domingo, 2 de noviembre de 2014

SU MAJESTAD, EL ENANO FASCISTA

SU MAJESTAD, EL ENANO FASCISTA

Sobrevolando los más oscuros intersticios del aparato psíquico de cualquier hijo de vecino, pueden intuirse algunas voces corporizadas en un material extraño que no es materia, nunca estudiada por los científicos ni descripta por ningún profeta en libro sagrado alguno.  Sin embargo, los más recónditos e inverosímiles sitios lejanos que pueden verse en fotografías satelitales provenientes de alguna galaxia distante a incontables años luz, carecen de la complejidad estética que se alcanzan a ver en estas imágenes fantasmagóricas pero terrenales, ubicadas en el corazón mismo de la topografía cerebral.  Los surcos surcados por el viajero, las cisuras profundas navegadas y los circuitos electrificados sorteados pintan un enigmático paisaje que invita a la estupefacción.
Ese terreno para llegar al aparato psíquico es físico y tangible. Es verdad: ya han buceado por allí muchos aparatos de última generación, pero nunca nadie antes había llegado a aquél lugar que no es un lugar, sino una instancia inmaterial, o mejor dicho, un par de instancias inmateriales. Muchos me dirán que el viejo Sigmund ha descripto con creces tales cuestiones y tengo que darles la razón. Pero el vienés lo ha hecho recurriendo a la descripción abstracta, ningún sentido humano ha podido, hasta hoy, penetrar en esos sitios inmateriales. El psicoanálisis escucha la voz concreta de un sujeto y analiza sus palabras; luego saca sus propias conclusiones a través de la abstracción. Nunca la ciencia ha conseguido ver ni escuchar nada por allí. Los neurólogos y sus ultratecnológicos aparatos han visto los surcos, han logrado percibir las luminarias que se encienden en forma alternada, pero siempre encontraron una barrera impasable de lo material a lo inmaterial. Todos sabemos que el aparato psíquico está allí dentro, presente en algún ¿espacio?, como un vacío microcósmico, y también aprendimos del viejo que en ese enigmático ente hay férreas disputas de poder, sufrimiento, desasosiego, ocultamientos, represión y lucha por la libertad.
¿Y qué hay allí dentro? Está todo el Ser, todo lo que nuestro cuerpo desenfunda o esconde, todo lo que nuestra lengua suelta o amarra, todo lo que nuestro animal feroz instintivo reclama y no consigue cuando pierde la disputa con el animal social y racional con el que convive en un tira y afloje, en una guerra sempiterna y omnipresente. Están nuestras impostergables pretensiones, pero también están nuestras necesarias represiones. Queremos todo, pero el todo no nos está permitido.
El Superyó es una de las instancias que componen el aparato psíquico del ser humano. El Superyó se forja con el sepultamiento del Complejo de Edipo, cuando el niño comprende que no puede ser el falo de la madre. Allí, el sujeto comprende que existe la ley, que hay normas de convivencia que debe respetar, y deja, a regañadientes, su narcisismo. Se da cuenta de que en el mundo existen otros sujetos, que no puede reclamarle a los demás que cumplan con sus deseos. Entiende que los otros no son sus súbditos, que existen reglas que regulan las relaciones sociales y que debe respetar al otro. Sabe que debe reprimir muchos de sus impulsos.
Ahora bien, hay sujetos que no logran la completud de su aparato psíquico o, si la logran, lo hacen de forma incompleta, conflictiva. En el primero de los casos se genera una psicosis, en el segundo, una neurosis.
Todos tenemos impulsos provenientes de nuestro "Ello", que es otra de las instancias del aparato psíquico, es el bebé en estado puro, el que quiere que se cumplan todos sus deseos. Pero, una vez instaurado el Superyó, reconoce que no puede hacer todo lo que sus impulsos le piden.
Una tarde, viajando en tren sentado, me dispuse a leer un libro que llevaba bajo el brazo. Pero a cada intento de hacerlo, era interrumpido por el grito de un vendedor. Mi primer pensamiento fue: "La puta madre, ¿por qué no prohíben a estos vendedores?" Claro, un hombre de bien como yo, ¿por qué debería soportar que estos vagos no me permitan leer mi libro? Al instante, recapacité y me dije: "No puedo ser tan facho". Mi "Ello", mi egocentrismo, mi narcisismo pugnaban por salir, por imponerse, pero mi superyó consiguió triunfar y reprimir a mi primer impulso.
Los que no consiguieron construir su Superyó, no tienen la capacidad de reflexionar y cuestionar sus impulsos primarios. No han internalizado la ley, no han sepultado su narcisismo.
Otra vez escuché a una mujer decir, cuando el colectivo en el que viajaba se detuvo por varios minutos: "Si son los piqueteros, los tiramos al riachuelo". Claro, fue un impulso primario que no supo reprimir. Mi duda es: ¿No son los neofascistas sujetos que no han constituido su aparato psíquico o, si lo constituyeron, lo hicieron en forma incompleta? ¿No es el neofascismo un tipo de neurosis o de psicosis? Porque el neofascista es incapaz de reflexionar sobre sus impulsos primarios. No puede ponerlos en tela de juicio, no es capaz de replantearse sus pensamientos narcisistas. Porque su Superyó no existe o está mal constituido.
Asimismo, considero que todos tenemos al famoso "enano fascista" adentro. Es ese ser egocéntrico poseído por el narcisimo, ese perverso polimorfo adorador de sus placeres más bajos. Su Majestad, el enano fascista, -heredero directo de Su Majestad el bebé-, cree que el mundo debe satisfacerlo en todo. Se somete con insospechada servidumbre a sus pulsiones elloicas, atropellando, impiadoso, a todo objeto que se mueve a su alrededor. Si lo dejamos suelto, el enano fascista se apropia de nuestros pensamientos y actos. El enano crece en nuestro interior inmaterial cuando no somos capaces de acomodarnos a los otros, cuando no conseguimos reprimirlo con la reflexión y el entendimiento. El enano fascista, egoísta, feroz, tirano, debe ser combatido en el campo de batalla de nuestro aparato psíquico por el principio de realidad, por la acomodación al mundo y por el respeto al Otro. Los fachos que pululan por este mundo no gozan del privilegio de la reflexión y del respeto por el Otro. No saben, no pueden, o no quieren, reprimir a su enano fascista. No han conseguido asirse del principio de realidad, del respeto al Otro: son seres antisociales, inadaptados, majestades que no han conseguido superar la etapa primitiva de su constitución subjetiva. Son como bebés: siguen viviendo en su prehistoria, en su espejo lacaniano, en su perversidad. Pero son bebés grandotes y peligrosos, capaces de portar cacerolas destituyentes, armas en la cintura, ideologías despreciables y/o fusiles genocidas. No gritan pidiendo la teta de mamá, gritan pidiendo la sangre de los pobres.





La historia no terminó



 I
El joven Ernesto López dirige el grupo más intrépido y decidido. Aprovecha que las vallas habían sido derribadas por la multitud de la Plaza de Mayo para tomar por sorpresa el sector que todavía dominan las fuerzas de seguridad. Con pasamontañas negros y fusiles largos se enfrentan con los pocos uniformados que no huyen o se entregan. Inmediatamente, los ciudadanos congregados, como una ola gigantesca, ingresan al sitio antes vedado y festejan. En casi todas las provincias, las comisarías y los edificios gubernamentales están en manos de los vecinos. Las Fuerzas Armadas, divididas, en su mayoría no intervienen. Ernesto López es el primero en entrar a la Rosada seguido por más de 30 hombres armados. El edificio ya estaba vacío, debido a que funcionarios y empleados habían huido ante lo que ya era inevitable.
   El líder revolucionario acaba de cumplir 28 años y es el único hijo de una de las mujeres más combativas de Latinoamérica. Es abogado y su ídolo máximo es su difunto padre a quien no conoció pues murió antes de que él naciera. Ernesto siempre recuerda orgulloso lo que su madre le contó sobre él: que luchó hasta la muerte por sus ideales y que fue asesinado por policías a los 23 años mientras preparaba una huelga general.
   Ernesto López sale al balcón, se quita el pasamontañas y levanta los brazos. En una de sus manos exhibe su fusil. El pueblo está feliz por el triunfo de la Revolución. ¿Una película, un sueño, una premonición?

II
 Mi analista insiste en afirmar que yo encuentro en Adrián ciertos rasgos caracteriales que me llaman la atención, que inspiran e incentivan mi espíritu investigativo, mi vocación sociológica. Además, me dice que quererlo es una manera que tengo de poder derramar mi espíritu solidario en un chico de clase baja porque soy una mina sensible... Que encuentro en él lo que les falta a mis padres y familiares, que es un sentimiento de piedad. También me dice que siento culpa y quiero lavarla saliendo con él, porque es lógico que una trabajadora social se involucre con toda su alma en su tarea y él es como el ícono de los pobres y que para sentirme honesta con mis ideales me obligo a amarlo. Yo no creo que sea así. Lo amo porque es un tipo de un corazón así de grande, porque es un morocho hermoso y de una inteligencia superlativa. Me creo lo suficientemente madura como para reconocer el amor.»
   Luego de estas reflexiones que Marisa efectuó para sus adentros mientras se miraba en el espejo del techo, se levantó de la cama para observar mejor a su chico tendido boca arriba y totalmente desnudo.  Sus ojos verdes se llenaron de emoción. En su mirada se mezclaba la ternura más pulcra con el libido más extremista. Era una mirada angelical y diabólica a la vez. Allí pareció detenerse su lenguaje interior, su diálogo consigo misma. La reflexión analítica de su cerebro pareció desintegrarse entre las tinieblas de la pasión cuasidegenerada. Sonrió casi con malicia, su gigantesca dentadura fue el centro del universo en ese instante en el que pasó de la racionalidad al salvajismo en estado puro. Es que así somos: animales pulsionales incapaces, por suerte, de reprimir algunas de nuestras salvajes pretensiones. Aunque en muchas oportunidades ese salvajismo, esa imposibilidad de autorrepresión racional nos envía al peor de los infiernos, en muchas otras ocasiones nos transporta a los celestiales placeres que le dan sentido a la existencia.
   «Qué magnífico espécimen de la humanidad, por Dios. ¿Cómo puedo ser agnóstica viendo semejante creación? Qué rostro, qué piel, qué pelos, qué belleza, qué cosa tan sabrosa, por favor. Esa geografía de su cuerpo que se hace sentir en cada roce, esos músculos como montañas que golpean mi cuerpo son los ejecutores de un concierto infinito de placer.», pensó la chica. Y de eso estamos hechos. El impulso irracional más carnal que se entrecruza en nuestro interior con la espiritualidad más elevada del amor dan como resultado nuestra específica e irrepetible esencia.
    -No lo puedo ver así... -dijo para sí susurrando, y en un violento impulso se lanzó sobre él. Creció y su dueño despertó. Otra vez...
   Después, una ducha y cada uno a su casa. Cinco minutos de descanso y un pucho. Algo para tomar pero no quedó plata. Ya es día, ya fue la noche. Hoy es domingo, ella almuerza en casa, viene su tía la que se la cree, y él en casa con asado si está papá.
   Bañate vos primero, dale que es tarde y nos echan, que bueno, que vos, que yo, se bañan juntos y lo hacen otra vez bajo la ducha. Qué lindo cuando llueve, qué rico todo, el sabor de estar vivos.
   Qué bellos pechos mojados, qué piel blanca tan tersa.  Qué pelos en el pecho, qué brazos marcados. Se secan el uno al otro con una suavidad que espanta los malos espíritus. Él y su slip rojo, ella y su tanga negra. Él y su jean gastado que realza sus nalgas duras, sus muslos firmes; ella y su pollera hasta el piso que a trasluz y con ingenio permite descubrir el paraíso. Él y su remera negra como telón de un torso soberbio; ella y su blusa roja que ajusta dos médanos explosivos de una playa creada para su Adán. Se cruzan los ojos y se detienen a contemplarse. Él y sus ojos marrones, ella y sus ojos verdes. Él y su sonrisa pícara, ella y sus dientes interminables. Vamos. Él toma su morral negro, ella su colorinche. Último beso, nos vemos en la semana.

III
Cuando llegamos a Miami nos estaban esperando en el aeropuerto Jaqueline y Axel. Fuimos a su departamento: espectacular, genial, unas alfombras persas que para qué te cuento. Enseguida destaparon champán francés, bebimos y después...
    La tía que se la cree. Mamá la observa con desconfianza y gesticula cada vez que mira a papá, con una mezcla de odio y envidia.
   -Las playas de Cancún son mejores -interrumpió la madre de Marisa-. Estamos pensando comprar una casa allí, ¿viste? Cuando Marisa se reciba vamos a regalarle un viaje.
   -A propósito, ¿qué era lo que estudiabas, nena? Ya me lo dijiste alguna vez pero no lo recuerdo -preguntó con malicia la tía Nelly dirigiendo su mirada a Marisa.
   La chica se hizo la que no escuchó; fue su madre la que respondió:
   -Trabajo Social. Licenciada en Trabajo Social.
   -Qué lindo... ¿y para qué sirve? ¿No es más fácil hacer caridad, querida?
   Algunos tíos y primos estallaron en carcajadas y Marisa subió a su cuarto. No fue que se sintiera dolida, ella estaba muy segura de lo que quería y veía a la mayoría de sus familiares como un puñado de idiotas. Sólo se sentía cansada y no estaba con ánimos para escuchar esos comentarios que consideraba llenos de frivolidad e ignorancia. Estaba harta de las competencias familiares para ver quién adquiría mayor estatus por la forma de gastar su dinero. Que los viajes, que el posgrado del nene en Harvard, que el flamante consultorio, que tal o cual restorán.  Ella sólo quería descansar porque necesitaba leer y su estado mental en ese momento era deplorable.
   -No le faltes el respeto a tu familia, nena. Los tíos recién llegan de un largo viaje y tuvieron la deferencia de venir a vernos -recriminó con dulzura pero no sin firmeza el padre de la chica después de entrar al cuarto-. Ya sé que te molesta un poco que se manden la parte, pero son nuestra familia y no tienen maldad. A veces el complejo de inferioridad los hace snob. Y vos sos muy comprensiva con la gente, ¿no? ¿No es eso lo que estás estudiando? ¿O sólo sos comprensiva y amable con esos vagos que frecuentás todos los días?
   Marisa se dio vuelta en la cama y con una mirada cual misil le dijo todo a su padre.
   -Perdoná, Mari... Perdoná -se excusó el hombre-. Soy una bestia.
   Pasa que a veces uno habla sin pensar lo suficiente lo que su boca suelta desprejuiciadamente. Los labios del ser humano no fueron provistos de autorregulación, son dos músculos que actúan como por instinto y se mueven al son de las cuerdas vocales y de la lengua tampoco reflexivas. Estos órganos del ser humano no difieren demasiado de los órganos de los otros animales que pululan por la esfera terrestre, solo actúan por impulso, por el mandato arbitrario de un cerebro que dos por tres se vuelve estúpido.
   El doctor Vázquez Arriaga, insultándose a si mismo en silencio, dio media vuelta, cerró la puerta y se dirigió a las escaleras. Y Marisa se durmió y soñó con Adrián, su pareja. Se vio desnuda frente a un río amándolo. Luego se vio corriéndolo desesperadamente cuando él huía de su compañía y le gritaba a ella con odio: ¡Oligarca, oligarca!  ¡Andá a Miami con los gusanos! ¡Andá a Miami con los gusanos! Después ella estaba arriba de un avión y lloraba desconsolada mientras su novio corría al lado de la nave. Ella en el sueño no quería irse pero había algo que la obligaba. Era algo que tenía que hacer. El avión levantó vuelo y Adrián, usando sus manos como si fueran sopapas, se elevó pegado a la ventanilla. Luego vio como su cuerpo se hacía añicos contra el piso.
   Despertó toda transpirada, taquicárdica, con la respiración entrecortada. Ya no pudo dormir y prendió su equipo de audio. En la compactera había un disco de Silvio Rodríguez, el cual empezó a sonar.  El calor era mucho para esa altura del año, el reloj marcaba las cuatro y cuarto. Se desnudó por completo, revolvió los cajones de su cómoda y se puso una bikini roja. Se miró al espejo y allí estaba. Ese espejo devolvía luz. Toda la luz. Pero no sólo por la hermosura de su cuerpo. Había algo más, un plus no visible que parecía corporizarse en algo que no se puede describir con palabras. Salió de su dormitorio, bajó las escaleras y salió por la puerta de atrás, para dirigirse a la piscina. Aguas claras, tibio relax. Qué belleza, qué concierto para los ojos y el alma. Allí, ese ser admirable, arrogante, envidia para los ángeles. Danzas etéreas, animal incomparablemente bello, inimitable, único en el universo. El viejo debate intelectual entre platónicos y aristotélicos parecía inclinarse por los segundos. Nominalismo sí, realismo no. No hay una misma esencia para todos los seres humanos. La esencia de Marisa era esa tarde única, inconfundible, inimitable e irreproducible.
   El trampolín bajo sus pies, ahora una vuelta en el aire, ahora las puntas de los dedos de sus manos en perfecta armonía tomando contacto con el agua que la esperaba ansiosa como una doncella en celo aguardando el momento más glorioso de su existencia. Allí penetró todo su cuerpo y las aguas tuvieron un orgasmo envidiable. El ruido del chapuzón fue un gemido de la naturaleza; las aguas fueron el vaivén de una diosa enloquecida de pasión. Nadó hacia el otro extremo de la pileta y emergió a la superficie con sus ojos abiertos; el agua acarició su cuerpo desde la cabeza hasta los pies, recorriéndolo lentamente, acariciándolo con suavidad e idolatría. Ahora una plancha: pies, senos y rostro exhibidos a los cielos y el sol, los que miraban atónitos. Los rayos se violentaron de excitación, estiraron sus brazos de fuego hasta tocarla. 
    Después de una media hora, los familiares salieron al hermoso y gigantesco parque lleno de flores, plantas y juegos para niños. Y allí vieron a Marisa tirada boca abajo tomando sol. Entre dos tíos se cruzaban miradas y gestos, se mordían los labios, fruncían los ceños, movían las cabezas, casi les caía baba. Una de sus esposas, una mujer que encandilaba por sus joyas, descubrió a su marido y cuñado y los reprendió con una mirada. Los dos se hicieron los desentendidos.
   A Marisa parecía no importarle la presencia de los mirones. En un momento se levantó, caminó hacia una reposera debajo de un árbol, tomó un libro y comenzó a leer. Era un volumen de economía política de gran tamaño, uno de los tomos de uno de los grandes clásicos de la humanidad, de un autor que creó una corriente de pensamiento combatida de diversas formas por sus enemigos políticos. Ella amaba a ese pensador. Sus análisis sociológicos la embelesaban, pues decía muchas cosas que ella ya tenía dentro de su cabeza pero que salían a la superficie de su conciencia con la lectura.
   Luego de una hora de éxtasis intelectual y de que sus familiares se habían despedido, la chica cerró el libro y, a modo de conclusión, dijo:
   -La historia no terminó.
   Y se dirigió hacia dentro de su cuarto, se puso uno de esos vestidos que se usan arriba de la maya. Luego fue a la cocina y se preparó unos mates. Su padre andaba cerca y se sentó a acompañarla. Él no era muy matero, pero sabía que unirse a ese ritual popular que su hija practicaba con devoción cada día lo podía acercar a ella. Este tipo de personas como el doctor no son practicantes de estas costumbres culturales de estos pagos, prefieren el café. Son dos adicciones muy distintas: el mate genera una especie de comunión, compartir el mismo recipiente y la misma bombilla entre varias personas provoca lazos amistosos. De mano en mano y de boca en boca, así va y viene, viene y va, entre charlas casi siempre amenas. Es una especie de pipa de la paz, aceita las buenas relaciones, es como que, mientras se toma mate, existiese un pacto implícito de evitar las reyertas. El café, por el contrario, es una  práctica netamente individualista y tiene rasgos capitalistas. Los cafédependientes se ven en las oficinas y los bancos, hombres sofocados por sus corbatas y mujeres de trajecitos formales toman de su personal pocillo, no se les cruza por la cabeza pasárselo a su vecino de escritorio para que le dé un sorbo y se lo devuelva. El café los estimula y les provoca mayor concentración y respuesta física para el rutinario desempeño de sus tareas. Al igual que el mate, también oficia de lubricante, pero el café aceita los engranajes que son los cerebros programados para mantener en funcionamiento una monstruosa máquina demente, impiadosa e insaciable. El doctor Váquez Arriaga le pidió un mate a su hija y lo tomó en su mano de esa forma, con esos gestos característicos de los que no saben ni entienden de estas cosas, que sobreactúan el ritual y se ven tontos y sin experiencia, pero que quieren mostrarse como si fueran asiduos feligreses de este culto.
   -¿Estaba buena el agua, Mari?
   -Una joyita.
   -¿Así que rendiste bien esa materia que te tenía mal? -chupó de la bombilla hasta que el clásico sonido anunció el final de su turno.
   -Sí, me la saqué de encima. Me queda solamente la que estoy cursando y un final que voy a dar en diciembre... y me recibo.
   -Ojalá, así hacemos una fiesta.
   -Me aburren las fiestas, papi. Vos sabés.
   -Bueno, pero yo creí que...
   -No insistas. Lo del viaje tampoco, tengo mucho que hacer acá.
   -Acá no, en la villa -acusó el padre cambiando de tono.
   -La villa está acá nomás -dijo ella señalando hacia uno de los lados de la casa. Y viven personas.
   - Si, pero...
   -Me voy a la pieza, tengo que estudiar.
   -Después los jóvenes se quejan de que no hay comunicación con los padres.
   -Me voy antes de que peleemos. Esta película ya la vi muchas veces. Nunca nos vamos a poner de acuerdo.
   Ella tomó el termo y unos bizcochitos con una de sus manos, el mate y la yerba y el azúcar con la otra. Y encaró para su pieza. Su padre se fue balbuceando algo así como: «le lavaron la cabeza».  

