el bebé en estado puro, el que quiere que se cumplan todos
sus deseos. Pero, una vez instaurado el Superyó, reconoce que no puede hacer
todo lo que sus impulsos le piden.
Una tarde, viajando en tren
sentado, me dispuse a leer un libro que llevaba bajo el brazo. Pero a cada
intento de hacerlo, era interrumpido por el grito de un vendedor. Mi primer
pensamiento fue: "La puta madre, ¿por qué no prohíben a estos
vendedores?" Claro, un hombre de bien como yo, ¿por qué debería soportar
que estos vagos no me permitan leer mi libro? Al instante, recapacité y me dije:
"No puedo ser tan facho". Mi "Ello", mi egocentrismo, mi
narcisismo pugnaban por salir, por imponerse, pero mi superyó consiguió
triunfar y reprimir a mi primer impulso.
Los que no consiguieron
construir su Superyó, no tienen la capacidad de reflexionar y cuestionar sus
impulsos primarios. No han internalizado la ley, no han sepultado su
narcisismo.
Otra vez escuché a una mujer
decir, cuando el colectivo en el que viajaba se detuvo por varios minutos:
"Si son los piqueteros, los tiramos al riachuelo". Claro, fue un
impulso primario que no supo reprimir. Mi duda es: ¿No son los neofascistas
sujetos que no han constituido su aparato psíquico o, si lo constituyeron, lo
hicieron en forma incompleta? ¿No es el neofascismo un tipo de neurosis o de
psicosis? Porque el neofascista es incapaz de reflexionar sobre sus impulsos
primarios. No puede ponerlos en tela de juicio, no es capaz de replantearse sus
pensamientos narcisistas. Porque su Superyó no existe o está mal constituido.
Asimismo, considero que todos
tenemos al famoso "enano fascista" adentro. Es ese ser egocéntrico
poseído por el narcisimo, ese perverso polimorfo adorador de sus placeres más
bajos. Su Majestad, el enano fascista, -heredero directo de Su Majestad el
bebé-, cree que el mundo debe satisfacerlo en todo. Se somete con insospechada
servidumbre a sus pulsiones elloicas, atropellando, impiadoso, a todo objeto
que se mueve a su alrededor. Si lo dejamos suelto, el enano fascista se apropia
de nuestros pensamientos y actos. El enano crece en nuestro interior inmaterial
cuando no somos capaces de acomodarnos a los otros, cuando no conseguimos
reprimirlo con la reflexión y el entendimiento. El enano fascista, egoísta,
feroz, tirano, debe ser combatido en el campo de batalla de nuestro aparato
psíquico por el principio de realidad, por la acomodación al mundo y por el
respeto al Otro. Los fachos que pululan por este mundo no gozan del privilegio
de la reflexión y del respeto por el Otro. No saben, no pueden, o no quieren,
reprimir a su enano fascista. No han conseguido asirse del principio de
realidad, del respeto al Otro: son seres antisociales, inadaptados, majestades
que no han conseguido superar la etapa primitiva de su constitución subjetiva.
Son como bebés: siguen viviendo en su prehistoria, en su espejo lacaniano, en
su perversidad. Pero son bebés grandotes y peligrosos, capaces de portar
cacerolas destituyentes, armas en la cintura, ideologías despreciables y/o
fusiles genocidas. No gritan pidiendo la teta de mamá, gritan pidiendo la
sangre de los pobres.
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