IV
El torso desnudo de Adrián brillaba a los rayos de un sol que pegaba inclemente. El humo fluía del piso por entre las costillas vacunas. Falda y chorizos. Líquidos rojos y amarillos de mano en mano, de boca en boca. El muchacho aplacaba su sed atrasada con una gaseosa burbujeante y transparente.
   El paisaje de todos los días se mostraba desprejuiciado en los alrededores. Los chicos descalzos levantando polvareda; madres con bebés en brazos y escaleritas de su descendencia. Calles deformes, cráteres lunares a cada paso; zanjas hediondas, equilibristas y gimnastas. Telones de fondos soporíferos, sonidos que se precian de divertidos pero que aburren por su reiteración y monotematicidad. «Se te ve la tanga», «Vamo a tomá», «Vamo a choreá» y pará de contar.
   En casa de Adrián los sonidos eran idénticos a los que se amontonaban en las calles. Dos primos menores, unos adolescentes vestidos con ropas deportivas, coreaban cada estrofa levantando las manos. Adrián, un poco molesto, se quejó:
   -Loco, ¡qué mensaje de mierda!
   -Eh, guacho, sos un concheto... -contestó uno de ellos, un morocho delgado y narigón, teñido de rubio platinado-. Esta es la música que habla de las cosas que nos pasan a nosotros.
   -Es verdad, pero hay que tratar de salir de esa. Te dicen: drogate, salí a chorear. No es así la mano. Es un mensaje que te entierra; a los de arriba les conviene, son herramientas para mantenerse en el poder.
  -¡Eh, guacho, esta música es nuestra alegría, no seas careta!
   Adrián decidió no seguir con la charla, no estaba de ánimos como para entrar en un debate. Había tenido una noche por demás activa con la chica que amaba. ¿Qué estaría haciendo ella ahora? ¿Estaría pensando en él? Qué fantástico es el cerebro humano. Fuimos provistos del privilegiado poder de atravesar en una décima de segundo los espacios y los tiempos. Adrián viajó en ese instante de su casa a la de su novia, del hoy hasta el ayer. Y estamos capacitados para mucho más; podemos aparecernos como un espíritu trasuntador del universo en cualquier coordenada, podemos dibujar un punto de unión entre la coordenada x y la coordenada y con sólo traer un recuerdo al corazón de la mente. Un chasquido de dedos y podemos estar presentes en el excelso momento de la creación; otro chasquido y viajar hacia Europa del siglo XVIII y presenciar la Revolución Francesa; otro chasquido y escuchar un debate en la polis griega de filósofos del siglo V antes de Cristo; otro chasquido de dedos y captar el sublime momento de la resurrección del Mesías cristiano; podemos ingresar sin barreras a la mismísima mente de Marx, de Foucault o de quién más nos guste. Qué increíble privilegio tenemos los seres humanos y qué poco lo valoramos.   
   El  joven se sentó en un banquito medio destartalado, bebió de su vaso hasta el final y se internó en las profundidades de su pensamiento. Por momentos observaba a sus familiares y vecinos y se le mezclaban sentimientos de amor y bronca, de admiración y lástima. «¿Por qué no luchan, no se juntan y capacitan para salir de la mala? ¿Por qué tanta chatura? Aunque en verdad hay que tener huevos para sobrevivir en esta mediocridad. Hay que ser valiente para enfrentar y derrotar la tristeza con esas carcajadas. ¡Qué calidad para el asado! ¡Qué exactitud matemática y precisión científica para mover el palito y reacomodar las brasas!»
   Los sentimientos encontrados... Qué complejidad tan evidente en todos los bípedos con capacidad de abstracción. El joven con esas ganas de susurrar los quiero y de vociferar ¡despierten! Con esas ganas de usar sus manos con dulzura y acariciar cada rostro o de sopapearlos para que se reanimen de su desmayo permanente. Es que siempre tenemos esas batallas cerebrales, no sabemos qué es lo mejor, si gritar o callarnos, si comprender o reprender. Es que uno nunca puede ni debe reconocerse como el detentador de los saberes verdaderos, todo es relativo. ¿Qué nos autoriza al consejo, a la volátil palabra, a la apropiación arbitraria del sentido? Nuestra palabra se despoja de su pretendida condición bíblica y se luciferiza.  ¿Con qué autoridad nuestro infinito fluir de frases danzarinas y multicolores en nuestro cerebro pretende alcanzar la divinización y la irrefutabilidad? Por eso Adrián en esos momentos sabía que no era nadie que tuviera la permisividad de los siglos y los planetas para creérsela. Por eso luchaba contra las palabras que lo transformaban en un científico adriancéntrico y positivista que observaba a su pieza en una mesa de disección. Porque sus familiares y vecinos no son objetos inertes que se puedan analizar con la vanidad de un físico. Pero, a su vez, se le presentaba el deseo fervoroso de predicar sus verdades como un pastor en su atrio. Qué más da. Si es algo que nos pasa a todos en cada momento que debemos decidir una palabra.
   Un vaso con vino blanco y gaseosa recibía la aceptación de tres convidados que lo disfrutaban por partes iguales. El vaso transpiraba frescura, iba lleno y volvía vacío sin que ninguno de los que de él bebía tuviera algo de qué quejarse. Al contrario, cada sorbo era un momento sublime, el reparto era equitativo en un contrato implícito que ninguno había firmado pero que todos respetaban a rajatablas.
   Adrián se dirigió al baño y se paró en la puerta de la cocina a contemplar a su madre. Estaba gorda, algo arrugada y su ropa vieja no la favorecía. Ya se asomaban las primeras canas entre sus cabellos profundamente negros, a pesar de que recién entraba en los cuarenta. Ella cortaba tomates con una habilidad envidiable, movía una cuchilla con gran velocidad y destreza, como quien se siente retrasada, como si la vida de los que la rodeaban dependiera de la ensalada que estaba preparando. El muchacho entró al baño, orinó y salió. Tomó un vaso, abrió la heladera, agarró la botella de gaseosa, llenó el vaso sin cerrar la puerta, lo bebió de un trago; volvió a servirse, cerró la heladera y se fue al fondo con los hombres. En el camino, sintió que su actitud fue, comparada con la que vio de sus acompañantes, netamente individualista. Ellos compartían un vaso sin egoísmo y en comunión, y él bebía solo del suyo. Sintió un poco de repudio hacia sí mismo por haber visto a sus primos como ignorantes por lo de la cumbia, siendo que ellos compartían en las cosas simples su identidad.
   -Adrián se está cepillando a la hija del doctor Vázquez Arriaga. Está rebuena la guacha -espetó el padre orgulloso con un cigarrillo en la boca, agachado mientras daba vueltas una tira de falda.
   Todos miraron sonrientes al muchacho, y una tía que traía fiambre cortadito en una tabla, dijo:
   -Con la pinta que tiene le puede dar bola hasta la hija del Presidente.
    -Yo paso. No la toco ni con una caña de pescar -respondió Adrián.
   -¿Tiene teca la minita, che? -inquirió un primo más bien gordito, con barba candado y de pelo castaño corto.
   -Y, es la hija del Presidente... Estos están forrados y nunca dejan de chorear -contestó evasivamente.
   -Tu minita, gil.
   -El viejo puede ser, pero está todo mal con él. Siempre pelean.
   -Hacé buena letra así zafás -dijo un vecino cincuentón y sin dientes.
    Adrián atinó a sonreír y a bajar la mirada. No quería decir que estaba enamorado, que ella era muy buena, que tenía ideales y todas esas cosas que lo tenían chiflado de amor. La conversación parecía dirigirse por otros carriles y temía que se burlaran de él. En un instante pensó que se equivocó y que juzgó mal a sus compañeros de asado, porque esta gente es muy sentimental.
   Después de un rato de hablar de bueyes perdidos, de fútbol y mujeres, algunos de los comensales armaron una mesa con un tablón y caballetes, que colocaron al lado de una que habían sacado del comedor. Las mujeres, con gran velocidad y precisión, pusieron manteles, cubiertos, tablitas, platos y vasos; como así también el pan, las ensaladas y las bebidas. El papá de Adrián, de cuarenta y pico, de buen físico pero algo barrigón, acercó una bandeja negra y cuadrada a la parrilla, tomó chorizos y los cortó con gran habilidad a cada uno en tres. También cortó algo de carne.
   -Primero los chicos -mandó no sin autoridad. 
   -¡Chicos, a comer! -gritó la patrona.
   Un batallón de más de veinte vástagos invadió las mesas colocadas estratégicamente a la sombra. Y se lanzaron con violencia sobre su presa. Adrián, ahora prendido a uno de los vasos con vino que circulaban (ya que no pudo evitar unirse al ritual de los de su clase por una cuestión identitaria), observaba a los niños arrasar con la comida. Se sintió reconfortado y alegre, tal vez algo motivado por el vino, ya que unos pocos sorbos alcanzaban para marearlo, porque no estaba acostumbrado a beber alcohol. Lo cierto es que sus ojos se llenaron de brillo por aquella situación. Su padre lo convidó con un trozo de carne cortado de la puntita de una tira. Lo saboreó de pie al lado de su padre y de la parrilla.
   -Es-pec-ta-cu-lar -dijo con la boca llena y con gestos de haberse quemado. «Qué gratos momentos te regala la vida en compañía de los tuyos», pensó. Claro, la conciencia de clase que tantas veces se nos escapa entre los dedos porque muchas veces es casi intangible. Cómo nos han engañado y cómo nos engañamos. Con la tonta idea de querer ser mejores  trasuntamos nuestros días transformados en personas sin personalidad; queriéndonos apartar de la pobreza, la negamos y vivimos una vida creyéndonos lo que realmente no somos. Y así se va, con las penas barridas debajo de las alfombras y viviendo en un mundo de fantasías. Las prácticas y los colores y los brillos de los de arriba nos encandilan de una manera tan cegadora que somos como Simón Pedro negando a su hermano más preciado. El de al lado se nos parece demasiado y eso nos causa repugnancia, por eso hacemos todo lo posible para odiarlo, para alejarnos de sus tontas costumbres y miramos hacia los podios socioeconómicos y decimos: yo soy como ese que tiene la botella de champán y el trofeo en alto y no como el negro de acá a la vuelta.  Pero Adrián pensaba diferente. O mejor dicho, luchaba contra sus contradicciones omnipresentes e intentaba maniatar y amordazar definitivamente a aquel estúpido que dentro de él lo quería separar de sus hermanos del barrio en que pasaba sus días y de todos los que ponían sus osamentas al servicio de los explotadores. Es que reconocerse sometido es tarea ciclópea, hay que derribar muchas barreras, y el muro más alto a destruir es el que vive dentro de nuestra cabeza. Ser consciente de lo que se es, de lo que son nuestros hermanos, esa es la consigna que levantaba Adrián. Y saber identificar a nuestros enemigos, a los que nos quieren ver para siempre felices chupando como perros de la calle los huesos que nos tiran.   
   Luego de que los niños terminaron de almorzar, se aproximaron los grandes a la mesa y lo devoraron todo.
   Cuando terminaron con el banquete, las mujeres limpiaron las mesas. Adrián quiso ayudar pero fue reprendido, suavemente pero con firmeza, por su madre. «Qué machistas que son», se dijo el muchacho. «A los platos lo lavan las mujeres, al vino lo toman los hombres». Cuando hicieron un llamado a jugar al truco, el joven no dudó y salió disparado a participar del juego.
   Adrián pensó: «El truco. Un juego que nos identifica. Qué póker, ni qué nada. El truco es bien nuestro y necesita de rapidez mental, de valentía, de intuición casi sobrenatural. Es igual que la vida del pobre: cuando repartieron las cartas y no tenés nada, necesitás ser osado e inteligente para ganarle al que está cargado. Si estás en bolas y arrugás, perdés; pero si tenés huevos e ingenio, podés ganar. Igual que todos los que estamos acá. La repartija es desigual, debemos ser valientes e ingeniosos para triunfar en la vida. Además, al igual que al truco, debemos apoyarnos en nuestros compañeros, porque solos estamos fritos.»
   Los ¡Truco a esa porquería! ¡Falta envido! y otros gritos de guerra se sucedieron hasta la caída del sol y un rato más. Muchos ya estaban ebrios y varias mujeres se habían retirado a sus casas. A no ser porque Adrián adora jugar al truco y, a pesar de sus sentimientos encontrados, le encanta estar en compañía de los de su clase, él ya se habría ido a dormir hace rato. La mayoría de los hombres tomó vino o cerveza, mientras que Adrián tomó mate acompañando a las mujeres.
   Hubo un par de trifulcas verbales de las que nunca faltan, echaron a uno que se había puesto pendenciero, hasta que todo llegó a su fin. El padre de Adrián se fue a su casa -ya que estaba separado de la madre de Adrián y vivía con otra- y el pibe se acostó a las nueve. Estaba exhausto. Antes de dormir pensó en Marisa. «Mañana la voy a buscar a la facu», se consoló. Y durmió plácidamente.

V
Los que portaban las pancartas que rezaban «Comando Muerte a los Oscuritos» fueron persuadidos de abandonar la marcha. Algunos dejaron sus estandartes en lugares estratégicos y volvieron a la manifestación. El río humano era caudaloso e interminable. Las mujeres paquetas llevaban velas blancas y brazaletes negros en símbolo de luto por los civiles y policías muertos por la delincuencia. «Por el alambrado de las villas», era una de las consignas estampadas en algunas banderas y pancartas. «Por la vida de nuestros hijos, pena de muerte», era otra de las preferidas.
   Los medios de comunicación alentaban a la gente a concurrir a las marchas «Por la seguridad» convocada por el líder del «Movimiento por la Seguridad Nacional», el doctor Juan Alberto Struggersen, un acaudalado empresario que había perdido a su familia en un violento tiroteo entre una banda de malvivientes y la policía. Sólo dos personas estaban presos por aquellos hechos: un verdulero de nacionalidad boliviano, a quien acusaban de haber hecho los disparos contra la hija adolescente del empresario, y un líder del «Movimiento de Villeros por la Liberación», quién estaba acusado de haber disparado con una recortada contra la señora de Struggersen. Las pruebas dejaban mucho que desear, algunas organizaciones de derechos humanos aseguraban que las pruebas habían sido armadas y que los acusados eran inocentes.
   Mucha gente se hizo eco de los dramáticos pedidos de justicia de aquel hombre y existían marchas en todo el país. Asimismo, algunos comandos parapoliciales ingresaban a los barrios bajos y villas del Gran Buenos Aires a buscar supuestos criminales. En esos días el Gobierno nacional, de orientación socialdemócrata, había comenzado con una purga policial y se manifestó en contra de las acciones clandestinas en los barrios pobres. Algunos de los que habían ingresado a las villas mataron a un adolescente y existían dos versiones de los hechos: La primera, la de la Policía, aseguraba que el joven fue atrapado in fraganti mientras asaltaba un negocio y que ante la voz de alto respondió con disparos. La otra versión aseveraba que el muchacho había sido asesinado a sangre fría por los matones, y que el chico estaba desarmado. Quien disparó contra el joven era un policía retirado y estaba preso. Partidario de la primera versión, el empresario Struggersen había convocado a la marcha con la consigna: «Libertad a los que luchan contra el delito».
   En un escenario plantado frente al Congreso, el líder del Movimiento por la Seguridad Nacional fue el único orador:
   -No es posible que los hombres de bien estemos en manos de vagos y drogadictos que siembran el terror en cada esquina, matando a nuestras mujeres y niños, robando a los que con el sudor de sus frentes se ganan el pan como bien lo mandó Dios Nuestro Señor -exclamó Struggersen a gran voz-. Y el Gobierno tiene el tupé de encarcelar a los que trabajan por el bien común, arriesgando sus vidas para librarnos de los malvivientes. Exigimos la libertad inmediata del ex oficial Fernández y la implementación de un plan de acción que tenga como fin eliminar a todos los delincuentes.»
   La gente aclamaba con vehemencia a su líder.
   -¿Hasta cuándo, señor Presidente, va a defender a esos vagos mantenidos y malentretenidos que cortan las calles y no quieren trabajar sino molestar a la gente de bien? ¿Hasta cuándo, señor gobernador, seguirá persiguiendo a los policías que entregan sus vidas por nosotros? ¿Hasta cuándo, señor ministro de Seguridad, seguirá implementando la mano blanda contra los asesinos y violadores mientras que ellos implementan la mano dura y la pena de muerte contra los hombres y mujeres de bien?
   «Seguridad / Seguridad / Seguridad Nacional», vociferaba la multitud enardecida.
   Luego de tomar un vaso con agua, el empresario, girando sobre sus pies y mirando al edificio del Congreso y señalando con el índice acusador, exclamó a gran voz:
   -¿Hasta cuándo, señores legisladores, seguirán manteniendo estas leyes que les abren las puertas a los asesinos, ladrones, violadores y guerrilleros, para que salgan de las cárceles a seguir matando y alimentando la anarquía. ¿Son ustedes anarquistas, señores legisladores? ¿Es usted anarquista señor Presidente? Nosotros queremos vivir en paz y bajo el imperio de la ley, y si es necesaria la pena de muerte para que reinen la ley y la paz, pues bien: ¡pena de muerte!
   Todos, desde los más chicos hasta los abuelos más ancianos concentrados en la plaza y los alrededores corearon al unísono: Pena de muerte / pena de muerte.
   Struggersen, alzando su mano para hacer callar a la multitud, continuó:
   -Ahora quiero hacer un llamado a las organizaciones de derechos humanos...
    Una silbatina ensordecedora llenó el éter del centro de la ciudad. También se oían abucheos.
    -Defendamos los derechos de los ciudadanos decentes, no los de los delincuentes. (Ovación). Queremos una civilización civilizada, donde el que estudia, el que trabaja, el que respeta las leyes pueda caminar por las calles sin que se las corten, es un derecho constitucional; que los hombres de bien puedan ir a sus trabajos sin que los roben o asesinen; que nuestras chicas puedan ir a sus universidades sin que las violen.
   Los cánticos, los gritos ya eran ensordecedores. Por varios minutos el discurso se detuvo porque la gente se manifestaba con cánticos. Cuando la multitud calló, el orador se dispuso a concluir con su discurso. Su voz era fuerte pero entrecortada, sus ojos y sus mejillas ya no podían disimular las lágrimas.
   -Es claro lo que exige el pueblo esta noche. Hay que dejar de lado las ideologías y dictar la pena de muerte, el alambrado de las villas, despejar las calles de vagos partidarios de la guerrilla y activar una política de prevención y actuar en los lugares peligrosos, dándole libertad a las Fuerzas de Seguridad para trabajar en esos lugares. Buenas noches, compatriotas; esta batalla contra la delincuencia la vamos a ganar. ¡Vayan en paz! ¡No a la violencia! Este es el pueblo que se manifiesta en paz.  El que quiere paz y justicia. ¡Libertad a los que luchan por la seguridad! ¡Libertad a los que luchan por la paz!
   Y así se dio por finalizado el multitudinario acto. Según los organizadores, hubo medio millón de personas; según el Gobierno, no más de cien mil. Antes, durante y después del acto, los medios de comunicación entrevistaron individualmente a muchos manifestantes. Una anciana, muy bien vestida y con una incha de Struggersen, ante la oportunidad de un micrófono, comenzó a vociferar frases como ésta:
   -Yo creo que habría que prohibir a las organizaciones de derechos humanos que siempre sacan de las cárceles a los delincuentes. Claro, si ellos son delincuentes. Todos los que están ahí, en los derechos humanos, son gente, digamos... que estuvieron... en cosas raras.
   Un hombre de mediana edad, con ropa informal pero de primera marca, con una banderita argentina en su mano derecha, ante la pregunta de un periodista radial sobre las razones de su concurrencia, contestó emocionado:
   -Estoy acá por mis hijos. No puede ser que el país esté sitiado por delincuentes y subversivos que quieren vivir de arriba, y matan y roban, y que los que trabajamos y pagamos nuestros impuestos tengamos que vivir encerrados. Acá debería gobernar un tipo como Struggersen, un tipo religioso, laburante, patriota, culto y civilizado, con un pasado intachable. No como los que nos gobiernan ahora, cuyo pasado es medio turbio, algunos inclusive estuvieron presos. Yo jamás pisé una comisaría.
   Una mujer muy bonita, rubia y de ojos celestes, vecina de Barrio Norte, dijo con voz contundente ante las cámaras de televisión:
   -Basta ya, estamos hartos de tanto robo. Nosotros no somos villeros que protestamos y que este gobierno protege, somos toda gente buena, de trabajo. Ahora quieren aborto... asesinos. Este gobierno escucha a esos y no a nosotros. Estamos cansados.
   El periodista le preguntó:
   -¿Qué opina del Comando Muerte a los Oscuritos?
   -Yo estoy en contra de la violencia y el racismo. Pero a los que roban y matan, hay que mat... meterlos presos de por vida y hacerlos trabajar. Ellos son los violentos, no los que los combaten. ¿Cómo vas a combatir a los que roban y matan sino con armas?  Y ahora encima los meten presos, les atan las manos. ¿Adónde quiere llegar este gobierno?
   Un hombre joven, petizo y pelado, de traje italiano, con aire pedagógico dijo:
   -Acá hay que hacer una limpieza profunda, tiene que haber un cambio estructural en el país. Lo que tiene que primar es el orden. Y para que haya orden hay que ponerse firmes. Tienen que sacar el ejército a la calle. No sé, una ley marcial.
   -¿A usted lo robaron? -consultó el periodista, anotador en mano.
   -A mí, personalmente, no. Pero se ven muchos casos en televisión.
   Una mujer de mediana edad, vestida con ropas humildes y que decía venir del conurbano, manifestó ante una pregunta de un periodista:
   -Hay que parar con esto. Las villas están llenas de chorros, tiene que entrar el ejército y hacer limpieza. Struggersen es un amor, yo comparto todo lo que él dice, es un hombre que sabe mucho, además le mataron a la familia, pobrecito. ¿Cómo no vas a estar de acuerdo con alguien que sufre tanto? Los que lo critican es porque son zurdos, esa gente rara...  Eso de los zurdos me lo dijo mi hijo, que es policía y sabe mucho.

VI
 La Plaza de los dos congresos esta vez lucía notoriamente diferente a la noche de la marcha de Struggersen. Los concurrentes eran de todas las edades, pero la mayoría era gente joven. Había mujeres con niños, personas de mediana edad, ancianos, pero se destacaban los veinteañeros con ropas informales; predominaban el jean y las mochilas; chicos con cabellos largos, chicas de barrio y universidades públicas.
   La multitud era bulliciosa, los cánticos se sucedían unos tras otros, las banderas no dejaban de flamear. Por Entre Ríos llegaban las columnas.
   Una muy organizada se escuchaba a lo lejos: los empleados estatales. Hombres de mediana edad y jóvenes con sus instrumentos de percusión llamaban la atención de muchos. La banda de músicos muy ensayada formaba una hilera horizontal con redoblantes y bombos  que ponía un marco festivo a la gigantesca marcha. Detrás de ellos llegaba una columna reducida pero muy llamativa. Armaditos, encuadrados por jóvenes con palos colocados horizontalmente sobre sus pechos y con pañuelos rojinegros cubriendo los rostros daban la sensación de una organización cuasimilitar. Serios, en silencio y con sus banderas, jóvenes de barrios bajos eran mayoría en ese pintoresco e intimidante grupo.
   Muchas agrupaciones llegaban a la plaza, cada una con su característica identificatoria. Los estudiantes de diversas corrientes con sus incansables saltos y cánticos llegaron de distintos puntos del país. Partidos políticos, movimientos de desocupados, organismos de derechos humanos, algunos legisladores, trabajadores estatales, docentes, gremios, intelectuales, artistas, entre otros sectores, participaban de la marcha por el esclarecimiento de la muerte de un chico del Movimiento de Villeros por la Liberación. El Congreso era el punto de reunión y de allí se marcharía hacia la Plaza de Mayo.
   Adrián y Marisa habían debatido para definir en qué columna marcharían. Cada uno defendía su posición: el joven quería marchar con los Villeros y Marisa con los universitarios. Había ganado Adrián, porque ella trabajaba también en el movimiento del cual su novio era militante y había llegado a la conclusión de que debía ir con ellos porque el supuesto mártir era de esa agrupación.
   Eran las 8 de la noche y comenzaron a marchar. La columna de los Villeros partió delante de todos por Entre Ríos y, antes de doblar por Avenida de Mayo, se cruzó con las Madres que estaban con sus pañuelos blancos en la cabeza, paradas, viendo pasar y aplaudiendo a los manifestantes. Adrián reconoció a algunas de ellas y se acercó a repartir besos y abrazos. Luego de ese momento emotivo, volvió corriendo a donde estaba Marisa.
   -Estas viejas están un poco confundidas -criticó Marisa-. Apoyan al Presidente.
   -No... están con nosotros. Primero, la lucha. Lo que pasa es que el Presidente las sedujo un poco con algunas cosas -retrucó Adrián-. Pero hoy están acá; hace 30 años que están acá.
   Marisa no dijo nada.
   Siguieron su marcha cantando consignas contra la Policía, contra Strugerssen, contra el Gobierno. Era una manifestación mucho más bullanguera y pintoresca que la de días atrás. Mucha juventud, mucha algarabía a pesar del motivo que los convocaba. 
   Las voces retumbaban en los edificios, algunos vecinos salían a los balcones a aplaudir, a agitar las manos o a tirar papelitos. Algunos fuegos artificiales provocaban divisiones, ya que muchos no estaban de acuerdo con el uso de pirotecnia.
   Cuando la gigantesca columna Villera pasaba por las esquinas donde estaban apostados los policías, los improperios llenaban el éter. ¡Hijos de puta, hijos de puta! ¡Asesinos, asesinos!, cantaban levantando los brazos y apuntando sus miradas a los uniformados que observaban impávidos y burlones. Lo mismo ocurría con otras columnas. Era un espectáculo casi religioso, porque cada columna que pasaba frente a los impertérritos policías ejecutaba el mismo ritual. 
    En un momento, la columna se detuvo. Un grupo de no más de diez jóvenes encapuchados lanzaban piedras con sus gomeras sobre los vidrios de un banco extranjero. Está bien, está mal, son servicios, discutían los manifestantes. 
   Cada vez que aparecía una cámara de televisión, los concurrentes a la protesta se exaltaban aun más. Un grupo de estudiantes de una universidad pública del interior del país, cuando se vieron enfocados, saltaban y cantaban todos juntos, alegres de sentirse protagonistas: Y ya lo ve / y ya lo ve / es para strugger que lo mira por tevé.
   Los Villeros fueron los primeros en llegar a la plaza que ya estaba colmada. Desde el escenario un locutor vociferaba, exagerando a lo grande: -¡¡¡Un millón de personas, compañeros, un millón de personas!!!
   Luego de que varios oradores habían emitido sus discursos, un líder del Movimiento de Villeros por la Liberación cerró el acto:
   -Hoy estamos aquí para decir basta. No se puede  asesinar al pueblo de la manera en que lo están haciendo. Porque no es el único caso, compañeros. Tenemos más de cien muertos en protestas sociales, tenemos desaparecidos en democracia, más de doscientos presos políticos y más de tres mil procesados. Hoy, para demostrarle al Gobierno que nos dice que somos grupos aislados de ultra izquierda, el pueblo salió a la calle a acompañarnos. Gracias a todos los sindicatos, a las Madres, a los Hijos, a los organismos de derechos humanos. Gracias a los estudiantes secundarios y universitarios: ellos son nuestro futuro y hoy están acá, luchando por un país con justicia y equidad.
   Los estudiantes estallaron en un griterío, a lo que siguió un aplauso cerrado de toda la multitud. El orador continuó:
    -Gracias a los docentes, siempre vilipendiados por estos gobiernos de turno que no quieren educación para el pueblo. Nuestros maestros siempre están en lucha, no sólo por los salarios y mayor presupuesto para mejorar la educación de nuestros hijos, sino también por el cambio político-social definitivo, por un país para todos y no para unos pocos chupasangres y explotadores que imponen con violencia y regaderos de sangre su política de hambre y exclusión.
    Universidad / de los trabajadores / y al que no le gusta / se jode / de jode, cantaban primero los universitarios y se les unían inmediatamente los docentes. ¡Educación / Educación! gritaban otros.
   Gracias también a las agrupaciones de las Pyme. Hace años que están junto a nosotros, porque este país no les da oportunidades para crecer. Gracias a los profesionales y trabajadores de la salud. Con médicos y enfermeros como ustedes, con todo este pueblo junto a ustedes, el país se va a curar definitivamente, compañeros.
    Otra vez los gritos y los aplausos. Un grupo de un partido de izquierda exclamaba: paro paro paro / paro general. En un principio ellos eran los únicos que gritaban esa consigna. Pero luego se les adherían algunos grupos cercanos.
   -Nuestros campesinos también están aquí -dijo el militante mientras señalaba hacia atrás de unos edificios, ya que la cantidad de gente era tal que un porcentaje muy chico de los manifestantes tuvo el privilegio de ingresar a la plaza.
   -¡Nuestros pueblos originarios, hermanos! -exclamó a gran voz el militante Villero-. Porque les robaron sus tierras y sus pertenencias, compañeros. Y ellos merecen ser los dueños. ¡Porque ellos son los verdaderos dueños de este suelo, compañeros! No esta manga de ladrones genocidas seguidores de las políticas de los mal nacidos Sarmiento, Mitre y Roca! Porque esto no es civilización compañeros. Matando a nuestros hermanos no se civiliza. No hay civilización con chicos muertos de hambre, no existe civilización sin educación ni vivienda para todos. Y nosotros somos los salvajes, dicen estos caraduras. Salvajes son los que hundieron al país en esta maldita miseria.
    El orador hizo una pausa mientras los bombos sonaban. Y concluyó:
   Es nuestra responsabilidad como habitantes de esta bendita tierra, hermanos. Es nuestra responsabilidad cambiar el rumbo de la historia poniéndole el pecho a las balas, compañeros. Raulito era un chico grande...
   El hombre no pudo seguir con su discurso ahogado por el llanto. Un joven a su lado le ofreció su hombro para que se desahogara.
   -A Struggersen quiero decirle...
   Una terrible silbatina y abucheos invadió la plaza. ¡Hijo de puta / hijo de puta!, invadió la ciudad.
   -Sí, a ese hijo de puta que usa la muerte de su familia para justificar su odio racial y político apoyando y financiando al «Comando Muerte a los Oscuritos». ¿Cómo es posible que este Gobierno no haga nada contra esos neonazis que asesinan inocentes? Es nuestra responsabilidad, compañeros, luchar por la vida de nuestros hijos hasta la muerte. Porque la historia no terminó, compañeros. Vamos a cambiar el rumbo de la historia. ¡Vamos a cambiar el rumbo de la historia! Nada más, compañeros.

VII
En cuestiones humanas, las verdades nunca son absolutas. Todo discurso emitido está atravesado por la ideología, por interpretaciones del mundo, por pareceres. La objetividad no existe. Hasta las ciencias duras son constructos, porque entran en juego las visiones del científico. La teoría de la relatividad o el constructivismo lo describen muy bien. No hay mirada inocente, siempre son visiones parciales, un recorte subjetivo y arbitrario de la verdad objetiva -dijo Marisa ante la mirada atenta de su padre.
   -Un pulmón es un pulmón y un cáncer es un cáncer -aseveró el médico con aire pedagógico-. Negarse a la verdad de la ciencia es ser dogmático, no me vengas con esas teorías románticas, o peor, posmodernas. Eso es poesía, palabrerío. Eso es subjetividad extrema, es negación, es para locos.
   -Qué es la locura y qué la cordura. Para mí son locos irracionales los amigos tuyos. Hitler era un tipo que apelaba a la irracionalidad, a los sentimientos más bajos del ser humano.  Igual que Strugerssen, tu guía. Y pretenden transformar la irracionalidad en verdades eternas. Eso es el dogma fascista. Decir que si no pensás como yo, es porque estás poseído por la ideología. ¿Y lo de ustedes qué, no es ideología?
   -No me ofendas, cuidá tus palabras, yo no te agredo, ¿eh? ¿Qué me hablás de Hitler? -se quejó levantando la voz el hombre.
   -Bue...
   -Lo nuestro no es ideología, porque vemos la realidad tal cual es. Hay chorros, ¿no es verdad? Hay violadores, ¿no es verdad? Hay vagos malvivientes que no quieren laburar, ¿no es todo eso una realidad objetiva?
   -Como es una realidad objetiva que existe el cáncer, ¿no?
   -Tú lo has dicho -dijo el doctor citando a Jesucristo.
   -Y para vos, esos son un cáncer que hay que extirpar. 
   -Lógico, mi hija. ¿O a vos te gusta vivir entre delincuentes?
   -Los delincuentes son los que privan a la población de educación y trabajo. Claro, ya lo dijo Foucault: el poder construye verdades para mantenerse en el poder. Pero esas verdades son construcciones, no verdades absolutas. Y utilizan una serie de herramientas como la educación y los medios de comunicación, inclusive a los padres para transmitir generación tras generación esas verdades que son mentiras. Igual que tus amigos los curas.  Poder, saber y verdad. El poder hegemoniza los saberes, derrama sobre la sociedad sus visiones del mundo y hace que se naturalicen como verdades. Y esos saberes y esas verdades, sostienen el poder. Ellos dicen: yo mando, yo dicto los saberes, las leyes, las normas porque sé. Y ustedes obedezcan. Porque es natural que así sea. ¿Leíste a Foucault?
   -Algo, pero me pareció medio retorcido, poco práctico, no sirve para nada. Perdoname si te gusta, pero esas reflexiones, que pueden tener gran aceptación en ciertos círculos intelectuales, no te brindan herramientas para salir adelante. Además, tengo entendido que ese Foucault solía drogarse y era homosexual. Yo no tengo nada contra los homosexuales, cada uno... A lo que voy es que ese pensamiento no sirve para capacitarte, para trabajar. Está bueno saber de esas cosas, toda lectura es buena, pero no hay que quedarse ahí, hay que buscar conocimientos que te sirvan para trabajar, que tiren para adelante, que le sirvan a la sociedad. Quedarse en la crítica por criticar no me parece productivo para el mundo. Hay que construir.    
  -Ese es el típico discurso positivista. Todo está bien como está, crezcamos hacia adelante, sigamos evolucionando. Pero, ¿hacia dónde vamos? Creo que hay que torcer el rumbo de la historia.
   -Marx también era positivista -aseveró el papá.
  -Falacia. Un eufemismo muy garca de los funcionalistas. Marx quería construir un mundo más justo. Sé que ahora está un poco demodé. El muro y su caída nos quiso persuadir de que la historia terminó.
   -No, Mari, la historia no terminó. Hay mucho que mejorar en este mundo.
    -Estoy segura de que con un pensamiento único el mundo se va a la mierda. Pero no hay un pensamiento único como dijo Fukuyama. Todavía existimos los que queremos cambiar la historia. A Gramsci, ¿lo tenés?
   -Un comunista italiano.
   -Más que eso, un gran pensador que estuvo preso por el fascismo de Mussolini. Cuando hay un tipo que se atreve a enfrentar el pensamiento dominante, se lo mete en cana y se lo tortura. Vigilar y castigar, 1984.
   -Justamente, George Orwell escribió ese libro en contra del comunismo y su autoritarismo. La barbarie estalinista. Igual que Rebelión en la granja -dijo papá mostrando sus conocimientos-. No leí solamente libros de medicina, nena.
   -Vigilar y castigar es de Michel Foucault. Ese no lo leíste. Tampoco habrás leído a Gramsci. Porque era comunista. Qué fácil se descalifica a un pensador, con decirle comunista basta para quitarle toda credibilidad.
   -No... no lo leí, pero leí mucho. Yo también simpatizaba con el comunismo cuando era pibe.
   -Y se fue todo a la mierda. Uno se sube al caballo por la izquierda y se baja por la derecha.
   -Dejate de joder... Yo no soy de derecha. Soy pragmático, realista. Esto no es de izquierda ni de derecha, es sentido común -manifestó el médico como queriendo enseñarle a su hija.
   Marisa estalló en una carcajada.
   -Feinmann, no José Pablo... El que quema los libros, no el que los escribe.
   -¿Cómo?
   -Sentido común, otra vez Gramsci. 
   -Otra vez el pensamiento perdedor. Sos joven y me hablás de cosas viejas.
   -Los pensamientos no pierden ni ganan, los pensamientos no mueren. A veces los más poderosos ganan batallas porque tienen más armas pero no son dueños de la verdad. Y el capitalismo es más viejo que los que vinieron a enfrentarlo. Primero vino el capitalismo, después los que queremos derrotarlo.
   Papá sonrió con una mezcla de ternura y pena por su hija, y compartió:
   -Atrasás, mi vida. Pero vos no tenés la culpa. Tenías razón cuando hablabas en contra de la educación, si es esto lo que te enseñan en la Universidad Pública. Yo te ofrecí pagarte una buena educación en una universidad privada.
   -La educación no es un electrodoméstico que podés comprar en un shopping. Eso es capitalismo, todo es un producto para vender en una góndola de supermercado. Y ese pensamiento viejo que vos decís, no lo aprendí en la Universidad, yo soy autodidacta. La Universidad Pública reproduce el pensamiento de los que mandan, allí tratan de lavarte la cabeza, no estimulan el pensamiento crítico, pero de todas formas es mejor que tus universidades privadas.
   El doctor movió su cabeza hacia los costados, sonrió como por instinto pero intentó disimular la sonrisa. Él amaba a su hija y trataba de comprenderla, hacía un gran esfuerzo intelectual para conseguirlo, pero tenía una visión del mundo muy diferente.
   -A ver a ver, señorita. Cuénteme lo que sabe sobre Gramsci -inquirió el padre mientras apoyaba los codos sobre la mesa y juntaba las manos frente a su boca con el tono de un profesor que toma un examen.
   -¿Me estás cargando, viejo?
   -La verdad que no, es que quiero conocer un poco. Desasname. Me interesa saber.
   La joven comenzó a lanzar su conocimiento:
   -Uno de los conceptos principales que maneja el autor italiano es el de hegemonía. Se entiende por hegemonía cuando los intereses de una clase social logran transformarse en intereses de la mayoría de la sociedad. Y esto ocurre cuando una manera del ver el mundo, mediante diversas herramientas, adquiere estatus de sentido común. El poder apela a los intelectuales orgánicos para transmitirle a la sociedad civil una serie de normas, reglas, costumbres que pretenden ser inapelables. Por ejemplo, la democracia burguesa. No existe otro sistema, dicen, que sea mejor. Es esto o el caos.
   -¿Y existe otro mejor? -interrumpió el padre.
   -Yo creo que sí.
   -Es esto o dictadura, no hay otra.
   -Eso es pensamiento hegemónico. Las clases dominantes, o clases fundamentales, como decía Gramsci, nos lo hicieron creer. Pero esta democracia es una plutocracia, es decir el dominio de una clase social; Aristóteles: el  gobierno de los más ricos. Y nos han convencido de que así está bien, mediante la educación, los padres, los medios de comunicación, los intelectuales orgánicos. Además, el poder es de los más fuertes y es la consecuencia de la guerra. El derecho es fuerza. La burguesía, si miramos unos siglos hacia atrás, derrotó a la monarquía mediante la guerra. Hoy parece reinar la paz, pero lo que hoy existe es un conjunto de normas y leyes para «pacificar» el triunfo de unos sobre otros. La burguesía obtuvo el poder por la guerra y ahora le dice al resto de la sociedad: vivamos en paz. Pero esa clase social dicta las normas y reprime con cárcel, balas y marginación a los que se oponen al derecho de mandato que ellos obtuvieron en la guerra. Esto es una paz ficticia y pasajera.
   El médico interrumpió:
   -Es que las cosas están dadas así, hija. Tenemos que trabajar por mejorar las cosas desde nuestra posición de intelectuales. Todos tenemos las mismas oportunidades. Ya lo dijo Durkheim: educación, educación. Es una carrera en la que todos partimos desde que disparan el tiro, si te quedás, sonás. Vos sos una intelectual, de eso no me caben dudas.  Aprovechá y dale para adelante, no luches por los que no quieren esforzarse. ¿Te pensás que yo no veo el sacrificio que hacés mientras otros chicos de tu edad están en la esquina o en el boliche? Ellos después se hacen las víctimas. Tu abuelo era un laburante, yo hice mucho esfuerzo para estudiar. ¿Te pensás que a mí, a los 18 ó 20 años, no me gustaba la joda? Pero sabía que tenía que salir adelante, sacrifiqué mucho de mi juventud. ¿Eso no merece premio?
   Marisa sonrió y dijo:
   -¿Vos creés en eso del funcionalismo de que todos tenemos las mismas oportunidades? Andá a la villa. Los nenes que tienen sus padres desocupados, muchos enfermos de alcoholismo o drogadependencia, que no pueden ir a la escuela porque tienen que cartonear, ¿tienen las mismas posibilidades que los hijos de tus amigos?
   -La culpa es de los padres -dijo papá.
   -No, es culpa del sistema, es una cuestión estructural. No podemos mirar el mundo desde nuestro ombligo, es todo mucho más complejo. No hay una buena educación, con oportunidades para todos. Los chicos se aburren en la escuela, muchos van porque les dan comida, cuando hay, cuando no se queda en el camino. Una buena escuela estatal sería en donde todos pudieran ir y tuvieran la oportunidad de encontrar su vocación allí. Escuelas con oportunidad para desarrollarse en las artes, el deporte. Eso no existe en la Educación Pública. Mirá, yo creo que una de las razones del vacío, de la infelicidad del ser humano es porque no puede trabajar de lo que le gusta, de su verdadera vocación. Platón, que seguramente te gusta, dijo que un Estado ideal sería una ciudad o país en donde cada individuo tuviera un trabajo acorde a sus condiciones naturales y a su capacitación. Y de eso te trata lo que te digo. Si hubiera una educación en la cual los chicos pudieran encontrar sus dotes naturales y desarrollarlos, otro sería el país y el mundo. Pero esto no pasa.
   -En esto tenés razón. No lo había pensado. Te felicito, siempre se aprende algo nuevo. Eso de Platón no lo tenía.
   -La República, papi, me extraña.
   Papá reconoció su ignorancia con un gesto un tanto ambiguo. Con su cara y su encogimiento de hombros dijo algo así como «No sé todo».
   -Muy buenas sus relaciones con otros autores. Eso le suma puntos. Sigamos con Gramsci. -Otra vez en pose de profesor, pero con onda. Estaba interesado en el conocimiento de su hija.
   El doctor Vázquez Arriaga era un hombre de 50 años, ojos verdes como los de Marisa «que cambian con el tiempo», según su hija. Tez blanca, pelo castaño algo canoso y un cuerpo muy bien conservado por sus actividades deportivas. Era una eminencia como cardiólogo y docente universitario. Fue íntimo amigo del cardiólogo más importante del país y trabajaba todavía en su fundación. En algunas oportunidades había aparecido por televisión por haber estado al frente de algunos transplantes de corazón. Tenía un gran prestigio no sólo entre sus pares sino también en la sociedad. Era un hombre solidario, admirable.
    -Quisiera saber un poco de su vida, de la de Gramsci, porque de la suya ya sé bastante-. Y soltó una carcajada deliciosa.
   -Antonio Gramsci era italiano, fundador del Partido Comunista en su país. Estuvo preso por el fascismo y sus famosos Cuadernos fueron escritos en cautiverio. A los pocos días de haber sido liberado, murió. Algunos comunistas ortodoxos lo consideran reformista. Hay una gran disputa entre los marxistas en este sentido. Pero yo creo que de alguna manera todos los marxistas son reformistas.
   -¿Son o somos? -preguntó casi con malicia el doctor.
   -Yo no soy marxista. Yo tengo mi propia visión del mundo.
   -Ah...
   -No me gastes papi.
   -Perdón. Seguí. Creí que eras marxista.
   -¿Y si lo soy? -casi se enojó la chica.
   -Acá no estamos evaluando su posición política, alumna, acá estamos evaluando su conocimiento sobre el pensamiento gramsciano. Prosiga con su exposición.
    -Me voy a la pieza.
    -No te calentés, che. En serio me interesa, yo le quiero poner un poco de onda. Perdoname, me encanta escucharte.
   Ante semejante demostración de amor, no tanto por las palabras, sino más bien por los gestos, la mirada, su hija prosiguió:
   -Quisiera aclarar lo que dije con respecto a que todos los marxistas son revisionistas. Muchos de los llamados ortodoxos se enojan, pero de una manera u otra, cuando se refieren a Marx, hacen una lectura de Marx. El pensamiento puro de Marx es el pensamiento marxiano. Todo lo que vino detrás es marxismo revisionista. Lo que escribió Karl Marx, es su pensamiento puro, el pensamiento marxiano. Los que hablan de Marx son los que tienen un pensamiento marxista, y de una u otra manera lo reforman. Y con eso no quiero decir que esté mal. Marx hizo un análisis de la sociedad capitalista de mediados del siglo XIX, y hoy el mundo ha cambiado. Estamos en el siglo XXI. Hoy, por ejemplo, el poder de los medios masivos de comunicación es descomunal, cosa que no existía en el siglo XIX. Y los intelectuales de la escuela de Frankfurt, autodefinida como marxista, analiza esa nueva sociedad. Y ya eso es revisionismo. El enemigo es el mismo, pero las herramientas son otras, o mejor dicho, hay nuevas. Y analizaron a Freud para encontrar las razones psicológicas de la supuesta complicidad del pueblo oprimido con su opresión.
   -Además, cuando escribió Marx, todavía no había fracasado el comunismo -dijo papá (qué tipo).
    -Eso del fracaso... El capitalismo también fracasa, aunque sea el paradigma dominante.
   -¿Hegemonía?
   -Me retracto. Hoy por hoy está muy cuestionado por las grandes masas populares de todo el mundo. Los resultados están a la vista: hambre, muerte, corrupción, desigualdad, ricos cada vez más ricos y hambrientos cada vez más hambrientos.
   -Yo creo que estamos mejor -dijo el cardiólogo-. No existe la esclavitud, los trabajadores tienen acceso a los últimos adelantos de la tecnología, tienen autos, van de vacaciones, tienen... ¡celulares! -rió.
   -Te seguís burlando. -Parecía paranoica. Pero papá manejaba muy bien la ironía, y eso le molestaba de sobremanera a la nena.
   -¡Los mismos espejitos de colores de siempre!- completó la joven.
   El doctor la miró de una manera que a Marisa le pareció burlona. Ella, sin decir nada, se paró y se retiró.
   -Sos un... sos... -atinó a decir la chica mientras se iba, casi llorando. 

VIII  
Yo creo que el arte no debe ser explícito, literal. Los artistas debemos apelar a las metáforas para plasmar nuestras ideas -dijo no sin convicción el Pelado, un pibe de 25 años, líder y cantante de una banda de rock del sur del conurbano.
   -Algo así dijo el Indio en la radio, pero no estoy del todo de acuerdo -aseveró Adrián después de asesinar el mate de una chupada violenta-. El arte no se define por su condición críptica, sino por su condición crítica. El arte es la manifestación del espíritu, podés ser más explícito o menos explícito, lo que importa es que lo que digas sea la manifestación de tus verdaderos sentires, de tus vivencias, de tus reflexiones, de tus subjetividades que nunca son del todo subjetivas.
   -Bien, bien, Fúser. Pero el arte debe proponer la creatividad de los receptores y estimular los espíritus, desproponer la chatura, aniquilar la lectura única y lineal. Sino, es ciencia: El cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos. Eso no es arte, es ciencia, es racionalismo extremo, es basura.
    -Claro que sí, la racionalidad de los llamados racionales de este mundo nos ha llevado a donde estamos. Pero esa racionalidad es mala. No la Racionalidad con mayúscula. Hay una racionalidad que es buena. También se puede hacer arte racionalmente, con tu razón, con tu concepción del universo y siendo explícito. Calentá la pava que el agua está fría.
   El pelado no natural sino afeitado se paró de inmediato como si el pedido del Fúser, como él llamaba a su amigo Adrián, fuera una orden. El cariño y la admiración recíproca eran evidentes en esa tarde. Las paredes pintadas sobre los ladrillos, el piso de cemento, los techos de chapa, el agua para el mate sacada de un fuentón eran el marco de la charla. Dos pibes un poco locos, un poco delirantes, un poco soñadores, un poco resentidos.
   -Yo no creo en la racionalidad -dijo el Pelado-. Yo creo en la pasión, en el monólogo interior, en la subjetividad, en lo psicológico, en la esencia misma del ser humano.
   -Pero la psicología del ser individual está moldeada por el mundo social que lo rodea. El ser social determina la conciencia individual. Somos seres sociales. Y te guste o no, racionales. Pasión y razón, esa es nuestra esencia.
   -Si. Pero prefiero la pasión. La amistad es pasional, a mí me une con vos la pasión. Yo te admiro porque sos un tipo apasionado. La pasión te mueve a ser lo que sos.
   -La razón también. Lo que hago lo pienso. Y además, así como creo que hay racionalismo bueno y malo, creo que hay pasiones buenas y malas. No todo lo racional es malo ni todo lo pasional bueno -manifestó Adrián ante la atenta mirada de su mejor amigo-. Hitler era un apasionado, Gandhi era racional. En realidad somos un poco de cada cosa, pero hay razonamientos que conducen al mal y otros al bien, así como hay pasiones que llevan al bien y otras al mal. Además, lo que es bueno para vos puede ser malo para mí. ¿Quién tiene la verdad sobre la concepción del bien y del mal? Esas concepciones son psicológicas pero principalmente sociológicas. La ética y la moral dependen de las coordenadas espacio-temporales. Si vos hubieras nacido en un pueblo musulmán, seguramente tendrías una visión del mundo diferente a la que tenés ahora. El ser social determina la conciencia individual.
   -Yo creo que no del todo -dijo el Pelado moviendo las manos-. Sino todos pensaríamos más o menos  igual, y yo no pienso ni siento igual que Struggersen y vivo en el mismo tiempo y espacio que él. 
   -Lo que yo digo es que hay un pensamiento y un sentir más o menos hegemónico. Siempre hay ideas contrarias, pero generalmente hegemoniza una visión. Además existen ciertos límites para decir y hacer para todos. Estamos moldeados socialmente.
   -Nadie vive en mi pensamiento, yo trato de abstraerme y de ser un ser libre e individual.
   -La verdadera libertad es la soledad -cantó Adrián.
   Los chicos sonrieron cómplices porque la frase del Indio cayó justa. Frase compleja a pesar de su aparente simpleza. ¿Se puede ser libre estando solo? ¿No da libertad el amor?
   -Y es una frase que corre para mi lado -continuó Adrián-. Creo que quiere decir que el hombre inmerso en sociedad es un preso de los pensares socialmente determinados. Solamente podemos ser verdaderamente libres si nuestros pensamientos no son regulados; esto es, si estaríamos solos.
   -Ahí surge otra cuestión: ¿es el hombre naturalmente social? ¿Hay algo de su naturaleza, de su esencia que lo obligue a convivir con otros sujetos para sobrevivir? -planteó el Pelado.
   -Que el hombre vive en sociedad es un hecho de la realidad objetiva. Pero que sea indispensable para su supervivencia es, por lo menos, cuestionable. Lo que pasa es que se confunde lo natural con lo naturalizado. El ser humano naturaliza constructos sociales. Pero no creo que la naturaleza del hombre sea social en el sentido en que no puede sobrevivir estando solo. Si vos sos abandonado en una selva cuando sos bebé seguramente morirás por falta de leche. Es una dependencia natural hacia la madre o hacia la leche. Pero es lo único. Cuando no dependés de eso, ya te podrías procurar el alimento, te resguardarías del frío, aprenderías a defenderte de los peligros. Es muy probable que sobrevivas. El medio ambiente condiciona tu manera de ser.
   -Claro, claro -dijo el músico-. Podrías sobrevivir. Eso que dijiste sobre el bebé y la madre me parece clarificador con lo relacionado al tema de las adopciones homosexuales.
  -Nos fuimos al carajo. Esto es la semiosis infinita de la que me habló Marisa -rió Adrián-. ¿Qué tiene que ver, che?
   -¿Viste que dicen que los gays no pueden adoptar chicos porque no es natural? Bueno, yo escuché a un psicólogo, aunque no son santos de mi devoción, los psicólogos digo. Este chabón dijo que la única dependencia natural que tiene un bebé de una mujer es la leche del pecho, como también y tan bien lo dijiste vos. No es natural que a un chico lo críe un hombre y una mujer. No es natural, se acostumbra así, pero en otras sociedades los chicos se crían en grupo o de maneras diferentes a las que los criamos acá.
   -Hombre y mujer como padres no es natural, está naturalizado. Es una construcción social aceptada que logró estatus de natural. Pero no lo es. Dicen que lo mejor para un niño es que lo críe un hombre y una mujer. ¿Quién lo dice? ¿Dónde está el manual? Y si está, ¿quién lo escribió? Es una construcción social. ¿Es esta sociedad construida con determinadas formas de intercambio, de reglas, de leyes, la sociedad ideal? ¿Quién lo dice? Y que a un chico lo críe un hombre y una mujer forman parte de ese conjunto de normas.
   -Y así muchas otras normas -asintió el pelado.
   -¿Sabés que Nietzsche dijo que la moral, las concepciones del bien y el mal fueron creadas por algunas personas para su propio beneficio?
   -Si, ese tipo sí que era un reventado, estaba totalmente chiflado y escribió un montón de cosas copadas.
   -Y otras no tanto -se quejó Adrián-. Era medio facho a veces. Le gustaba a Hitler.
  -¿Y eso qué tiene que ver?
   -Decía que el hombre tenía su destino, estaba en contra de los débiles, habló contra el socialismo porque, decía, era igual al cristianismo porque defiende a los pobres y débiles -explicó Adrián.
   -No sabía. Habría que leerlo bien, ¿dónde está eso?
   -En El anticristo.
    -Qué lindo nombre -casi gritó el Pelado entre carcajadas mientras casi se ahogaba con el mate-. Si lo tenés, prestámelo.
   -Bueno, pero como te digo, hay cosas buenas y cosas malas. Para mí, se entiende.  Yo no puedo ponerme en juez. 
   -¿En qué estábamos? -preguntó el pelado mirando el techo como buscando allí la respuesta.
   -En... en... Nietzsche...
   -Va, qué sé yo, dimos vueltas por varios lados, como siempre.
   Segundos de silencio, cruce de miradas, encogimientos de hombros, qué se yoes, muecas.
   -Ah... adopción de parejas homosexuales -recordó el Pelado.
   -Claro, eso era. ¿Vos estás a favor o en contra de que los homosexuales se casen?
   -¿No escuchaste lo que dije?
   -...
   El Pelado, ante el silencio de Adrián, dijo:
   -Mirá, la simple pregunta está revestida de fascismo.
   -Epa... me dijiste fascista -se quejó Adrián.
   -No lo digo por vos, lo digo por los que lo preguntan en las encuestas o los que lo plantean en la tele. Yo pregunto: ¿quién soy yo para aprobar o desaprobar lo que hace otro tipo en su cama? El que quiera vivir con un tipo que lo haga, a mí no me tienen que preguntar absolutamente nada, a nadie le tienen que preguntar nada de eso. Es una decisión de cada uno que no le debe molestar a nadie. El mate no da para más, ¿vamos a tomar una birra?
   -No..., ya me voy, voy a buscar a Marisa a la facu.
   -Qué minita que te conseguiste, guacho, es una diosa  -dijo casi con envidia el músico.
   -¿Viste qué copada?
   -Sí, tiene una cabeza...
   -Sí. Ella fue a una marcha por el orgullo gay. Se divirtió un montón, ama a los homosexuales. Y se solidariza con su causa -dijo no sin orgullo Adrián.
   -Estamos atrasados acá, loco. ¿Qué les molesta? Una vez, hablando con un policía, un amigo de mi hermano, él decía que querían echar de la Policía a ese vigilante que canta porque es puto y desprestigia a la institución.
   Dos minutos duraron las carcajadas. Adrián balbuceó:
   -Despres... desprestigia a la institu...
   Los jóvenes lloraban de la risa. Querían hablar pero no podían. Gesticulaban, querían hilvanar una palabra, pero les resultaba imposible. 
   -Qué bárbaro, che -dijo por fin Adrián-. Una institución tan pulcra, qué van a decir...
   -¡Maten al puto, maten al puto! ¡Acá somos todos católicos! -pudo armar el Pelado.
   Más carcajadas.
    -No me caben dudas -contestó Adrián, mientras se limpiaba las lágrimas.
   -Dijo eso, loco. Dijo que en la Policía son católicos apostólicos romanos y esa religión no permite la homosexualidad.
   -¡A la hoguera! ¡A la hoguera! -gritó Adrián.
   -No hace falta perder un segundo en comentar lo que dice ese energúmeno.
   -No, chabón, seguí que es lo más divertido que escuché en semanas -soltó Adrián con otra carcajada.
   -Una vez, el hijo de este policía, comentó que su hermano más grande que estudia para vigilante, le mandaba 220 con sus compañeros a un sapo.
   Otra vez la carcajada y las lágrimas incontrolables.
   -¡Pará, pará que me duele acá! -gritó desbocado Adrián tocándose el comienzo de las carretillas detrás de sus orejas-. ¡No, no!
   -¡Sapo comunista, sapo comunista! -apenas pudo decir el Pelado, descostillado.
    Adrián con las carcajadas se volcó hacia atrás y casi cae de su silla.
   -Pará, boludo, te vas a matar.
   -¡Confesá, sorete, confesá! -gritó Adrián riendo y llorando.
   -Qué hijo de puta, qué hijo de puta -repetían los dos.
   -El Pelado, cebado, dispuesto a seguir con el descontrol, dijo:
   -¿Qué miedo tiene? ¿Que lo contagie el puto? Yo le dije: ¿Qué te molesta el tipo? Y él me dijo: Yo voy a mear y se me acerca, y me mira. Yo le dije: si no te gusta, decile y ya está. ¡Y más bien que no me va a gustar! ¡Más bien que no  me va a gustar! ¡Ah!, tiene miedo que le guste.
   -No estará seguro de su sexualidad. Los que desprecian a los gays con demasía es porque son gays en potencia -dijo Adrián.
   -No che, no digas eso de mi amigo. El es católico apostólico romano. Los romanos eran fiesteros.
    -Todo bien con los gays. Está todo bien con los que lo reconocen y están orgullosos -dijo Adrián con seriedad.
   -Más bien, loco, es una elección. Y con la gente común que es católica también está todo bien.
   -Pero esos moralistas fundamentalistas... Son intolerantes, como tu amigo Struggersen.
   -Sí, yo creo que hay que matar a todos los negros, los putos, los zurditos, que no quiero mirarlo... -ironizó el pelado mientras miraba de reojo a su amigo.
    -Qué tipo jodido; lo pior mirá, lo pior es que lleva mucha gente.
   -Esos no escuchan Radio Diez, escuchan Radio Veinte.
   -Están matando pibes, loco, en nombre del orden matan pibes. La mano se está poniendo pesada. Yo no confío en el Gobierno ni en la Justicia. Estos la van de progres y son unos hijos de puta. En el fondo apoyan al viejo.
   -También en la superficie. Es evidente que si por ellos fuera nos matarían a todos. Pero saben que no pueden, están cagados -espetó el músico.
   -Si, porque la sociedad está dividida, hay presión de los organismos de derechos humanos, no pueden usar los métodos de la dictadura, hay marchas en contra de la mano dura. Estamos en una etapa como de transición, no hay un paradigma que hegemonice entre los sujetos.
    -Pero el mensaje de Struggersen es el de doña Rosa, el del tachero, el carnicero, el de la televisión. Y eso es muy peligroso. Si la gente repite y repite, ellos matan y matan.
   -Por eso hay que luchar desde nuestros espacios. Vos desde el arte, yo desde mi lucha -dijo Adrián-. Y así, como en una guerra de trincheras, ir copando lugares, ganando cabezas, enfrentando a esa cultura fascista con una contracultura humana, solidaria, de la búsqueda de la equidad. Hay que embanderarse en algo.
   -Yo no estoy de acuerdo con los embanderamientos. La independencia de mi espíritu es mi tesoro más preciado. Yo respeto lo que hacés, me parece copado, te apoyo a full. Pero creo que desde la música hago mi laburo.
   -Es verdad, pero a veces me parece que es un poco autista lo tuyo. El arte te salva a vos, ¿y los demás? -preguntó Adrián.
   -Primero hay que encontrarse a uno mismo y ser cristalino. La política te contamina, porque terminás adhiriendo a un dogma, a un conjunto de visiones creadas por alguien alguna vez, y terminás adaptando tus propias visiones a esas preconcebidas.
   -Si te aislás, les dejás a los chorros de siempre el mango de la sartén. Es una posición egoísta, te salvás vos mismo y dejás a los más necesitados a la deriva. Esa es la parte mala que dejó el 20 de diciembre. Si bien parte de la sociedad descubrió la necesidad de ser partícipe de los destinos del país y se moviliza y organiza, otros, lamentablemente, se apartaron y odian todo lo que sea política. Y eso es ser funcional al sistema, porque si te apartás, les allanás el camino. Y eso pasa mucho, lo veo en la calle, en la tele. Cuando hay una marcha dicen: déjense de joder; cuando hay un paro dicen: déjense de molestar. Y eso le conviene al poder. Eso lo crea el poder; está en nosotros tener una visión crítica y transmitirla -soltó Adrián.
   -Claro, pero vos dijiste que desde el arte también se puede cambiar la cabeza de la gente. Yo, en mis letras, reflexiono sobre la condición humana, pero no es absoluta y únicamente una reflexión psicológica. Trato de transmitírselo a la gente para que la gente reflexione y cambie. Mis letras tienen alto contenido social y crítico al sistema. Vos lo sabés, no me podés decir eso -recriminó el Pelado.
   Tenés razón. Lo que pasa es que yo mismo me digo que nunca es suficiente lo que hago. Por eso mis reproches. Siempre hay más que hacer. Más y mejor. A veces pienso que tendríamos que salir a pelear. El Che dijo que el estadio más elevado del ser humano es el de revolucionario.
   -¿Y vos no creés que nosotros no somos revolucionarios? -preguntó el poeta-. Tenemos ideas revolucionarias.
   -Pero con las ideas no alcanzan, hay que actuar.
   -Actuamos. Vos, cuando vas a las marchas, cuando vas al comedor, cuando hablás en las reuniones estás actuando. 
   -Pero nunca alcanza -dijo Adrián con algo de tristeza-. A las palabras se las termina llevando el viento. Un verdadero revolucionario tiene que salir a pelear, como el Che. 
   -¡¡¡Fúser!!! Hay condiciones que se tienen que dar para eso, vos lo sabés, vos siempre lo decís. Primero, concientizar; después, con el apoyo de la gente, pelear.
   -A veces me parece que no vamos a ningún lado. ¿Viste la cantidad de gente que lleva ese hijo de puta? Y a nosotros nos putean.
   -Son batallas, son etapas históricas, no tenés que bajar la guardia -dijo el Pelado mirando a los ojos a su amigo-. Esto es lo que tenemos ahora. Además, ustedes cada vez son más. La gente está cambiando.
   -Ya lo sé, ya lo sé. Es que a veces me caliento y tengo ganas...
   -A mí también me pasa -interrumpió el músico-. Hay días en que quisiera agarrar un fierro como dijo Ricardo Tapia, pero... 
   -La razón triunfa sobre la pasión.
   -Tal cual. Ganaste.
   -¿Por qué?
   -La razón.
   -¿Ves? Sos más racional que yo. -sonrió Adrián.
   -Pienso, luego existo, Descartes...
   -Es todo muy complejo, qué sé yo. -se confundió Adrián-. Descartes fue un revolucionario en su época, porque la Iglesia tenía hegemonía y el ser humano se alzó con su razón. Pero esa razón... aquí nos llevó. Individualismo, capitalismo, ambición desmedida, sálvese quién pueda. Nada de igualdad, libertad, fraternidad.  Me voy.
   Los jóvenes se pararon casi a la vez, se dieron un beso, el Pelado lo acompañó hasta la parada del colectivo.
   En el camino Adrián le dijo:
   -Hay elecciones en la facu y Marisa me pidió que fuera a hacerle el aguante. Hoy capaz que se arma.
   -Y, ¿van a ganar?
   -Ni a palos, roba el oficialismo. El centroizquierda tiene la manija hace varios años y siempre ganan. Varias agrupaciones hicieron un frente opositor, esperamos... esperan salir segundos. Hoy se decide. Es difícil alcanzar la primera minoría.
   -¿Por qué ganan siempre? -preguntó el Pelado.
   -Se dan varios factores. Hoy son todos progres. Además, ellos tienen el voto cautivo de los ingresantes, porque tienen un buen aparato y para las elecciones hacen una buena campaña, y a los ingresantes los chamuyan muy bien, amor y paz, somos estudiantes como vos. También juegan sucio, días antes de las elecciones aparecen agrupaciones fantasma que se presentan a los comicios. Ponen banderas del Che Guevara o se dicen de izquierda. Así le quitan votos a la izquierda.
   -Qué hijos de puta.
   -Reverendos hijos de puta.
   Adrián paró el colectivo y subió.

IX
La Facultad parecía una cancha de fútbol. Bombos, banderas, cánticos hostiles de una agrupación a otra. Los oficialistas ganaron con el 47 por ciento. Los estudiantes vencedores cantaban su triunfo ante la bronca de los opositores. La alianza de izquierda a la que pertenecía Marisa logró el 19 por ciento de los votos y entró en tercer lugar.
   En medio del tumulto Adrián buscaba a su novia. Ella estaba exaltada gritando improperios contra los vencedores.
   -¡Hacé un piquete la puta que te parió! / ¡Hacé un piquete la puta que te parió -gritaba el grupo de Marisa.
   -¡Ganá elecciones, la puta que te parió! / ¡Ganá elecciones la puta que te parió! -respondían los ganadores de la socialdemocracia.
   Adrián se acercó a su novia, la abrazó y la besó con pasión y se unió a los cánticos. Y así estuvieron más de media hora, casi sin hablarse, a puro grito, con los rostros enrojecidos y miradas de pocos amigos hacia el bando contrario.
   -¡La historia no terminó / vamos a hacer la revolución! -cantaba y saltaba abrazada la pareja en medio de un grupo de unos cincuenta jóvenes y algunas banderas.
   -Vamos a tomar algo al buffet -le dijo Adrián a su novia cuando todo empezaba a calmarse.
   -Vamos -aceptó la chica.
   -La conservadora juventud universitaria... -se quejó el joven mientras caminaban por el pasillo.
   -Era sabido que ganaban.
   -Flojo lo de ustedes.
   -También era sabido, los putos de la Triunfaremos se cortaron solos, ahora apoyan al Presidente -manifestó ella con cara de asco.
   -Salieron segundos.
   -Sí, soretes.
   La pareja ingresó a la cafetería, compraron dos gaseosas y se sentaron. Luego se miraron a los ojos y se fundieron en un gran beso.
   -Ya fue. Otro año, la lucha continúa -dijo ella-. Hay mucho que remar acá.
   -Y afuera también. ¿Viste que mataron a un pibe del  barrio? A Marito, creo que lo conocés, el morochito que vendía facturas de la panadería.
   -¿...?
   -Marito, el hijo del gordo que tiene el tatuaje de la espada y la serpiente.
   -¿De tu barrio? ¿Del MVL?
   -Sí, es un flaquito, pendejo, onda cumbia, gorrita; laburador como él solo. En la bloquera era un animal como trabajaba. ¿Te acordás que te conté? -insistió Adrián.
   -¿El padre estuvo preso y él andaba en la droga?
   -Sí, la puta madre. Hace como seis meses que entró en el Movimiento y andaba rebién, se estaba recuperando, era un pibito con un corazón así de grande. No permitía que nadie laburara más que él. En los talleres quería aprender, iba a empezar el secundario. Estaba con unas pilas...
   -¿Qué se comenta?
   -Y... dicen que lo agarraron afanando un kiosco. Seguro que es todo verso. Marcelo, el abogado, ya está investigando y vamos a ir a la Correvi. Tenía tres tiros en el cuerpo y uno en la cabeza.
   -Se están zarpando -dijo Marisa lloriqueando-. Primero, nos rompieron el comedor; después, nos tirotearon el frente de la biblioteca, ahora esto. Y el asesinato de Raulito, por el que hicimos aquella marcha ¿Qué vamos a hacer, qué vamos a hacer, Adri?
   -Hay que ir a la Justicia, hacer marchas, seguir con la lucha, ¿qué otra nos queda?
   Marisa prendió un cigarrillo, su novio la acarició con ternura y le secó las lágrimas con los dedos. Se miraron seriamente por varios segundos sin decir palabras.
   -Hijos de puta, después nosotros somos los violentos. Esto es como la Triple A -dijo ella.
   Un joven grandote, de ojos celestes que pasaba al lado de la mesa, al ver la cara de Marisa, le dijo:
   -Ya van a ganar alguna vez, che, no lloren.
   Era un militante de la Socialdemocracia Universitaria.  Adrián se puso de pie como impulsado por un resorte y lo tomó del cuello.
   -¿Vos quién carajo sos, negro? -dijo el universitario-. Yo nunca te veo cursando. Soltame.
   -¿Querés saber quién soy, puto? -gritó Adrián mientras todo el buffet observaba.
   -Vos sos de los cabeza de tacho de los Villeros por la Liberación, seguro, que vinieron acá a hacer quilombo sin ser estudiantes.
   Adrián lo soltó y le dijo:
   -Que yo sepa la Universidad no es tuya, aunque creas que es así. La Universidad es del pueblo, así que yo vengo cuando se me cante el culo. Y no me rompas las pelotas porque te rompo esa cara de pelotudo que tenés.
   Dos muchachos se acercaron. Uno de ellos tomó del pelo y el otro del brazo a Adrián. A los empujones lo intentaron sacar de la cafetería. Cayeron algunas sillas. Marisa gritaba que lo dejaran. Luego se presentó un pibe de pelo largo y barba de la agrupación de Marisa y gritó:
   -Ale, dejalo.
   -Con vos no es la cosa -contestó.
   -Dejalo -dijo el que había tenido el altercado con Adrián-. No hagamos quilombo.
   El muchacho del Centro de Estudiantes miró fijo a Adrián y le dijo:
   -¿Quedaron calentitos? Chau, villa. Lenchu.
   Al rato el bar se llenó de militantes amigos de la pareja para interiorizarse de lo que había pasado.  Algunos querían ir a buscar a los socialdemócratas, pero primó la cordura y decidieron dejar pasar el altercado. 

X
Un grupo de diez jóvenes intentó subir a un colectivo. Uno de los chicos llevaba un caño de plástico que oficiaría de mástil de una bandera que otro llevaba sobre sus hombros. El colectivero le dijo:
   -Con eso no, flaco.
   -Dale, loco, no pasa nada.
   -Te dije que no, macho.
   -Dejalo, esperamos otro -intervino Adrián desde el estribo.
    El colectivo partió y los jóvenes quedaron abajo.      
   Qué gorila, qué ortiva, no lo dejan, vamos a pata, esperemos otro, se hace tarde, a qué hora tocan, a las 10.
   Menos mal que los bajó, estos son de los Villeros, son todos negros, no diga eso señora, son todos chorros, luchan por un país mejor, están drogados, usted qué sabe.
   -Linda noche para tomarse una birra -tiró a la nada un morochito adolescente.
   -Adrián, que parecía el líder del grupo, solamente lo miró. Y con eso bastó para que el chico desistiera de su idea.
   Un pibe le dijo en voz baja a otro:
   -Está prohibido el alcohol.
   -Pero acá no estamos...
   -Decile a Adrián.
   -... -hizo un gesto de desconsuelo.
   ¿Caminamos compañeros? A ver, ¿quien vota por caminar? Son como veinte cuadras. Llegamos enseguida -dijo Adrián.
   Hace calor, esperemos otro, no nos van a llevar, se hace tarde, votemos.
   Siete a favor, dos en contra y una abstención. Vamos. Risas, chistes, miradas desconfiadas a la Policía, cuánto falta, ya llegamos, viva La Primera Intifada.
   Por fin grupetes y parejas con caras de ir al recital. Algunos tomaban alcohol, otros fumaban marihuana, otros las dos cosas. Pero el grupo comandado por Adrián se mantenía al margen y caminaba hacia la puerta del local. Algunos se unían al grito de «¡Intifada / Intifada!»
   Marisa y Adrián se sentían identificados con canciones de la agrupación de rock. Durante el recital saltaban abrazados y cantaban a los gritos la mayoría de los temas. Adrián se paseaba a veces en medio del pogo con una bandera del Che Guevara y volvía rápidamente al lado de Marisa.
   -Este show está dedicado a Marito, el chico que mató la Policía por luchar por un país más justo -dijo el cantante de «La Primera Intifada» por el micrófono-. Y a todos los que son asesinados cobardemente en nuestras villas. Nosotros somos la Revolución, únanse a la lucha para cambiar la historia. ¡¡¡Y ahora... vamos con esa!!!: ¡¡¡«La historiaaaa nooo terminó»!!!
   Los primeros acordes de la canción impulsaron a Adrián y Marisa hacia adelante. Levantaban los brazos frente al escenario, saltaban, gritaban desaforados el estribillo:
   
    ¡¡¡Oh nooo!!!
    ¡¡¡La historia no terminó!!!
    ¡¡¡Oh nooo!!!
    ¡¡¡Vamo´ hacer la Revolución!!!

   Cuando se encontraron a la salida en la puerta, estaban todos transpirados y desalineados. Exhaustos y sedientos buscaron un kiosco y compraron dos gaseosas.
    ¿Por qué se llaman «La Primera Intifada»? -consultó despatarrado en el piso uno de los amigos de Adrián. Este tomó la palabra y le explicó:
    -Tiene que ver con la larga lucha que llevan los palestinos defendiendo su territorio contra la invasión de Israel. La primera resistencia que el pueblo hizo: la gente, incluidos mujeres y niños, pelearon con piedras y palos contra el ejército israelí apoyado por Estados Unidos.
   -Ah, mirá vos.
   -Che, ¿quién es ese ponja del que habla el tema «La historia no terminó»? Fukuyama, o algo así. -le preguntó a Adrián una casi niña del grupo.
   -Fukuyama es un ponja que...
   -No es ponja, es yanqui -interrumpió Marisa.
   -Creí que era japonés.
   -Creo que es hijo de japonés, pero es norteamericano.
   -Dale vos...
   -Si, mirá, el tipo, Fukuyama, escribió un libro que habla del fin de las ideologías y de la historia. Por eso el tema. Fukuyama dice que la historia terminó porque el capitalismo triunfó y ya no habrá más cambios estructurales en el mundo. La caída del muro de Berlín en 1989 significó la caída del comunismo soviético y Fukuyama dice que con eso se acabaron las ideologías. Dice que todo el mundo es y seguirá siendo capitalista y no existirá oposición política.
   -Todo verso -reflexionó la bonita preadolescente con un gesto que mostraba que había entendido-. ¿Y nosotros? ¿Estamos pintados?
   Marisa y Adrián se miraron satisfechos. Ella se acercó a la chica y la abrazó.
   -No Moni, no estamos pintados. Nosotros somos la resistencia -dijo Marisa emocionada. Y comenzó a cantar bajito el estribillo de la canción haciendo gestos para que la acompañaran. Todos se unieron a cantar el tema completo.

XI
-No podemos quedarnos de brazos cruzados, algo hay que hacer urgente. Yo estoy de acuerdo con lo que planteó Alberto en la asamblea, tenemos que profundizar la lucha, llamar al paro general con movilización. Al pibe lo picanearon. Y no es el primero. Los fusilaron a Marito, no aparece Diego -le dijo Adrián a Marisa en la puerta del aula.
   -Ahí viene. Este tipo es una masa. Es de los pocos rescatables.
   -Sí, me dijiste... Andá, suerte. Te amo. 
   -Yo también, mi amor; vení a buscarme.
   Se dieron un beso interminable y Marisa ingresó al aula. Adrián caminó por los pasillos de la facultad con su andar algo soberbio. Tal vez sea su porte lo que connota altivez, pues posee una gran caja torácica; es alto y sus largos rulos llaman la atención tanto de las chicas, que no pueden evitar dirigir sus miradas al muchacho, como la de algunos varones. Adrián camina como quien saca pecho, el que se destaca detrás de su remera ajustada que pone en primer plano la sigla EZLN, con la lentitud y el tranco del que involuntariamente se hace notar. Su mirada jamás se detiene en el suelo. Mira fijo hacia el frente, ora a la derecha, ora a la izquierda. Sus ojos marrones destilan seguridad y cuando la cruza con algún transeúnte que se fija en él, nunca recula, nunca se oculta, siempre sale triunfante. Pasa frente al stand de la agrupación socialdemócrata: allí están los muchachos que dirigen el Centro de Estudiantes. Algunos lo reconocen y lo observan pasar; él los observa también mientras aquellos cuchichean y sonríen burlonamente. Por un segundo, Adrián parece detenerse mirando fijo a algunos de los chicos y chicas de la mesa oficialista, ellos bajan la mirada, él sonríe, mueve su cabeza. «Soretitos», se dice. Y sigue andando.
    Ahora sí se detiene. Lo hace en la mesa de la Triunfaremos, en donde tiene algunos conocidos. Reparte algunos besos y luego pregunta con ironía mientras golpea suavemente con la palma de la mano una foto del Presidente pegada en la pared:
   -¿Y la foto del Che que estaba pegada acá?
   Nadie le contesta, todos sonríen nerviosamente, como sintiéndose en falta.
    -¿Cómo andás, Adri? -le consulta uno de los chicos, un rubiecito chiquito que hasta hace poco usaba el pelo largo y barba pero que ahora luce mucho más formal.
   -Bien, che, siempre en la lucha.
   -Nosotros siempre en la lucha -le contesta con complicidad el militante de la Triunfa.
   -Lo que no queda bien en claro es por lo que luchamos...
   -Yo la tengo clara: contra el imperialismo.
   -¿Y tu presi también? -no pudo evitar decir Adrián, ya que la agrupación Triunfaremos ahora es oficialista en lo que respecta a la política nacional.
   -Claro que sí, hay que detener a la derecha y el Presidente lo está haciendo.
   -Yo o el caos, eso ya lo escuché.
   -Hace lo que puede, hay que apoyarlo, tenemos que pelear junto a él por nuestras reivindicaciones. Sino vuelve la derecha.
   -Así frena a la verdadera izquierda, mejor dicho -retrucó Adrián.
   -¿No estás de acuerdo con un gobierno nacional y popular?
   -¿Enserio me lo decís, Alfredo? ¿De verdad pensás eso? ¿Dónde quedó tu visión crítica? Este tipo nos está engatuzando, loco, lo hace para calmar a las fieras, él tiene puesta la camiseta burguesa debajo de su imagen combativa.
   -Hay que ir despacio y nosotros le tenemos que hacer el aguante, sino se vienen con todo de vuelta... otra embestida neoliberal -argumentó Alfredo como queriendo mostrar seguridad en sus aseveraciones, pero su tono y sus gestos demostraban lo contrario.
  -Esto es una especie de neokeynesianismo, él mismo lo di...
  -Y bueno -interrumpió el militante de la Triunfaremos-. Vamos por el camino. Primero, derrotar el neoliberalismo atroz, después los cambios más profundos. 
   -Tu presi habló de John Keynes.
   -Bueno, un Estado intervencionista, no dejar todo librado a la mano invisible del mercado, enfrentar a los poderes económicos internacionales.
  -Todo chamuyo, si es el que más paga.
  -Despacio, man, sino se viene la derecha -insistió Alfredo.
  -Yo diría, insisto, sino se viene la izquierda. John Keynes, meter mano para regular y evitar el avance del pueblo patriótico. Eso es lo que hizo Keynes, eso es lo que hace tu presi. ¿Sabés lo que dijo Keynes?:
«La lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía».
   El de la Triunfa agachó la cabeza. Adrián, luego del silencio de su antiguo compañero de marchas, se despidió con apuro. En su camino hacia la puerta pensaba: «¿Qué pasará por la cabeza de estos pibes? ¿Estarán convencidos o las directivas bajan del partido y ellos obedecen? Qué contradicción se les debe presentar, ahora tienen que ir a las marchas oficialistas a apoyar a un tipo que viene de lo peor de la política de la tranza, que es continuista pero que se disfraza de progre. Bueno, que se jodan, al final de cuentas son unos vendidos.»   
  
   -Esperamos un ratito que lleguen todos y largamos -manifestó el docente en el aula donde Marisa había entrado-. Pero podrían ir acomodando los bancos acá adelante para el primer grupo que va a exponer. ¿Hay algún voluntario?
   Marisa cruzó miradas con su grupo y todos asintieron.
   -Nosotros -dijo Marisa.
   -Siempre hay valientes. Yo cuando estudiaba quería  ser el primero. Pero no por una cuestión de valentía, sino por una cuestión de cobardía. Pasaba primero para sacarme rápido la presión. Y encima quedaba como valiente. ¿Están todos?
    -Sí, nuestro grupo está completo.
   -Bien, bien. Podríamos empezar, ¿no? Los que faltan van a ir llegando. Son varios grupos y no sé si va a alcanzar el tiempo. Respeten el tiempo. Media hora, máximo 40 minutos cada grupo. Es una cuestión de respeto por los demás.
   Los chicos se sentaron. Eran cuatro. Dos chicos y dos chicas. Marisa tomó la palabra.
   -Nuestro trabajo se basa en la dicotomía campo-ciudad en el pensamiento sarmientino. Es importante ver cómo construye Sarmiento su discurso, el tipo de calificativos que utiliza para los actores sociales del campo y los de la ciudad. Y vamos a ir notando una oposición muy notable en la forma en que Sarmiento califica a la gente de ciudad en comparación con la gente del campo.
    Para este trabajo usamos material de cátedra y el libro «Facundo», que Sarmiento escribió en honor, entre comillas, a Facundo Quiroga.
   Bien, en primera instancia yo desarrollaré el tema con una mirada político-sociológica; mi amigo Maxi, aquí a mi derecha, como estudiante de letras le dará a su análisis un tinte más literario. Mariel, por su parte, hilvanará su exposición con una mirada más antropológica cultural. Y cerrará Walter con una visión semiótica, como estudiante de comunicación. Al final realizaremos entre todos las conclusiones y cómo repercute toda esta problemática hoy en día.
   Marisa miró al docente, realizó un paneo general del auditorio y se lanzó con su exposición:
   -Sarmiento muestra en Facundo de forma explícita su postura en favor del iluminismo europeo mediante oposiciones. Para el autor, la guerra social no es de clases ni de grupos sino de elementos campesinos contra los urbanos. No explica qué es la civilización y qué es la barbarie, sólo asevera que la primera reside en las ciudades y la segunda en las campañas, como se llamaba en el siglo XIX al campo. En este sentido, el autor le imprime gran carga ideológica a ambos campos semánticos, disculpen si me meto un poco en el terreno semiológico, pero todos sabemos que las fronteras entre las ciencias sociales son muy difusas.
   Decía que la ciudad tiene las características de las urbes europeas, más precisamente de Francia e Inglaterra, mientras que en el campo reinan costumbres americanas, españolas y africanas.
   Al campo lo describe como compuesto de bosques y llanuras inmensas, de horizontes inciertos acechados por indios salvajes y gauchos malentretenidos que atacan y roban las caravanas de carretas. La ciudad, por el contrario, es el depósito de la cultura, sus habitantes son personas con elegancia en los modales, vestidos europeos, vida civilizada. Allí residen las leyes, la organización municipal. De todas formas, se queja de que la ciudad, en el momento en que escribió Facundo, estaba siendo arrasada por el salvajismo de Rosas.
  Sarmiento muestra a su manera algunas características de tres personajes del campo: el rastreador, al que califica de hombre grave y misterioso, es el encargado de seguir las huellas de reos buscados por la Justicia. El baqueano es un gaucho que conoce a palmos las llanuras los bosques y las montañas. Algunos trabajan para el ejército. El tercero es el que describe con mayor saña: el gaucho malo. Este personaje, según Sarmiento, odia a las poblaciones de blancos, es pendenciero, borracho, malentretenido, ladrón de caballos. Es un ser divorciado de la sociedad, perseguido por la ley.
    La visión de la campaña por parte de Sarmiento está marcada por la alteridad. Desprecia las costumbres campesinas y admira las de las ciudades por ser similares a las civilizaciones europeas. A pesar de venir del interior, el autor reniega de sus orígenes, los detesta. Da la sensación de que Sarmiento tuviera una visión similar a la de los viajeros europeos de la época de la colonia, como si el análisis de este libro hubiera sido hecho por un europeo.
   La dualidad campo-ciudad está descrita en la escritura sarmientina de una forma violenta y explícita. Su postura política en favor de la civilización de las ciudades y en contra de la barbarie campesina es arrasadora y no escatima términos altamente connotados para justificar su postura extremista.
   Esta mirada sarmientina del interior se ve reflejada en los últimos años de nuestra historia: en los años del primer gobierno de Perón, muchos ciudadanos del interior del país llegaron a la Capital en busca de trabajo. Los habitantes de clase media y alta de la ciudad calificaron a esta corriente como «aluvión zoológico», y a los venidos de las provincias como «cabecitas negras».
   Este rechazo a nuestras raíces y el desprecio por los pobres y morochos puede verse claramente hoy: el rechazo de ciertos sectores a los movimientos socio-políticos compuestos mayormente por gente de los barrios pobres del gran Buenos Aires, muchos de ellos de tez morena y rasgos aindiados.
   En este sentido, quisiera tomarme la licencia de citar a Sigmund Freud, quien asevera que los individuos persiguen el «ideal de la cultura».  Hoy, en las sociedades occidentales, este ser ideal es aquel hombre vestido de traje con rasgos más bien anglosajones, triunfador en los negocios. Mientras que en el extremo opuesto están los pobres de tez morena. Despreciar a los segundos e imitar a los primeros es una manera de parecerse a lo que nos tenemos que parecer y diferenciarnos de lo que no queremos ser.  Hasta algunos sujetos de niveles socioeconómicos bajos adscriben también a esta postura. Se identifican con quienes están arriba en la escala social y desprecian a los de su clase como forma de negación.
   Estos rasgos caracteriales de los sujetos de nuestro país son una clara herencia de la ideología que tan bien pregona Sarmiento en su libro Facundo.
    Sarmiento era un político que, si bien llegó del campo, renegaba de los argentinos del interior. Su odio por todo lo que venía de las provincias fue tal que llegó a decir que los gauchos eran «bípedos implumes», y su sangre no debía ser escatimada. De hecho, fue el primer gran genocida. Cuando tuvo el poder suficiente organizó campañas militares para asesinar a los pueblos originarios y gauchos de manera, digamos, demencial.
   Si hacemos una comparación entre los desaparecidos durante la última dictadura militar y los asesinados por la mano de Sarmiento, veremos que cuantitativamente fueron muchos más los últimos. Es necesario hacer una revisión histórica sobre la figura de Sarmiento, ya que en la escuela nos enseñan que fue el padre de la educación y ocultan que fue un verdadero asesino de miles y miles de argentinos que se oponían a su política y la de la elite porteña. Sarmiento es un personaje siniestro de nuestra historia en su lucha contra lo nacional. El quería aniquilar a los provincianos y poblar de europeos el país. Recuerdo un discurso que leí de Mitre, un aliado de Sarmiento, en el cual el general, frente a un auditorio de ingleses, dijo no considerarlos extranjeros. De hecho su política económica se basaba en el ingreso de capitales británicos. Y asesinó a todos los que se opusieran.
   Chacho Peñaloza, por ejemplo, era un caudillo que se oponía a la política pro-británica y centralizada en Buenos Aires, porque, decía Peñaloza, eso provocaba la miseria de las provincias. Cuando Mitre era gobernador, hizo degollar a Peñaloza y expuso su cabeza ante la gente.  A ese acto, Sarmiento lo calificó de ejemplar para que la chusma tuviera terror de enfrentar al gobierno. La chusma, así llamaba Sarmiento al pueblo.
   El autor del Martín Fierro, José Hernández, decía de los unitarios que eran asesinos. Fue una lucha política. Desde esa época se empezó a perfilar el capitalismo salvaje. Salvaje, ¿no?, justo. Calificar a la política sarmientina de la manera en que él calificaba a sus opositores.
   Para terminar mi exposición, quisiera citar una frase de Álvaro Barros: «La civilización por el exterminio, no es civilización sino barbarie».
   Nada más, ahora continúa aquí, mi compañero y amigo personal Maximiliano Ferreyra con su análisis literario.
     -Antes quisiera hacer algunas acotaciones con respecto a lo que dijiste, Marisa -intervino el profesor-. Es importante notar la saña de Sarmiento contra el gaucho y la gente del interior. Como bien dijiste, allí se empezó a perfilar la política del liberalismo europeo aplicado en América. Es como que cambiamos de dueño: de España a Gran Bretaña. Hoy estamos bajo la órbita norteamericana y de Europa occidental. Es la mirada para afuera que conforma nuestra idiosincrasia. Es como que existe una repulsión a lo que se parece a lo nativo y un culto a lo extranjero. Y es lo que hoy parece prevalecer. Coincido con tu mirada crítica. ¿Cómo se explica que en la Argentina se ice la bandera a media asta por los muertos en atentados en Europa y no se haga lo mismo por los muertos de hambre todos los días acá o los muertos en Oriente Medio?
   Luego vinieron las exposiciones de los compañeros de grupo de Marisa, se realizaron las conclusiones y el docente efectuó comentarios sobre el trabajo. Calificó de «interesante, claro y sin eufemismos» al material compartido por el grupo.
   -Esto es lo que quiero, que se comprometan con los textos. A ustedes no les sirve preparar un tema sin que les haga ruido. Tienen que tomar postura; yo puedo compartir o no su visión, pero me gratifica de sobremanera cuando toman partido, porque eso significa que les interesó el tema. Y, lo que es más importante, porque eso los hace seres pensantes. Aquí hay algunos alumnos que me dijeron que no les gusta que se hable tanto de política. ¿De qué quieren hablar? Esto es sociales, muchachos. Todo tiene que ver con la política; sino, se equivocaron de carrera.
   Marisa levantó su mano derecha, pidiendo la palabra.
    -Marisa -cedió el profesor.
   -Es que todo discurso es político. Todo lo que nosotros decimos, lo que todos dicen, es ideológico.
   -Sí, pero están bajando línea constantemente -intervino enojada una mujer no muy joven, docente ella.
   -¿Y en la escuela, ustedes no bajan línea? -también se enojó Maxi.
   -Pará, pará, dejá que se exprese -reprendió el profesor.
   -Disculpe profe, pero esta materia debería llamarse «Péguele a Sarmiento». Porque está muy bien que cada uno tenga su punto de vista, está bien que se revise la historia. Pero lo que no veo bien es que usted dirija ideológimamente los contenidos de los trabajos de los alumnos. Porque usted, en las clases anteriores, habló muy mal de Sarmiento, entonces, los alumnos hacen sus trabajos en esa dirección. No nos otorga la libertad de sacar nuestras propias conclusiones, nos direcciona.
   -Todos direccionan, mami -dijo Maxi-. Todos. En estos temas es imposible hablar objetivamente.
    -Yo, a mis alumnos del Polimodal, trato de brindarles información objetiva. Que ellos saquen sus propias conclusiones.
    -No, no es así -intervino otra vez Marisa-. Vos pretendés ser objetiva, pero no lo sos. Lo que pasa es que creés que tu postura es objetiva.  Pero no deja de ser una visión parcializada de las cosas. La visión oficial de la historia se quiere mostrar como objetiva, y vos creés que reproduciéndola estás siendo objetiva. 
   Mientras ocurría este debate, el profesor revolvía entre sus papeles buscando algo. Cuando pudo intervenir, dijo mientras mostraba un planisferio:
   -Decime, Mabel. Este mapa del planeta, ¿es una reproducción objetiva de la Tierra?
   -No -contestó con seguridad-. La tierra no tiene esa forma, no es plana.
   -Muy bien, pero hay más.
   -Claro, lo que pa...
   -Marisa, dejala a ella. Perdoname Mabel, que te ponga en esta situa...
    -No, no por favor. Es muy interesante.
   La docente, estudiante de Ciencias de la Educación, pensaba en silencio.
   -Marisa -dijo el profesor.
   -Lo que está arriba y lo que está abajo.
   -Exacto -manifestó el profesor- ¿Por qué el norte está arriba y el sur, perdido allá abajo?
    -Para mostrar la superioridad del norte sobre el sur -otra vez Marisa-. Es ideológico.
   -¿Estaría mal el mapa visto de esta manera? -preguntó el docente presentando el mapa al revés, con el sur arriba y el norte abajo.
   -Y no... -reconoció Mabel-. Es verdad, en el espacio no hay arriba ni abajo; además, la tierra gira permanentemente. No lo había pensado.
   -Lo que pasa es que los sujetos sociales tenemos la tendencia a naturalizar ciertas posturas. Más si está revestido con el halo de ciencia. Seguramente vos le mostraste este mapa muchas veces a los chicos pensando que estaba bien así, que Europa y Estados Unidos están arriba y nosotros abajo. Pero ni una cosa ni la otra.
   -Qué grooosso -le dijo suavemente pero con voz ronca Maxi a Marisa al oído.
   La chica sonrió con complicidad y satisfacción. Mabel, por su parte, hizo gestos con su rostro que mostraban aprobación.
   Los otros grupos expusieron sus trabajos. Cada uno lo hacía a su manera. Un grupo pasó una grabación de sonido, otro hizo una obra de teatro. El tercer grupo, como cierre de su trabajo, leyó un relato escrito por una de sus integrantes: una mujer mayor muy parlanchina y desenvuelta. El relato estaba atribuido a una persona perteneciente a un pueblo originario.
   «Yo vivía con mi familia en un bosque a orillas de un río. Por las mañanas desayunaba con mi mujer e hijos y me dirigía a pescar o a cazar para traer alimentos. Volvía con mi presa y la asábamos con gran alegría. Luego de comer dormíamos una larga siesta bajo los tupidos árboles en verano y dentro de la choza cuando el frío del invierno arreciaba. Al levantarnos nos bañábamos en el río y al caer la noche nos juntábamos con nuestros vecinos a festejar la vida, a compartir experiencias y a rendirle culto a los dioses.
   «Pero un día vinieron a devastar el bosque con máquinas malignas, pues un hombre de la ciudad decía ser el dueño de esas tierras. Ahora trabajo 12 horas al día y con lo que gano padecemos grande miseria y ya no podemos festejar la vida.
  «Han pasado varios años y se dice que el que se dice dueño de las tierras ahora vive en su casa en un bosque a orillas de un río, suele cazar y pescar por diversión y por las noches se junta con sus amigos a festejar la vida.»
    La obra de teatro del último grupo fue el cierre de la materia. Los alumnos y el profesor se dirigieron al auditorio de la facultad y allí el grupo hizo una representación de la corrupción política de la oligarquía de principios del siglo XX en la Argentina. Y al final repartieron empanadas y vino entre los alumnos.
  
XII
Marisa servía el humeante guiso que sacaba de una gran olla. Cada comensal esperaba ansioso su turno y las risitas agudas y pícaras llenaban el ambiente de pisos de tierra y techos de chapas. Los chicos eran más de 30 y venían de las cercanías del comedor que se hallaba en el mismo terreno que un pequeño local que oficiaba de biblioteca. Tardaron más de dos años en levantar el galponcito donde ahora comían los vástagos del barrio. Fue muy difícil conseguir las chapas a bajo precio y más difícil todavía juntar el dinero. Se fue juntando cada mes con un aporte voluntario de quienes cobraban el subsidio para desocupados y por ayuda de algunos que conseguían changas o tenían trabajo. Las paredes fueron creciendo al ritmo de los niños. Muchos meses, un par de años se tardó en llegar hasta una altura como para poner las chapas. Adrián fue el arquitecto, oficial albañil y peón de la construcción, aunque también cabe destacar que fue ayudado por otros militantes Villeros.  Por eso, ese comedor era tan importante para Marisa y Adrián. Era como su hogar. Y se habían conocido justo cuando él había empezado a hacer los cimientos. Ella había ido a la villa a hacer un trabajo práctico para la facultad y allí se encontraron. Él cavaba los pozos para los cimientos en cueros y su torso transpirado y moreno la había cautivado. La primera atracción fue física. Pero luego de varios encuentros ella quedó cautivada por la personalidad y capacidad oratoria del muchacho. A él lo enamoró, además de su belleza, su inteligencia y solidaridad.
    Luego de que los chicos almorzaran y se retiraran, empezaron a llegar los grandes a una asamblea. Todos las semanas se juntaban en el local del Movimiento de Villeros por la Liberación del barrio San Carlos los vecinos militantes a debatir sobre diversas cuestiones. La política era un tema inesquivable. Y más ahora, que estaban ocurriendo hechos de violencia contra integrantes de la organización social. 
   En un momento de la reunión, Adrián tomó la palabra:
   -Yo creo, compañeros, que debemos contraatacar. La derecha se está zarpando mal. Ayer apareció Diego en un descampado con un tiro en la cabeza, todo golpeado. Fue otro claro mensaje. Es tiempo de tomar decisiones fuertes, compañeros: o nos vamos a casa con la cola entre las piernas o profundizamos y nos comprometemos con todo con la lucha.
   Es el tercer mártir de este movimiento. Los otros dos murieron en supuestos enfrentamientos que todos sabemos que no fueron tales. Que fue todo armado, que los hicieron pasar por delincuentes. Yo no creo que esto sea por azar. Es un mensaje para nosotros. Sino, ¿cómo se explica que hayan entrado acá a romper todo o los balazos en las paredes de la biblioteca? La cosa es contra nosotros. Ellos se encubren en la lucha contra la delincuencia pero aprovechan para atacar a los que se les oponen políticamente. Este gobierno fluctúa, no se decide a nada, creo que está del lado de ellos. Tenemos que ser fuertes, compañeros.
    Adrián hizo una pausa y continuó:
   -Como ustedes ya saben, en muchos barrios se está hablando de un paro general con movilización. Nos estamos poniendo de acuerdo con gremios y otras organizaciones. Si se hace, tenemos que ir preparados porque si sale bien, no sabemos cómo van a reaccionar. Puede pasar cualquier cosa. Los que estamos acá es porque estamos de acuerdo con el paro y movilización nacional porque ya se votó en asamblea. La dirección del movimiento ya tiene algunas pautas de organización y nos pidieron que hagamos propuestas para elevar en una asamblea general que todavía no tiene fecha pero será en un par de semanas. Nosotros tenemos mucho apoyo y ellos también, hay dos fuerzas polarizadas. Ellos son inescrupulosos, tienen las armas, pero nosotros tenemos la voluntad y las convicciones. Además, en la cancha se ven los pingos. Nosotros somos muchos más militantes, ellos tienen el apoyo de un gran sector de la sociedad que es fluctuante. En eso tenemos ventaja.
    Luego vinieron las exposiciones de algunos militantes y se dio por finalizada la reunión. Quedó en claro que la mayoría quería ir al paro y estaba dispuesta a todo. Después de que los vecinos se despidieron, Marisa y Adrián, junto a un par de mujeres, limpiaron el comedor. Las vecinas también se retiraron y la pareja quedó sola. Estaban sentados uno frente al otro, cansados.
   -Va a ser bravo, Adri. Es una situación prerrevolucionaria.
   -Así es. Los acontecimientos pueden precipitarse.  Tenemos que ser cautos pero decididos. Debemos barajar varias posibilidades y estar preparados para cualquiera de ellas.
   -Tenemos poco más de dos meses para planificar. Otra vez diciembre, espero que esta vez todo termine bien -comentó ella con convicción.
   -Depende de muchas variables. No sabemos hasta a donde se puede llegar.
   -Soñar no cuesta nada. La utopía no es un imposible, eso es lo que nos quisieron hacer creer desde el poder. La utopía es la convicción de que puede hacerse realidad lo que los poderosos dicen que es imposible -se despachó Marisa.
    -Qué buena frase, mi amor -sonrió él con orgullo-. Por eso te amo tanto.
   -Está buena, ¿no? Si me pedís que la repita no me sale igual.
   -Con más razón, la improvisaste. Te salió de adentro. Sos tan inteligente, por eso te amo tanto.
   Marisa miró a su alrededor y dijo: -Por eso... ¿nada más?  Me hacés sentir fea...
   -Si sabés que sos hermosa, eso salta a la vista. Estás tan sexy hoy...
    -¿Te gusta como me queda esta blusa?
    -Me recalienta.
   Ella se levantó de su silla, se acercó a su chico y se sentó en sus piernas.
   -¿Te acordás cuando nos conocimos acá? Nos encerrábamos en la biblioteca...
   Se besaron apasionadamente. El se paró con ella en sus brazos y se dirigieron a la biblioteca a recordar viejos tiempos.
   
XIII
En una nochecita fresca y lluviosa de octubre Adrián salía del local del Movimiento Villero de San Carlos. Había estado leyendo toda la tarde y se proponía volver a su casa. Después de cerrar el portoncito de alambre, vio un auto estacionado en la calle con tres tipos con caras de pocos amigos. Los matones bajaron. Entre dos lo tomaron de su larga cabellera y le hicieron una toma para inmovilizarlo. El tercero le dio un violento puñetazo en el estómago y le dijo:
   -Dejate de joder, negro. Te vamos a reventar.
    El joven luchó y pudo zafarse.
   -¿Ustedes y cuántos más? -dijo mientras se ponía en guardia.
   -No te hagás el valiente, nene -advirtió uno.
   -Está buena tu amiga la zurdita. Me gustaría probarla un poquito -amenazó otro.
   -Déjense de joder con la huelga. Acordate de los otros dos. Pensá un poquito, negro. Pensá -concluyó el primero tocando con el índice su sien.
    Subieron al auto y se fueron a gran velocidad por la calle de tierra. Doblaron en la avenida y desaparecieron ante la inmovilidad del Adrián. En el movimiento ya no había nadie. Caminó unos metros e ingresó en una casa cercana. Golpeó la puerta, lo atendió una mujer mayor, su compañero no estaba. Decidió entonces buscar un teléfono público para comentarle lo sucedido a su novia.
   -Marisa, necesito verte urgente -dijo con voz nerviosa.
   -¿Qué pasa? -preguntó ella al descubrir el tono  exaltado de su novio.
   -Tengo que verte ya, no te lo puedo comentar por teléfono, además no tengo monedas. Es urgente.
   -Bien, nos vemos en la plaza de la estación en media hora. Adelantame algo.
   -Me amenazaron.
   -¿Quiénes?
   -Unos policías de civil.
   -¿Cómo fue? ¿Dónde? ¿Qué te dijeron?
   -A la salida del local. Tres tipos bajaron de un auto y me dijeron que me dejara de joder con la huelga, que me acordara de los otros dos.
   -Hijos de puta. Bueno, ya salgo para allá. Te amo.
   -Te amo, nos vemos.
    La estación estaba a 25 cuadras. Adrián decidió caminar para ir pensando en el trayecto sobre lo ocurrido.
   A medida que se iba acercando al centro de la localidad sureña el paisaje iba cambiando lentamente. Las casas eran cada vez más grandes y bonitas, las miradas que cruzaba eran cada vez menos amistosas.
   «Es una lucha de clases. Marx tiene razón.» Pensó. «Estos piensan que los voy a afanar.» Mientras reflexionaba esto, una mujer mayor se cruzó de vereda al verlo acercarse. Porque todo en una sociedad es un signo. Adrián, sólo con su andar, significa.  Y qué hablar de su aspecto. Barbas y cabellos largos y negros, tez morena, vaquero y remera negras. Todo eso es un índice de que pertenece a una clase social determinada, que porta una ideología. Y, en una sociedad tan polarizada, es un enemigo de los que caminan por la otra vereda.
   «A veces me dicen que no debo odiar. Y una parte de mí me trata de convencer de lo mismo. No puedo evitar tener odio de clase», se dijo. «Pero estos de clase media deberían caminar por nuestra misma vereda. De hecho hay sectores de clase media que nos apoyan. Es el sector más pensante y politizado. Los que nos odian lo hacen por ignorancia o comodidad, o por negación. No quieren identificarse con nosotros porque eso los haría un poco como nosotros y ellos no quieren parecérsenos. Quieren parecerse a los de arriba, por eso se identifican con sus discursos. Además, los medios son muy poderosos y crean cultura. Y en la tele siempre nos muestran como delincuentes. Cuando un automovilista atropelló y mató a un manifestante en un corte de ruta, los medios decían: accidente, no tuvo intención, ellos se lo buscan, qué hacen ahí, uno menos. Es muy compleja la lucha, ellos tienen muchas herramientas.»
    La llovizna había mojado mucho a Adrián y le provocó ganas de orinar. Ya estaba en la zona céntrica y no había descampados donde hacer. Se apuró para  llegar a la estación del ferrocarril y dirigirse al baño. Estaba cerrado. Blasfemó, pateó la puerta y caminó ya desesperado en busca de un bar. Mientras lo hacía, pensaba si pedir permiso o entrar sin decir nada, y si tenía la suerte de descubrir el baño, ingresar en él sin mirar a nadie. Recordó que el lugar con baño público más cercano era una pizzería en la calle principal. Trataba de buscar en su memoria una señal que le recordara dónde estaba el baño. A pocos pasos de la puerta, aún no había conseguido hacerse una imagen en su mente de la localización del baño. La urgencia no le permitió detenerse ni un instante para dedicarle unos segundos más a su proceso de abstracción. «Yo entro, si veo el baño, me mando; sino, trato de buscarlo un instante. De última, pido permiso.»
   Ingresó a la pizzería, no vio el baño, caminó lentamente, se detuvo disimulando y buscándolo, más no pudo ver ninguna puerta que dijera baño o tuviera el dibujito de un hombre.
   -Buenas noches, ¿el baño? -le dijo a un mozo que estaba parado en el mostrador.
   -Está clausurado.
   -Ah... bueno, disculpame.
   Cuando se disponía a retirarse, vio debajo de una escalera salir a un hombre. Estiró el cuello y vio la puerta del baño. El mozo se dio cuenta de que Adrián descubrió su mentira. Este lo miró con cara de «me mentiste» y el mozo sonrió burlonamente. Adrián, sin dudar encaró para el baño mientras el mozo le decía:
   -¡Flaco, flaco!
   El muchacho entró, orinó con placer, se lavó las manos y salió.
   -Te dije que no -manifestó el mozo apoyado por las miradas hostiles de sus compañeros hacia el intruso.
   -Vos no dijiste que no. Dijiste que estaba clausurado. Ya fue, loco. Chau.
   Y salió del local con su cometido cumplido. Sabía que su empresa no iba a ser fácil, pero logró su urgentísimo propósito. La plaza estaba a media cuadra y allí se dirigió para encontrarse con su novia. Pero como llovía, debería buscarla en un lugar cubierto. Mientras recorría con la mirada la plaza y sus alrededores, Marisa lo abrazó por sorpresa de atrás. Estaba hermosa con sus cabellos castaños claro empapados, con el agua de lluvia invadiendo su blanco rostro e inundando sus ojos verdes cual lago paradisíaco. Él se dio vuelta y la besó con ternura. Luego acarició su rostro y con sus dedos tocó sus gruesos labios. 
   -Qué dulce que sos -dijo ella con emoción.
   -Vos también sos re tierna, mi amor.
   -No, yo no digo dulzura por tu forma de ser. Digo que tus besos tienen sabor dulce. Sacame la lengua.
   Él sacó su larga lengua y ella la tomó de un bocado. La succionó emitiendo los sonidos de quién degusta algo sabroso.
   -Vamos a tomar algo -invitó ella después de soltar a su presa. Y caminaron hacia la principal. Marisa hizo un gesto de querer entrar a la pizzería donde su novio había ido a orinar, pero él dijo:
   -No, vamos a la otra cuadra.
   En el camino rieron a carcajadas después de que él comentara lo acontecido en la pizzería. Parecía que se habían olvidado de la gravedad de los hechos que los había convocado al encuentro. Llegaron a un barcito de medio pelo, entraron y se sentaron pegaditos a la vidriera. En ese momento un violento chaparrón se lanzó sobre la ciudad. Los truenos fueron el telón del fondo de la seriedad con la que se habría de desarrollar la conversación.
   -¿Seguro que eran policías? -inquirió la chica.
   -Casi. No los reconocí, pero sino...
   -No importa, lo importante es lo que están haciendo.
   -Sí. Una cosa es sospechar lo de los chicos. Esto ratifica nuestra teoría -dijo él.
   -Eso se caía de maduro.
  -Sí, pero hasta que no lo ves, hasta que no lo vivís... Ellos lo terminaron de confirmar. Dijeron que me acuerde de lo que les pasó a los otros chicos. Como que se hicieron cargo.
   -¿Te pegaron? 
   -No -mintió Adrián.
   Ella lo conocía lo suficiente como para darse cuenta.
   -Te pegaron.
   -Sí, una piña en la panza. No fue nada -se sinceró a medias tocándose el vientre.
   -Contame todo -sacó un cigarrillo, lo prendió con una larga pitada.
   -Yo salía del local de los Villeros, ya no había nadie. Vi a los tipos en un auto estacionado a la vereda de enfrente. Eran tres y bajaron. Me agarraron y me pegaron una trompada en el estómago. Me dijeron que me dejara de joder, que me van a reventar, que no me olvide de los otros, que me deje de joder con la huelga. Me decían negro de acá, negro de allá: por eso digo que deben ser vigilantes.
   Adrián le ocultó lo que dijeron sobre ella.
   -¿Qué vamos a hacer? -preguntó Marisa.
   -Andar con cuidado. Pero tenemos que seguir.
   -¿Estás seguro?
   -Claro, yo no le tengo miedo a esos soretes.
   -Se está poniendo muy pesado. Si vos no tenés miedo, démosle para adelante.
   El mozo les trajo las dos gaseosas que habían pedido, las bebieron con urgencia. Mientras miraba la lluvia caer, Adrián vio a los tipos que lo habían amenazado sentados en el mismo auto frente al barcito. Uno de ellos le hacía gestos obscenos y le señalaba a su chica que en ese momento estaba ocupada en su bebida. El joven quedó paralizado; dudó de mostrarle lo que descubrió a su novia. Pero ella se dio cuenta sola. Cuando la chica miró hacia el auto, los hombres dejaron de mirar hacia el bar y se fueron.
   -¿Qué pasa? -dijo ella mirando a su novio que estaba pálido-. ¿Eran ellos?
   -...
   -Contestame Adri, ¿eran esos los tipos que te pegaron?
   -Adrián quedó mudo porque los gestos que los patoteros le habían hecho eran claros: amenazaban con violar a su novia. 
   -Adrián...
   -Sí, mi, mi amor, eran ellos -tartamudeó el joven.
   -Estás temblando, vida. Te siguieron. Mirá, yo creo que tenemos que ser más prudentes. No dejar la lucha, pero hacerlo con más carpa. Tengo terror de que te pase algo.
   -No podemos aflojar.
   Hubo un silencio de varios segundos. La mirada inquisidora de Marisa recorría cada sector del rostro de su compañero. Él bajó la mirada.
   -¿Te dijeron algo sobre tu familia? ¿Amenazaron a tu familia? No me mientas, Adrián. No me mientas -levantó la voz la chica, casi retándolo.
   -No, me amenazaron a mí solo -dijo sin convicción.
   -Te dijeron algo sobre mí.
   -Te dije que me amenazaron solamente a mí, no pienses boludeces.
   Otro largo silencio. Ella no estaba convencida. Sospechaba que había algo más. Pero dejó de atosigar a su novio.
   -Está bien, pero debés cuidarte.
   -Un revolucionario no debe aflojar ante la primera amenaza. Acordate del Che.
    -Tenemos que comunicárselo al movimiento -dijo Marisa como dando una orden.
   -Sí, en eso tenés razón, le puede pasar a otros.
   -Y poner a consideración de ellos qué es lo que tenemos que hacer. Acordate de que somos un movimiento, vos no estás solo, sos miembro de una comunidad y todo debe decidirse en asamblea.
   -Bien, bien -se entregó Adrián. Ya estaba dudando qué hacer.  El hecho de ver de nuevo a esos tipos lo había aterrorizado. No por él, sino por miedo a que le hicieran algo a la persona que más amaba en el mundo.
   La pareja estuvo un rato más en el bar, hablaron de la huelga general que planeaban, intercambiaron visiones sobre la manera de planificarla y se fueron. Él la acompañó a tomar el colectivo. Cuándo éste se aproximaba, ella le dijo:
   -Esta semana planteamos tu situación en la asamblea. Vamos a debatir qué pasos seguiremos.
   -Sí, mi amor. Está bien.
   Se dieron un beso y ella subió al colectivo que la llevaría a su casa en el barrio residencial más paquete del distrito. Adrián caminó unos metros hacia la parada de su colectivo. Éste justo venía, por lo que debió acelerar su paso.
   Al entrar a su casa saludó a su familia y dijo que no quería comer. Se dirigió con rapidez a su cuarto, se quitó la ropa mojada y las zapatillas embarradas.  Apagó la luz. Las chapas de cinc eran los instrumentos que ejecutaban las gotas de lluvia.
   La casa del muchacho era una de las tantas que se ven en esos barrios. Paredes de material, algunas rebocadas, otras no. Alamabrado viejo al frente de un amplio terreno, puertas de chapa, algunas descoloridas por la falta de mantenimiento. De todas formas era un hogar medianamente bueno, pues Adrián era muy voluntarioso y había sido provisto por la naturaleza de una gran habilidad manual. Él mantenía la casa lo mejor que podía junto a su hermano un año mayor que él. Tenía seis hermanos, de los cuales cinco eran menores. Dos nenas y tres varones. Su hermanita más chica tenía sólo 4 años y era su preferida. Siempre que podía le levaba golosinas y muy de vez en cuando algún juguete. Cuando esto ocurría, la niña se le colgaba del cuello y le llenaba el rostro de besos.
   No podría decirse que Adrián era desocupado en el sentido que no trabajaba. Si bien en su 23 años sólo trabajó efectivo durante tres meses en una empresa de correos, siempre encontraba alguna changa con la cual engrosar un poco los flacos ingresos familiares. Su padre, separado de la familia, pasaba religiosamente una mensualidad y su madre cobraba un subsidio del Estado. Pero la suma de ambos ingresos no alcanzaba a cubrir la canasta básica.
   Adrián había dejado los estudios en tercer año de secundaria, pues a su madre se le hacía cuesta arriba mantener la casa, por lo que el muchacho debió salir a trabajar. Fue peón de albañil de su padre hasta que se agarró a trompadas con él al descubrirle una infidelidad. Fue cartero y lo echaron por reclamar lo que le correspondía. Vendió en los trenes,  casa por casa, juntó cartones, lo jodieron cuando se asoció con un kiosquero, fue ayudante de un pocero que lo explotaba, volvió con su padre que le daba trabajo muy salteado. Hoy estaba embarcado en un proyecto barrial que le dejaba algunos pocos pesos.  Pero tenía toda su cabeza puesta en su trabajo sociopolítico. Y la cosa se estaba poniendo pesada.
   -¿Qué voy a hacer? -dijo en voz baja. Estuvo más de una hora mirando el techo y escuchando el concierto de la naturaleza.
   Pensó y pensó. Estaba aturdido y temeroso. Pero  el miedo se transformaba por momentos en valentía y pensaba en armar un grupo comando para buscar a esos tipos. Las amenazas hacia él lo tenían sin cuidado, lo que lo aterrorizaba era que la patota cumpliera con su promesa de atacar a Marisa.
   De a ratos se calmaba, hasta que tomó una decisión:
   «Me voy a trabajar a otro barrio, ¡claro!... Si no me ven más por San Carlos capaz que piensan que arrugué. Vamos con Marisa. Me puedo ir a ver... a Sarmiento. Está bastante lejos pero tengo un bondi que me lleva directo... ¡Claro! Inclusive es otro partido. Ahí no me conocen. Voy con perfil bajo y listo.»

XIV
"Los Villeros por la Liberación por dentro. Quiénes son. Qué traman. ¿Es verdad que con el paro general planean generar el caos para apropiarse del poder? ¿Es verdad que se sostienen con secuestros y tráfico de drogas? En instantes, por canal 9: Quiénes son y qué traman los Villeros.»
   El doctor Vázquez Arriaga miró a Marisa y le dijo:
   -Se comentan muchas cosas de ese movimiento. Ya te dije varias veces que no me gusta que vayas ahí.
   -Sabés como es canal 9 papi. 
   -No es sólo canal 9. Hay informes de otros medios. Hasta los medios de izquierda...
   -¿Qué medios de izquierda? Los llamados medios de izquierda son oficialistas y también atacan al movimiento y responden al establishment. No les gusta que los Villeros reciban cada vez más apoyo porque luchan por un país más justo y quieren quitarles ciertos beneficios a las multinacionales y los multimedios. Los medios grandes son todos instrumentos del poder.
    -No me hables como si no estuvieras metida en todo eso, Mari. Yo sé muy bien que el pibe con el que andás es un cabecilla y te metió en esto. Nunca me gustó ese pibe; y ahora que sé muy bien en lo que anda, menos que menos.
   -No tenés ni idea papi. No me hables de este tema si no sabés nada.
   -¿Que no sé nada? Sé mucho más de lo que creés. Sé que hay guerrilleros, que trafican drogas, que secuestran, que están con las FARC.
   Marisa sonrió con una mezcla de preocupación y burla:
   -¿De veras creés eso, papi? Yo te hacía más inteligente.
   -Yo sé muchas cosas que tal vez tu amiguito te oculta, Mari. Él te tiene engañada, te va a meter en un problema grave. Tengo mucho miedo por vos, mi amor, vos sos lo que más quiero en la vida.
   -Estoy lo bastante grandecita como para tomar mis propias decisiones y discernir lo que me conviene.
   -Pero estás enamorada. Cuando uno se enamora hace cosas tontas, a todos nos pasa. Uno vive en las nubes y no se da cuenta de lo que pasa alrededor.
   «El Movimiento de Villeros por la Liberación está dirigido por antiguos guerrilleros latinoamericanos. Tienen contactos con la Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC) y están preparando un paro general con movilización para generar un clima de violencia y dar un golpe de estado», escupía el 29 pulgadas mientras mostraba imágenes de hombres encapuchados con armas largas y sonaba una música tenebrosa. «Además trafican drogas y secuestran empresarios para solventar el movimiento. Ya existen numerosos enfrentamientos en los barrios bajos cuando la Policía, por órdenes judiciales, intenta allanar los aguantaderos en donde se encontraron numerosas armas de guerra y grandes cantidades de drogas.»
   La madre de Marisa comenzó a llorar desesperadamente:
   -¿Cómo pudiste meterte en eso, Marisa? Nosotros te dimos todo y vos nos respondés así?
   -La tienen engañada, Ana. Ese tipo, Adrián, la metió engañada con el versito de Marx, de la igualdad, de los chicos con hambre.
   «José Alberto González, cabo primero, asesinado en la villa durante un allanamiento. Sargento Juan Giménez, fusilado por intentar revisar a un integrante del Movimiento de Villeros por la Liberación. Sargento Mario Suárez, acribillado el...»
   -Mentiras, todas mentiras. Ellos entran a las villas y matan inocentes.
   -¿Qué vas a hacer a la villa nena? -dijo lloriqueando mamá-.  Vos tenés tu casa, tenés la Universidad, nos tenés a nosotros, tenés un futuro. ¡No vayas más Marisa, por favor te lo pido! -Y se lanzó a llorar desconsoladamente.
   Marisa dudó por unos instantes. Se conmovió con las lágrimas de su madre. La chica se paró y se acercó a ella.
   Mientras la abrazaba, le decía:
   -Quedate tranquila, vieja, yo sé cuidarme. No pasa nada de eso que dice la tele. Los Villeros trabajan duro, hacen bibliotecas, le dan de comer a los chicos pobres, hacen marchas para reclamar justicia, nada más.
   -No te creo, no te creo nada. Te prohíbo que vuelvas a la villa... te lo prohibo. Te van a matar hija, te van a matar y yo me muero. Decile Jorge, decile que no puede ir más.
   La mujer temblaba mientras lloraba. Marisa se dirigió a una alacena y sacó una caja de medicamentos.
   -Tomate una mami.
   -No vayas más, no vayas más, no vayas más. Por favor, por favor, por favor.
   El doctor le hizo gestos a su hija indicándole que le dijera algo a su madre. Ella movía su cabeza negándose.
   -Ella no va a ir más a la villa, Ana. ¿No es cierto Mari?
   -Es verdad, no voy a ir más, mamita, quedate tranquila.
   -Prométemelo.
   -...
   -Prometéselo.
   -No voy más. 
   La mujer quedó balbuceando: -la van a matar, la van a matar, la van a matar.
   -Vamos a dormir, mi amor -dijo papá a mamá mientras la levantaba de su silla.
   Los padres ingresaron al dormitorio mientras Marisa ejecutaba un fuck you a la pantalla. Luego tomó su cabeza con sus manos con los codos apoyados en la mesa. Así quedó por varios segundos, preocupada.
   -Espero que cumplas con tu promesa, nena -advirtió el doctor mientras volvía a su silla.
   -Sabés que no puedo.
   -¿Qué es, una secta, la puta madre? ¿No ves como sufre tu madre? Sabés que tiene que estar tranquila.
   Ya sé...
   -¡Lo sabés! ¡Decís que lo sabés! No se nota. Está enferma, Mari. No le causes más disgustos. Con qué necesidad, la puta madre.
   -Con la necesidad de... Al carajo. Es al pedo hablar con vos, eminencia. Doctor Jorge Vázquez Arriaga.
   -No me hables así, mocosa de porquería. Tenés absolutamente prohibido ir a la villa y ver al zarrapastroso ese. ¿Entendido?
   -Sí mi general -contestó poniéndose firme y haciendo la venia-.  ¿Me puedo retirar a mi dormitorio?
   -Si fueras varón te cagaría tanto a trompadas...
   -¡Doctor!, se burló Marisa.
   La nena dio media vuelta y subió a su cuarto. Papá quedó refunfuñando en el comedor.
   Marisa no podía dormir. Sus pensamientos la atormentaban uno tras otro, como demonios invisibles que invadían sus reflexiones y castigaban sus neuronas. Ni por un instante dudó de seguir con su chico y con su lucha. Ellos eran su vida. Estaba preocupada por su madre y porque predecía un futuro complicado para el país. Pero ella quería ser partícipe de la historia, detestaba mirar pasar el mundo desde afuera.
   La mente de Marisa por fin ingresó en el estado de transición entre la vigilia y el sueño. Voces e imágenes tenues se presentaban en su cabeza presagiando el inevitable traspaso hacia el descanso. Cuando ingresó a las profundidades del inconsciente, tuvo una pesadilla: otra vez dejando a su chico. Otra vez ella arriba de un avión y él en tierra despidiéndose. Despertó. «Otra vez ese sueño. Mañana se lo comento a la licenciada.»

XV
Adrián la estaba esperando afuera del consultorio: vamos no vengo más, por qué, porque es una estúpida, qué pasó, nada, dale contame, siempre lo mismo nos quieren separar, qué le importa a ella, papá le paga, ah tu viejo no me banca, qué tipo cabezón, pero te quiere, qué me va a querer, tiene miedo, qué sabe, todo el mundo habla está todo podrido, tenés razón pero yo sigo, yo también.
   Pensé que lo mejor sería que militemos en otro barrio, buena idea donde, en Sarmiento, un poco lejos, está cerca, bueno, vamos mañana, lo pensaste bien, sí, lo tenemos que hablar en asamblea, lo hablamos, sí pero antes de ir, no va a haber problemas, por respeto, está bien, te amo mucho, yo también. 
   Después de la asamblea: viste que no iba a haber problemas, es lo mejor, estuvieron todos de acuerdo, mañana vam..., mañana voy a la facu, vamos pasado, está bien, conocés a alguien, sí a Maxi compañero de Letras, ah sí es re piola, copado, avisale, está bien, te amo mucho, yo también.
   Marisa con Maxi después de contarle todo: vengansé los esperamos con los brazos abiertos, gracias, hay que seguir, ni hablar, no tengan miedo, vamos a la huelga, hasta la victoria siempre.
   Marisa y Adrián por la tarde en un hotel tirados en la cama, ella fumando: terminó el turno..., vamos que tenemos media hora de viaje, nos esperan, contaremos todo.
   En el local de Sarmiento luego de la reunión: nos vemos, qué buena gente, tienen mucha polenta y doctrina, sí sí, volvemos la próxima.
   Fueron varias veces a Sarmiento. Terminaba noviembre y ya había fecha para el paro y movilización: 19 de diciembre.

XVI
Marisa dijo el que sigue, se acercó una mujer muy humilde con su niña tomada de la mano. ¿Pediatría?, preguntó Marisa. Sí, para la nena, contestó la joven madre ¿Qué le está pasando? La mujer, en voz baja, dijo que su chiquita tenía fiebre y que estaba dolorida. La empleada sonrió con dulzura y dijo, lapicera en mano: Nombre y edad. Mariela Fernández, 8 años, contestó. Bien, esperá que te llamamos por el nombre.
    Detrás de Marisa estaban los consultorios de la guardia. Ella trabajaba en el hospital donde su padre atendía dos veces por semana. Ese día a su padre le tocaba guardia. Él se acercó por detrás y le susurró con ternura a su hija: hacé pasar a uno para mí. Bien, a ver. Pereyra Marcelino, para el cardiólogo, dijo elevando la voz. El hombre de más de cincuenta entró y el doctor Vázquez Arriaga le hizo una seña para que se le acercara.
    Es muy amable esa chica que atiende la ventanilla, dijo el paciente, yo la conozco. ¿Ah sí, de dónde?, inquirió el cardiólogo. Del comedor donde llevo a mi nietito; ella trabaja allí, es divina, contestó el enfermo. Es mi hija, dijo el médico. ¿No me diga? Está siempre con un muchacho morochito de pelo largo, dijo. ¿Dónde queda ese comedor? En el barrio Sarmiento, a una cuadra de la escuela primaria. El papá de Marisa no dijo más nada. Pero la información que le brindó aquel hombre le resultó interesante.                        

XVII
Adrián era un líder natural. Donde iba era imposible que pasara desapercibido, ya que su verborragia se asemejaba a un caudaloso río incontrolable. Resultó vano que intentara sostener su idea iniciática de mantener el perfil bajo luego de las amenazas. Además, por esos días y debido a los acontecimientos que venían sucediendo, se había convencido aun más de sus ideales revolucionarios y los transmitió a su nueva gente sin eufemismos. Había jóvenes que lo veían como un especie de guía ideológico, estaban embelesados con la claridad y contundencia de sus discursos y debates, además de admirarlo por su dedicación en los trabajos físicos y por la belleza e inteligencia de la chica que lo acompañaba. Pero Adrián tenía la extraña capacidad involuntaria de no provocar envidia entre sus compañeros, porque la humildad con la que se expresaba y desenvolvía no podía generar otra cosa que cariño. En un mundo donde muchas veces la naturaleza parece injusta en su distribución de virtudes y defectos, el caso de Adrián provocaba un sentimiento de justicia, porque a pesar de parecer que Dios había sido excesivamente bondadoso con él en detrimento de otros seres humanos, ese virtuosismo no generaba el clásico pensamiento reclamador de equidad que reza ¿por qué tanto para uno y tan poco para otros? Así se lo veía, con ese andar seguro, con su cuerpo inspirando respeto, pero a su vez despidiendo una luz invisible de ternura que no dejaba espacio para odiarlo, por lo menos entre los que lo rodeaban, ya que mucha gente que no lo conocía bien o que es de corazón duro y fascista seguramente lo detestaba.
   Cuando hablaba, el muchacho lo hacía con un tono  que representaba un mixtura entre la rudeza y la suavidad. Por momentos prevalecía la primera, en otros la segunda, pero la mayor parte del tiempo se mezclaban extrañamente las dos formas.
   En el local del MVL de Sarmiento no había biblioteca como en San Carlos, por lo que Adrián extrañaba las horas de lectura en soledad. Por esta razón, decidió pedirle permiso a Maxi para quedarse en un cuartito que había en el fondo del terreno para poder leer. Primero llevó uno de sus pocos libros, el que terminó en un día: La metamorfosis de Kafka.  Una mañana se apareció con una decena de libros de su novia, entre los que se hallaban algunos de política, economía, historia y una que otra novela. Maxi, como amante de las letras, le dejó algunos volúmenes de literatura antigua y medieval. Muchas noches el joven se quedaba en el local y satisfacía su imperiosa necesidad de leer y pensar. Leía los ensayos para aprender y las ficciones como recreo.
   Por esos días había decidido releer La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, porque sentía ganas de torturar su mente con el odio que le provocaba ese libro. Así somos a veces, un poco torturadores con nosotros mismos, autoflagelantes por decisión personal. Además, conocer más y alimentar el odio a nuestros enemigos fortalecen nuestras convicciones y nos incentivan a actuar. Pero esas noches descubrió algunas cosas que su bronca en la primera lectura de hacía un par de años no le había permitido descifrar. Cuando tenía 18 años había leído este clásico del autor español, y había llegado a la inapelable conclusión de que Ortega merecía la horca. Le había parecido un aristócrata fascista que renegaba de las clases populares. En esta segunda lectura sintió cierta complicidad con algunos de los análisis del autor. El hombre-masa no pertenece a ninguna clase social en especial, el hombre masa es aquél que no tiene visión crítica de la realidad, quien repite el discurso hegemónico. Antes, Adrián se sentía parte de la masa que según el español se revelaba, pero esta vez se sentía parte de las minorías que Ortega defendía. Para ser parte de una minoría, dice La rebelión de las masas, hay que ser «no conformista», ser parte de un grupo «de los que concuerdan sólo en su disconformidad respecto a la muchedumbre ilimitada». Y allí se veía Adrián, como parte de una minoría, pero no minoría en tanto elite privilegiada que él despreciaba e identificaba como su enemigo, sino como parte de los que se apartan del pensamiento de la muchedumbre, de esa muchedumbre acrítica, del hombre-masa, del hombre-rebaño.
   Luego de esta segunda lectura, lejos quedó Adrián de amar a Ortega, pero se identificó con algunas de sus premisas. Se acordó de lo que le había dicho su novia sobre un profesor de la facultad. Este docente decía que la primera vez que leyó este libro le pareció repugnante; la segunda vez halló algunas cosas que le gustaron y la tercera le pareció brillante. Pero Adrián, antes de su segunda lectura, creía que las diferencias de interpretación que el profe había experimentado, tenían que ver con su cambio ideológico. Pensaba que el docente se había ido aburguesando, derechizando con el correr de los años. Porque cuando este docente era joven, formaba parte de la JP, simpatizaba con los montoneros y luchó contra la dictadura. Ahora era progre, brugués y Marisa lo consideraba reaccionario. Por eso Adrián  se sentía un poco mal por haber hallado en La rebelión de las masas algunas cosas buenas en su segunda lectura al igual que aquel revolucionario devenido en burgués reformista. Se veía apartándose de su clase social, de sus hermanos poco «cualificados», término usado por Ortega. «Es que tal vez sea un poco así la cosa», pensó Adrián. «Muchos no se salen del hombre medio que no se esfuerza por pensar diferente a lo que le imponen. Pero no es culpa de ellos, son víctimas de un tenebroso y sistemático plan de lavado de cerebro armado por las clases dominantes.»
   Adrián leyó en voz alta: «Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo -en bien o mal- por razones especiales, sino que se siente `como todo el mundo´y, sin embargo, no se angustia, se siente al sabor a sentirse idéntico a los demás».  Se apoyó el libro sobre su pecho, miró el techo y se dijo: «tiene razón». Luego pensó: «la onda es traer a esa masa para nuestro equipo, que dejen de ser masa y sean cualificados y capaces. Y así, triunfaremos.»
    Después de unos segundos, pensó: «La verdad es que cada vez somos más los que pensamos diferente, los que huimos del rebaño. Ya es el momento.»
   Todo es más complejo todavía, la complejidad es una virtud; la simpleza un defecto. Tal vez sea exactamente al revés. O no. Si ser simple es esquivar la complejidad de la realidad y entregarse al statu quo, ser simple es negativo. Si ser complejo es una barrera para solucionar los problemas, entonces lo negativo es la complejidad. «Es que todo es complejo y simple a la vez -pensó Adrián- La realidad es mucho más compleja de lo que nos muestra la televisión, pero la solución de esa complejidad es simple. Tenemos que tomar el poder. Así de simple. Y de complejo.» 
    Algunas noches su novia lo acompañaba, pues en el precario cuartito había una cama destartalada. La pareja aprovechaba para tener intimidad allí, mostrando su falta de respeto por cualquier lugar. Ellos hacían el amor en cualquier lado, inclusive en un par de oportunidades habían sido vistos en pleno acto. Eran más que desprejuiciados en este aspecto.
   -A veces uno planifica las cosas a largo o mediano plazo y los acontecimientos se precipitan. Las condiciones objetivas parecen dadas -le dijo Adrián a su novia en una de esas noches.
   -Creo que sí, habrá que ver -contestó Marisa. La pareja estaba tirada en la cama de una plaza, de esas que parecen muy pequeñas para dos personas pues fueron diseñadas para una sola, pero que resultan mejores que las matrimoniales cuando sus usuarios adoran tener sus cuerpos pegados.
   -¿Te vas quedar, mi vida? -preguntó el varón.
   -No sé.
   -Dale, quedate.
   -Bueno, ya que insiste -contestó ella soltando una carcajada-. Con vos tengo el sí fácil.
   Se besaron con violencia y, como ya estaban desnudos, el camino hacia el placer estaba allanado.
   Luego de una hora de jugosos juegos nocturnos, los chicos se internaron en un merecido descanso. Este fue interrumpido violentamente por unos golpes en la puerta a las 2 de la madrugada.
   -Abran, tenemos orden de allanamiento -fue el primer signo lingüístico que se pudo decodificar luego de los otros ejecutados por los nudillos del mismo emisor. La pareja se sobresaltó de sobremanera, no era para menos, esos golpes y esos gritos no dejaban lugar a las interpretaciones erróneas. Una parálisis transitoria poseyó los cuerpos del Adán y la Eva. La paz se desintegró en un instante por aquella explosión en sus cerebros.
   -Abran, les digo que abran -insistió aquella belicosa voz de hombre. Allí reaccionaron. Se miraron estupefactos y Adrián, mientras se levantaba, gritó con voz potente, como no queriendo ser menos violento que los que estaban afuera:
   -No vamos a abrir, tomenselás.
   -Abran o tiramos la puerta abajo -lanzó otra voz.
   -Son varios, Adri, qué vamos a hacer -susurró Marisa, invadida por el pánico. Adrián le hizo un gesto poniendo su dedo índice sobre los labios de él para que ella callara.
   -¿Qué buscan? Acá no hay nada para afanar.
   -Somos de la Policía, el juez nos mandó a allanar el local por denuncias de vecinos de que acá tienen a un tipo secuestrado.
   Parecía el fin. Adrián le hizo señas a su novia de que se escondiera debajo de la cama mientras buscaba desesperadamente su ropa. El chico pensaba que todo era una farsa, que los buscaban a ellos. Entonces, decidió tratar de convencerlos de que estaba solo, para que no le hicieran nada a Marisa. Ella recogió sus prendas y desnuda se escondió debajo de la cama.
   -Voy a abrir, acá no hay nadie. Yo soy el casero.
   Abrió y los matones entraron con violencia.
   -¿Y la minita?
   -¿Qué minita? Ustedes dijeron que buscaban a un tipo secuestrado.
   -Tu minita, negro, tu minita. ¿Qué te dijeron en San Carlos? Sos frágil de memoria, negro.
   -Ella no está; acá me tienen, la cosa en conmigo.
   -¿Sabés que no te creo nada, Tarzán? -le dijo uno de los matones, un hombre corpulento de unos 40 años. Adrián estaba parado en slip, con pose firme y mirada desafiante. El otro hombre, unos años más joven que su compañero pero más gordo, con un arma 9mm en su mano derecha, se le acercó a Adrián y le aproximó su rostro, quedaron nariz con nariz.
   -Te creés muy pillo, pendejo, acá se siente olorcito...
   Hizo un gesto como quien olfatea y recorrió con su mirada la habitación. Luego volvió a enfrentar su cara con la de Adrían y le propinó un cabezazo en la nariz. El joven retrocedió un paso y su nariz despidió un chorro de sangre. Tomándose el rostro se tambaleó hacia adelante como si estuviera grogui, pero sacó un uno-dos perfecto sobre vientre y el rostro del gordo. De inmediato, el otro matón se abalanzó sobre Adrián y dio un culatazo en la nuca.  Este cayó sentado en el piso y entre los dos lo patearon hasta que el chico quedó retorciéndose de dolor en el piso.
   -¿Sos guapo, negro? ¿Ves lo que les pasa a los guapos como vos?
   El muchacho se paró como pudo. Con una de sus manos se tomaba el vientre y con la otra ejecutaba el conocido gesto que pide que se detengan.
   -Sos muy desobediente, negro, ¿no te enseñaron tus padres a ser obediente? -dijo el cuarentón.
   Adrián, derramando sangre por la nariz y la nuca, flameando de aquí para allá, pudo armar un:
   -Paren un poquito, loco, están equivocados.
   -Ningún equivocado, papi, vos sabés, no te hagas el boludo.
   El joven parecía a punto de desvanecerse y los patoteros se miraban y sonreían. El empapado joven aprovechó el descuido y se lanzó sobre ellos. Con increíble velocidad tomó al más delgado de la cabeza y la golpeó contra la pared. Adrián era fuerte, pero esa noche parecía poseer una fuerza sobrenatural. Era un Aleph, pero un Aleph donde confluía el poder del amor de todos los revolucionarios de todos los tiempos y los espacios. Entre los dos gigantescos matones armados no podían dominar a la desbocada bestia herida que se resistía a ser sacrificada a los dioses racionales del capitalismo salvaje. La historia muchas veces se repite, pero nunca termina. La lucha desigual de los grandes mercenarios contra un jovenzuelo de corazón caliente y sediento de justicia lo confirman. Cuando el matón caía sentado luego de que Adrían había golpeado su cabeza contra la pared, el otro le dio un nuevo culatazo al muchacho de atrás. Éste volvió a caer, esta vez parecía no haber retorno.
  Marisa vio el charco de sangre derramada en el piso y se puso a llorar.              
   -Ajá. Ahí estás, bebé -dijo uno de los tipos con una sonrisa burlona y los ojos brillosos. La sacaron de los pelos de abajo de la cama y la colocaron en un rincón de la pieza. Ella estaba totalmente despojada de ropas y el más joven comenzó a manosearla. Su novio pareció resucitar y arremetió como un toro herido en la arena hacia el hombre. Éste cayó al piso y Adrián, empapado en sangre, tambaleante y con la visión en  tinieblas, se puso delante de Marisa.
   -Correte, negro -mandó uno de los patoteros. Adrián no se movió.
   -Te dije que te corras, pedazo de boludo.
   Allí lo apuntó con el arma. Adrián otra vez se lanzó contra él. Otra vez lucharon, pero el hombre esta vez disparó y el muchacho cayó herido en el vientre.
   -Qué hiciste, boludo, había que asustarlo -lo retó el compañero-. Bueno, no se pierde nada.
   -Si se ponía pesado el asunto, tenía autorización de matarlo al zurdo este.
   -Esta bien, vámonos.
   -Sí, rajemos.
   -Rajemos, rajemos -le gritó uno al que estaba esperando en el coche. Arrancaron y se perdieron en la oscura noche.
   -¡¡¡Ayúdenme por favor!!! -gritaba desesperada Marisa mientras su chico agonizaba en sus brazos y  su suave piel se teñía de rojo.
   -Tengo algo que decirte, mi vida -dijo como pudo la chica entre sollozos mientras besaba mil veces las mejillas de su novio-. Hoy te lo iba a contar mi amor. Estoy embarazada.
   -Tendré un heredero. Si es varón, ponele Ernesto -manifestó el joven mientras respiraba con gran dificultad y el líquido que presagiaba lo inevitable ya inundaba toda la pieza. 
   -Te lo prometo, mi vida: Ernesto López.
   Cuando llegaron algunos vecinos, Adrián ejecutó el último de sus alientos.  Pero su hijo heredaría su espíritu y completaría la obra que él había comenzado.